En una de sus insufribles conferencias de prensa, el presidente, dueño y señor de México, respondió a la pregunta sobre la vacunación de los médicos particulares: “que esperen, cuando les toque”. No es el Consejo de Salud el que decide, sino su caprichosa voluntad. La espera es una ausencia de futuro, sentida, padecida; un gesto cruel, próximo al sadismo, al afán de hacer sufrir. Una perversión. Es el peor vicio, el del ingrato. Pues bien se sabe que el señor, para paliar sus males físicos ha acudido justamente a médicos particulares. ¿Por qué distinguir a los médicos oficiales de los que no lo son? ¿No asumen los mismos riesgos unos y otros? ¡Cuánta fobia hace presa del presidente! Cuán erráticos podemos llegar a ser cuando nos dominan los desarreglos emocionales.
Ahora resulta que les toca a los maestros. ¿Y dónde quedan los padres de familia? ¿Y los niños y los jóvenes? ¿Así volverán a las clases presenciales? Una insensatez. ¿Querrá el señor presidente que se multipliquen los contagios? Recientemente se le volvió a preguntar lo mismo sobre la vacunación de esos médicos marginados. Su respuesta, para variar, fue una mentira. Los estamos vacunando. Lo demás es ‘politiquería’. Pero no hay tal. He preguntado aquí y allá con mis conocidos: el señor miente. Es cierto que algunos han recibido la vacuna. Pero por la edad, no por su profesión. ¿A quién pretende engañar con ese descaro frente a la nación entera? Un enigma. Pero el enigma no existe como decía Wittgenstein. O en todo caso existe para aquellos a quienes se engaña. Digamos que es un juego, una ilusión. Pero, ¿se puede jugar con la vida de miles de personas que a diario exponen su salud, que esperan su turno o acaso la muerte?
La espera es una señal de la crisis institucional, de una penuria insoportable. Albert Einstein decía: “callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla”. Conformarse con la espera es una claudicación, una indignidad consentida, una abyecta aceptación de la mentira. Nuestro voto en las urnas es, por ahora, la única opción para restablecer el orden republicano.