La evolución enredosa, del caso del gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, sus complejos meandros entre lo jurídico, lo político y lo propagandístico, nos ponen de frente a una realidad en muchos momentos incomprensible, cuyo elemento común es la manipulación.
Manipula el gobernador atacado, el origen de sus enormes riquezas; fabrica el gobierno cargos por encima de los posibles y potencialmente verdaderos; la disputa política por motivos de seguridad, federalismo, concurrencia de autoridades, poderes en conflicto en el reparto de las participaciones presupuestales, dominios territoriales y demás, pero también manipula el gobierno sobre la legitimidad de su reciente discurso: el combate a la corrupción.
Si García Cabeza de Vaca es culpable de todo cuanto se le ha acusado y más, posiblemente, bien se le podría procesar –como ha dicho el ministro González Alcántara–, cuando acabe su gobierno, cuando pierda el escudo bendecido en la velación de las armas hasta por la Suprema Corte de Justicia, aun cuando los dichos y determinaciones de este tribunal sirvan para untarlos en el Gruyere de la Cuarta Transformación, porque por eso Alejandro Gertz Manero, cuya autonomía también se le embarra al queso Asadero, ha emprendido pleito contra el ya dicho ministro cuya última palabra ha sido echada por el retrete.
Todo en el nombre del cumplimiento de una promesa de campaña, a un tiempo oferta y definición: combatir la corrupción, el verdadero cáncer de México, la real epidemia sobre nuestra tierra; mal endémico cuya erradicación es posible, sólo con el ejemplo (Pío no cuenta) y la repetición del mantra.
Todos los días habla San Jorge del dragón por matar y uno se pregunta, ¿sería algo San Jorge sin ese horrible monstruo? ¿Contra quien pelearía, de que nos querría convencer entonces?
Si la corrupción fuera en verdad algo combatido y abatido, como nos ha dicho el presidente cuando ufano presume cómo ya acá arriba (y alza su mano derecha sobre la cabeza), ya se acabó, se terminó, concluyó, murió, feneció, pasó a otro mundo, desapareció y todo lo demás, no seguiríamos hablando de ella.
Pero este proceso –viciado y vicioso de origen–, también nos exhiben una realidad: todo puede ser formado y deformado al gusto del poder y su conveniencia. Lo mismo se tuercen las leyes escritas o los procedimientos; la información se usa para documentar la mentira, el retorcimiento, la interpretación por encima de lo interpretado.
Muchos dudaban del criterio del ministro González Alcántara, propuesto para el cargo por el propio presidente de la República a quien se consideraba su patrono político, pero cuando el togado actuó de manera distinta al interés ejecutivo, las cosas se resolvieron por encima de cualquier consideración o tacto: a empellones.
El gobernador ha dicho: la decisión presidencial (de actuar en su contra sea como sea), violenta la decisión de un congreso soberano y desoye una determinación de la Corte.
“Se usa la justicia (si es así deja de ser justicia), para perseguir y amedrentar a los opositores y ciudadanos críticos del gobierno y su partido, sobre todo cuando la preferencia electoral de los ciudadanos va en franco declive”, ha dicho el perseguido a quien cercan la Unidad de Inteligencia Financiera, con toda su parentela y asociados; la Fiscalía General de la República, el Instituto Nacional de Migración, la Dirección de Aduanas, la Guardia Nacional, la Interpol y sus fichas rojas; los agentes de toda corporación en general y hasta el Espíritu Santo, el FBI y la policía china.
Ni a Ovidio se le persiguió con tanta eficacia.
Por eso debemos buscar refugio en la luteratura, especialmente del tipo costumbrista, como estas líneas cuya cita me permito a continuación. Se trata del ilustre narrador zacatecano, Francisco Kafkahuamilpa; coetáneo de don Ramón López Velarde, con un extracto de su obra “El proceso” con la cual obtuvo la flor natural en los juegos poéticos de Juchipila hace ya muchos años.
Como el ayuntamiento estaba quebrado, una vez entregada la Flor Natural y veinte pesos de premio, el vate debió devolver quince de ellos y dejar la condecoración para el ganador del siguiente año. Desde entonces se le conoció como el poeta desflorado.
