Tras sus peripecias tabasqueñas Andrés Manuel López Obrador se instala en la ahora Ciudad de México donde continúa militando en el Partido Revolucionario Institucional. Con poca fortuna, por cierto. Pues que los ‘señorones’ no lo ven con buenos ojos. Es desaliñado, sucio; su capacidad intelectual es limitada; su lenguaje pobre, demasiado sureña su dirección. No parecía tener futuro. Era lo que podríamos llamar un mandadero. Pero eso sí, ambicioso y perseverante. Poco a poco, se va encaramando hasta llegar a donde hoy está, de tal suerte que aquel joven obediente, es ahora quien manda. Como en el relato fílmico de Joseph Losey (El sirviente, 1963), el criado se convierte en el amo en una especie de intercambio de roles. Es la dialéctica del amo y el esclavo muy hegeliana. Pero el despojamiento del poder del amo, concluye en una revancha a la que acompaña la destrucción moral del adversario, en un desorden incontrolable.
Arriesgo la hipótesis de que el espíritu vengativo del presidente no proviene tanto de sus derrotas electorales, como de las humillaciones sufridas, de esa exclusión de la que fue objeto de parte de las élites gobernantes. De ahí su pretensión de cambiar todo, transformar una nación, aunque no pone la mirada en el porvenir, sino, enfermo de nostalgia intenta recuperar lo que el viento de la historia se llevó: un nacionalismo anacrónico, una estética política musicalmente sorda ante los sonidos de la orquestación planetaria.
No hay novedad en el frente, diríamos. Ni un nuevo régimen. Es el viejo, el parido por la Revolución Mexicana. Pero ya a destiempo. ¿O dónde está lo inédito? ¿En sus ‘mañaneras’ desgastadas como la escalinata por donde por donde suben y bajan los turistas en Florencia, por cierto diseñada por Miguel Ángel?
¿Qué espera el presidente? ¿Ser idolatrado como el redentor de la Patria?
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Cuando José Stalin murió, una multitud de súbditos acudió a contemplar el fiambre del tirano, mientras los altos burócratas se disputaban el poder. Y fueron éstos quienes ejecutaron a Beria, su implacable mano represora, e incineraron su cadáver en mitad de la calle, en las narices del corpulento Nikita Jrushchov quien habría de suceder al dictador y que denunciaría, para curarse en salud, los crímenes de su antecesor en el XX Congreso del Partido Comunista. Nothing is forever.