Aún recuerdo el momento exacto en el que sentí que el mundo se me caía a pedazos y que mi vida, mi carrera política, mi trayectoria como oradora se caían en un pozo sin fondo para nunca jamás volver a ver la luz del éxito. Pensé en que no quería regresar a casa, no tenía cara para ver a mis padres o a mis amigos que curiosamente también fueron cómplices de mis victimarios, en esa confusión sólo pasaba por mis pensamientos el hecho inevitable de mudarme de ciudad, cambiarme el nombre, no volver al ámbito público y cerrar todas mis redes. Todo eso sucedió cuando un amigo de Jalisco me marcó muy apenado para preguntarme si era yo la chica que le había mandado solicitud de amistad desde un perfil de facebook que tenía mi nombre, una imagen de mi rostro y mi cuerpo. En ese momento era finalista y una de las posibles campeonas de un concurso emblemático de Oratoria en Comitán, Chiapas y estaba a las 3 de la mañana estudiando algunos temas que sospechaba podrían aparecer en la ronda de improvisación, a mi lado estaba un joven oaxaqueño que fue mi apoyo en esos días, cuando mi ritmo cardíaco se aceleró y no pude más que correr a la computadora a buscar ese perfil, cuando lo vi me sentí tan mal que sólo me solté a llorar.
Al otro día me reporté enferma y sin capacidad de subir a la tribuna, en efecto estaba enferma de culpa, porque para mís padres, para mis hermanas, para mis compañeros de Oratoria, hasta para los amigos y conocidos la única culpable de que esa foto estuviera en la red social era yo, estaba enferma de dolor porque nadie de los que estaban en ese concurso fue solidario conmigo al contrario todos se rolaron la foto, en lugar de darse de baja de inmediato el perfil éste seguía teniendo más y más amigos, muchos conocidos de la política que hoy se jactan de ser defensores de las mujeres en el ámbito virtual pero que sin problema alguno me llamaban “la de la foto”.
Cuando volví a Querétaro, nada fue igual, dejé de salir, de opinar, de divertirme, de existir.
Unos meses después el joven por demás brillante que había conocido en un certamen nacional me marcó por teléfono para decirme que una polemista poblana estaba pasando por lo mismo que yo, de momento lo que respondí fue que un día la gente lo iba a olvidar y que solo tenía que seguir siendo fuerte para no renunciar a vivir. Pero después me llamó Olimpia Coral Melo, no la conocía en persona, había escuchado que era la oradora del video pero jamás coincidimos, aún así desde el otro lado de la bocina y pese a los varios kilómetros de distancia Oli me hizo entender que yo no era la que estaba mal, que la pena la deberían tener los delincuentes que me estaban haciendo daño no yo, que ni a mi familia ni a mi hija, ni a nadie tenía que pedirle perdón porque además nadie de ellos tenía la calidad moral para otorgarmelo.
Juntas comenzamos “Mujeres VS la violencia de género” y así inició la lucha, tocamos infinidad de puertas, aún con el miedo encima y soportando las críticas e incluso burlas de muchxs me día a la tarea de hablar del tema, de explicar una y otra vez que compartir la intimidad de las mujeres sin su permiso es violencia, hicimos foros, charlas, mini protestas porque antes ni quién se sumara a la causa de unas dos tres locas y “promiscuas”. Debo reconocer que había días en los que me encontraba tan cansada y tan enojada con cada caso que comenzó a llegar a mi que me daban ganas de claudicar, sentí en diversas ocasiones que tener acceso a la justicia no nos iba a tocar ni a mi, ni a nadie, porque antes de que existiera Ley Olimpia denunciar estos casos era igual que querer respirar oxígeno bajo el agua: imposible. Reiteradas veces nos enviaron a promover un amparo o sencillamente nos decían: aquí no se denuncia eso y ni existe.
En la mayoría de los estados ha sido una lucha complicada porque las y los legisladores jamás comprenderán el dolor de vivir violencia digital, hoy estamos a unos días de que se pueda aprobar la ley Olimpia a nivel nacional para darle acceso a la prevención y la justicia a miles de mexicanas pero necesitamos empatía y sororidad para comprender que la violencia digital de género existe, daña y asesina. Afortunadamente y con ayuda de Olimpia me pude levantar para continuar mi camino con dignidad, pero Ingrid y Rosabelina no pudieron. Si me dieran a elegir jamás desearía haber vivido esa experiencia, ahora que soy sobrevivente quiero que ni una más viva que lo que yo sufrí. Quiero de las y los legisladores que piensen en mi historia, en la de Olimpia, en la de Rosy, en la de Liz y que no se les olvide porque si no aprueban ya la próxima semana la reforma la digna rabia de todas y por todas se convertirá en revolución.