––No puede ––dijo el vigilante más alto––. Usted está detenido. ––Pero ¿cómo puedo estar detenido, y de esta manera?
––Ya empieza usted de nuevo ––dijo el vigilante, e introdujo un trozo de pan en el tarro de la miel––. No respondemos a ese tipo de preguntas.
––Pues deberán responderlas. Aquí están mis documentos de identidad, muéstrenme ahora los suyos y, ante todo, la orden de detención.
––¡Cielo santo! ––dijo el vigilante––. Que no se pueda adaptar a su situación actual, y que parezca querer dedicarse a irritarnos inútilmente, a nosotros, que probablemente somos los que ahora estamos más próximos a usted entre todos los hombres.
“Así es, créalo ––dijo Franz, que no se llevó la taza a los labios, sino que dirigió a K* una larga mirada, probablemente sin importancia, pero incomprensible. K incurrió sin quererlo en un intercambio de miradas con Franz, pero agitó sus papeles y dijo:
“Aquí están mis documentos de identidad.
––¿Y qué nos importan a nosotros? ––gritó ahora el vigilante más alto––. Se está comportando como un niño. ¿Qué quiere usted? ¿Acaso pretende al hablar con nosotros sobre documentos de identidad y sobre órdenes de detención que su maldito proceso acabe pronto? Somos empleados subalternos, apenas comprendemos algo sobre papeles de identidad, no tenemos nada que ver con su asunto, excepto nuestra tarea de vigilarle diez horas todos los días, y por eso nos pagan. Eso es todo lo que somos. No obstante, somos capaces de comprender que las instancias superiores, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una detención como ésta se han informado a fondo sobre los motivos de la detención y sobre la persona del detenido. No hay ningún error.
“El organismo para el que trabajamos, por lo que conozco de él, y sólo conozco los rangos más inferiores, no se dedica a buscar la culpa en la población, sino que, como está establecido en la ley, se ve atraído por la culpa y nos envía a nosotros, a los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde puede cometerse aquí un error?
––No conozco esa ley––dijo K.
––Pues peor para usted––dijo el vigilante.
INTROMISIONES
Yo celebro plenamemnte la idea presidencial de la soberanía nacional. Me siento con el pecho henchido de orgullo patrio cuando lo escucho decir, no somos colonia. Somos libres, independientes. Me encanta.
Y también cuando le repela al gobierno de Estados Unidos porque sus agencias han subsidiado grupos civiles como Mexicanios ciontra la courrupción y la impunidad. ¡Vaya atrevimiento!, los burros hablan de orejas.
Pero cuando más me enorgullece mi gobierno, es cuando le pone un portazo en la nariz a la OEA con su sobrevaluada e innecesria observacion electoral.
Habrase visto, estos “voyeurs” fisgoneando en los cajones donde se guarda la ropa íntima de la patria. Un descaro absoluto.
Así les deberían decir a los médicos (ñáñigos) cubanos, a los asesores venezolanos o a los mamarrachos del Grupo Inredisplinario de Expertos Internacionales, GIEI, cuya verborrea fantasiosa enredó el caso Iguala y los 43 asesinados por los narcotraficantes de Guerrero protegidos por los políticos de ese estado. Incluyendo los mugientes.
–Per cierto, y como una digresión: cómo les ardió a los senadores morenistas el pase de lista y la contabilidad a voces de los muertos del Metrazo en la sesión reciente de la Comisión Permanente.
–Uno, dos, tres, gritaban los senadores de oposición y las porristas de la 4-T se desgañitaban de odio.
No aprovechen políticamente la tragedia, decían, cuando la izquierda mexicana no ha hecho otra cosa en toda su historia sino de construir una ideología callejera y manifestante, contestataria y chillona, con base en el victimismo y la politización de todo.
Tlatelolco, Iguala, Tanhuato, Nochixtlán, Guerra Sucia, etc, etc…
No cabe duda, este es un país cómico en sus mejores momentos y ridículo el resto del tiempo.
*Donde dice “K”, debería decir “VA K”