La semana anterior debió ser de gran preocupación para el gobierno mexicano por la presencia de la violencia electoral y la muestra de que la criminalidad está orientando el resultado de las elecciones en numerosas regiones del país, sin embargo, hubo desdén y en cambio, fiesta por la adquisición de una refinería vieja, con deudas y pérdidas.
Pero lo que sí sacudió el ego presidencial fue la portada del prestigiado medio The Economist, en su sección latinoamericana y el artículo publicado en la edición internacional en el que define a AMLO como un falso mesías y un peligro para la economía mexicana, invitando a los partidos de oposición a trabajar juntos para poner límites al presidente.
No dice, dicho artículo, nada que no se haya dicho en la prensa mexicana por diversos y numerosos analistas, a los que a diario descalifica e insulta el presidente en el patíbulo mañanero, sin embargo, la portada y el artículo en mención merecieron una respuesta formal oficial, hecha por el Secretario Marcelo Ebrard, y la esperada filípica presidencial en la conferencia matutina, calificando de majadera y muy grosera la portada en cita.
En la respuesta, Ebrard se dice sorprendido, “no por la posición ideológica de su medio, sino por la virulencia y fragilidad argumentativa” que a su juicio no tomó en cuenta los “puntos fundamentales de la transformación” que está teniendo México y que fueran expuestos por él en una entrevista previa, y suelta una argumentación que resulta superflua, débil y falaz en sus argumentos y solo confirma lo que todos sabemos; que el gobierno vive una realidad alternativa, que descalifica al crítico pero que no desmiente sus afirmaciones.
La respuesta dada a la Directora Editorial del medio denota que el gobierno se mira en el espejo de su arrogancia y confirma lo que menciona el artículo, respecto a que no se escuchan a los especialistas y que las diferencias que se expresan en las reuniones de gabinete solo merecen un “cállate” categórico. Como argumento principal para refutar al medio se menciona que al contrario de lo que se dijo en 2018 y años previos, de que AMLO conduciría al país a un inexorable fracaso económico caracterizado por devaluación, hiperinflación, endeudamiento y a un choque directo con los Estados Unidos, nada de eso ha ocurrido y en cambio, el gasto se ha reorientado hacia los más pobres, se ha mantenido la disciplina fiscal y finanzas públicas sanas, con incrementos históricos al salario mínimo, manteniendo a raya la inflación y la estabilidad de la moneda. Hasta ahí, la enumeración de logros, no obstante, se omite hablar sobre las consecuencias y estragos de la supuestamente exitosa transformación.
No se dice que el propio organismo oficial para la evaluación de las políticas públicas, el CONEVAL, ha señalado que los programas sociales son un gran dispendio de recursos sin la posibilidad de medir la penetración y eficiencia de los mismos. Que tanto la Auditoría Superior de la Federación como el mismo organismo evaluador señalan el desorden en la dispersión del gasto y la ausencia de reglas y mecanismos de supervisión.
Tampoco se menciona que la obsesión presidencial por conseguir una mayoría legislativa y su empeño por hacer propaganda electoral le lleva a subestimar y hasta desdeñar graves problemas sociales, como la inseguridad, que por no tener rentabilidad electoral o tener aristas negativas para su régimen, son minimizados y postergada su atención.
Confirma, eso sí, la respuesta oficial a The Economist, que existen dos visiones y dos versiones diferentes de país; que la nación ha sido dividida entre los apoyadores de la política presidencial y los que no están de acuerdo con el rumbo que lleva el gobierno, y lo más grave, que no hay posibilidad de acuerdos porque ambas partes no entienden que no están entendiendo.
En la radicalización de posiciones han enterrado la posibilidad de acordar en las coincidencias, que las hay, entre las dos visiones. Hay una gran mayoría que desea desterrar la corrupción y atacarla de raíz, seriamente, no con desplantes publicitarios y justicia selectiva. Hay consenso en combatir la desigualdad y reducir la brecha entre los que menos tienen y los que acumulan riqueza, pero hay disenso en que el camino sea regalar dinero, insuficiente y clientelarmente, en perjuicio de los niveles de inversión pública en infraestructura y apoyos para la planta productiva y la generación de empleos fijos y bien pagados.
Existe coincidencia en tener una democracia participativa, con equilibrio entre poderes, vigencia del derecho, sin impunidad y una sociedad segura donde la criminalidad no imponga reglas ni administre la vida de comunidades enteras; pero lo que no existe, es la voluntad de encontrar el acompañamiento, la conjunción de esfuerzos.
Empeñado el gobernante en pasar a la historia como el transformador, la figura histórica que condujo al país hacia una nueva etapa de justicia y desarrollo, está imponiendo un régimen autoritario, subordinando a los poderes y a los factores económicos a sus decisiones omnímodas y se llama a insultado porque un medio internacional señala la posibilidad, por él alentada, de extender su periodo y llevar al país a un escenario económico funesto.
Ya sea que se reconozca que existen dos partes en esta nación dividida, o que una sola voluntad haya decidido triunfar en un país polarizado por él mismo, no se puede ignorar la alerta del prestigioso medio, por faccioso o intervencionista que lo vean. La amenaza es real, oculta en la neblina del oficialismo pero latente en la realidad cotidiana. Negarla no resuelve, posterga y no se puede engañar a tanta gente por tanto tiempo.