Todavía a finales del siglo XIX en África occidental cuando su gobernante, el rey, se hacía merecedor del odio del pueblo por excederse en sus derechos uno de sus consejeros le notificaba que debía dormir, lo que significaba que debía envenenarse y morir, si acaso no tuviera valor para hacerlo el consejero le ayudaba y nadie lo sabría simplemente se anunciaba la muerte del rey. En los pueblos eslavos cuando nacía el hijo del rey, elaboraban un molde de arcilla del pie derecho del infante y cuando el rey dejase de observar las costumbres del país, un mensajero, sin pronunciar palabra le presentaba al rey el pie infantil y el rey comprendía que su reinado terminaba por lo que debía envenenarse; otra costumbre implicaba que cuando el rey se sintiera viejo o débil para seguir gobernando el mismo reunía paja y situándose en medio de la pira se prendía fuego. Como estos, hay decenas de ejemplos de cómo en la antigüedad se tenía bien claro que el ser humano no puede ostentar por mucho tiempo el poder sin correr el riesgo de que este lo envilezca y como ya lo dijo un exgobernador queretano, después no quiera dejar el puestecito. Evidentemente los antiguos tampoco apostaban por la reelección, es más, ni siquiera confiaban en que el gobernante se retiraría voluntariamente y menos que se iría a su casa y despojarse del aura de sabelotodo; sin tener conocimientos de psicología, bien sabían que no puede dejarse a gallo viejo en gallinero nuevo.
Mucho antes de las leyes, las constituciones y el INE, el pueblo actuaba por intuición. Con la civilización se acabó eso de andar matando a los gobernantes, hubo plazos y normas para que se retiraran pacíficamente y de las elecciones democráticas que no acababan de serlo, esperábamos que en el milenio vislumbrado como el del futuro, imaginado con autos voladores, visitantes en Marte, robots que hagan el quehacer, fueran perfectas, ejemplo de civilidad y educación, paradigma de modernidad, y ándale, que en pleno 2021 para espanto de muchos vemos el escenario más anacrónico y antediluviano, los candidatos sabiéndose perdedores colocan a sus cónyuges, hijos, sobrinos, a sus empleados o compañeros de oficina en la lista de los que ni hacen campaña y aun perdiendo ganarán y recuperarán la inversión. Para los de a pie es un enigma cómo eligen a un candidato a lo que sea y a decenas de candidatitos, a regidores y hasta a presidentes municipales, por ejemplo, que surgieron prácticamente de la nada, bueno sí, salieron electos en la tómbola familiar.
Hago una propuesta formal para el próximo proceso electoral: que los candidatos, hombres o mujeres, a ocupar un cargo de elección popular, sean hijos únicos y permanezcan solteros durante los tres o seis años para los que fueron electos y después, por favor, se retiren. Ya lo dijo el filósofo, el poder es fuego que no purifica y la reelección es un insulto para los que ya padecieron la ineptitud del ambicioso. Las consecuencias AL TIEMPO.