Así, paseando por las nubes se siente al caminar por ciudades y pueblos rebosantes de publicidad electoral, sonrisas discretas unas, otras amplias, bien ensayadas, otras descubiertas al quitarse el cubrebocas; ojos que miran, que parece que miran sin ver; hombres con sombrero y bigote, uno que otro rodeado de su, también sonriente, familia; mujeres con estilo “influencer” algunas, otras presumiendo a su mascota. La vida es bella vista desde lo alto de los anuncios espectaculares, desde las lonas, desde las bardas pintadas, otra vez pintadas a veces sobre la propaganda de hace tres años que nunca regresaron a quitar los que perdieron ni los que ganaron, al final no hay espacio que alcance para tanta promesa, excepto el nombre del candidato, hombre o mujer, quien esperanzado apuesta a que su nombre quede tatuado en la memoria del futuro elector, para que en el momento de verlo en la boleta electoral vote por él, porque si no es influenciado por el nombre ¿qué otra cosa sería el hilo conductor que le lleve a votar por este o aquél o aquella?
Los partidos políticos ya no tienen el peso que durante décadas los sostuvieron en el poder; los derrotó el poder no la derrota, diría el extinto político Don Luis H. Álvarez. Los pueblos si no eran, ahora son pueblos mágicos porque de ellos, cual sombrero de mago brotan ofrecimientos de parques, jardines, guarderías, más burocracia para regular lo que no se ha querido aplicando la ley, como los feminicidios, los problemas ambientales, la deforestación que les vale un bledo a los mismos candidatos que aprueban tumbar árboles para que los transeúntes les vean la gorra, el paliacate o los dientes; o para evitar los cambios abusivos de uso de suelo que muchos de ellos aprobaron cuando de levantar la mano se trataba, o será mejor decir, cuando la estiraron. De esas promesas y más está empedrado el camino a la incredulidad y al sentimiento de vivir y repetir el ciclo de la estafa.
Próceres y heroínas ofrecen luna y estrellas y el transeúnte los identifica ya no su afiliación política porque muchos de ellos tenían varias chaquetas para cambiarse de logo y slogan en el camino, sin rubor, sin escrúpulo alguno, sino por otras señas como ser esposa de fulano, hija de zutano, hijo, sobrino, primo, hermano de perengano, el poder del árbol genealógico venció vocación, experiencia, capacidad, preparación académica o trayectoria partidista, la parentela en pleno buscando el poder.
El paseo por las nubes termina cuando cada cual regresa a su cruda realidad, no creer en nadie, no saber por quién votar, aborrecer un poco a los que se van y aun a las que se quieren reelegir, porque a fuerza de voltearse para otro lado, le han quitado al ciudadano la fe, la certeza de que si no todo, algo podría mejorar; la esperanza se consume cada trienio y este, post pandémico, concluye con una sociedad desgastada en lo más elemental de su ser que es la confianza, la fe. Faltan pocos días para que los que andaban en la nube, caigan, las consecuencias AL TIEMPO.