En inglés la expresión es precisa y clara, como suele ser ese idioma para tantas cosas:“wishful thinking”. Pensamiento anhelante o deseoso.
Hoy para muchos mexicanos esa forma de pensar se confunde con el análisis y posteriormente tiñe las conclusiones o las predicciones, lo cual es un absurdo. Y no sólo eso, es también un camino directo a la frustración.
Queremos algunas cosas con tan alta intensidad como para convertirla por la fuerza de nuestro auto convencimiento, en verdades universales. No porque abarque el universo, sino porque las aplicamos en todo nuestro entorno; es decir, como nos escuchamos y nos decimos entre nuestro propio grupo las mismas cosas –en un microcosmos donde todos piensan igual– ya le damos por ese hecho características de verdad generalizada.
Y eso no es así.
La verdad es distinta entre los lectores de “Regeneración” y los consumidores de medios no confesionales, si entendemos la IV-T como un conjunto dogmático y religioso, no exento de misioneros, propagadores de la palabra, sacerdotes, diáconos, seglares persuadidos y también inquisidores y feroces custodios de la fe, como corresponde a todo conjunto dogmático patriarcal. No diré mesiánicos, porque según “The Economist”, eso es una falsedad.
En los días recientes y más todavía en los faltantes para la jornada electoral del próximo domingo, la predicción se ha convertido en un tema de interés nacional. Todos somos Casandra y ya vimos cómo sucedieron las cosas con el Cruz Azul.
Pero entre videntes, arúspices y pitonisas (no quiero usar el masculino porque suena alburero en extremo) todos apostamos por un. futuro ajustado a nuestros deseos. No sabemos por qué, pero las cosas deben terminar como nuestra preferencia determina desde ahora.
Y no será así, mucho me temo.
No creo en el triunfo avasallador de Morena, pero tampoco creo en su derrota estrepitosa, como muchos quisieran (quisiéramos).
Yo veo un panorama político sumamente ralo, especialmente porque la oposición o las oposiciones no pueden ofrecerle nada al electorado.
La oposición no tiene programas sociales y la sola promesa de sostenerlos, invita a reconocer a quien los ha instituido y me pone billetitos en la cartera. Así sea poquitos. Unos prometen y otros entregan. Ese camino está perdido.
Y otro camino sin destino es sobrevivir, así sea en el campo siempre falso de la propaganda, (o medio sobrevivir), atacando al otro. Si el otro no existiera, el discurso tampoco.
Los opositores se escandalizan por la división sembrada desde el Palacio Nacional sin advertir cómo esa polarización es un respaldo para el gobierno cuyo cerebro y ejecutor, sin recurrir a Karl Marx, ha entendido único filósofo mexicano de importancia: Ismael Rodríguez. Nosotros los pobres y Ustedes los ricos.
¿Cuándo no ha estado dividido este país?
Ofrezco una cita de O´Gorman.
“…Nuestra historia, por lo menos desde la Insurgencia, es la de un pueblo atenazado por dos utopismos contarios, por dos sueños en pugna…”
Hoy la rimbombante proclama para hacer realidad la “Cuarta Transformación” de la vida pública nacional es un lema poderoso, pero más allá de su poderío sorprende su unicidad. Nadie más nos invita a algo. Por eso el elector, alentado por las dádivas infinitas y crecientes, ahora expresadas hasta con jeringas y ubicuos, siervos nacionales, se tira en los brazos del benefactor sin reparar en sus defectos, los cuales superan –con mucho–, a sus cualidades.
Cuando la crítica se tira al cuelo de este gobierno por la incurable crisis económica, no se da cuenta de cuánta propaganda les hace a los denunciantes del injusto sistema ahora por transformar. La pobreza siempre es una herencia en este persuasivo catecismo y hablar de ella es ayudar a quien promete combatirla.
¿Más pobres?; más devotos. ¿Más devotos?; más votos. Es muy simple.
Las culpas siempre son del pasado, la sinceridad es del presente; la solución, está en el futuro. Y se lo creen millones. Ya lo veremos.