A poco tiempo de haber practicado indirectamente la persuasión electoral, mediante los anuncios de disminución de la edad para formar parte de la legión de ancianos (y no tan viejos), bendecidos por su interminable munificencia duplicada, el Señor Presidente conminó a los gobernadores de la corte palaciega para el compromiso colectivo de no inmiscuirse en las elecciones, y todos simularon y todos bailaron la tarantela.
Todos se derramaron en el fingimiento de un acuerdo por la democracia aun cuando ni uno solo de ellos hará nada por tomarlo en cuenta, porque ni ellos ni el Ejecutivo tienen facultades formales para actuar en las elecciones de manera legal. Y si lo hacen será ilegalmente, lo cual no halla impedimento en el compromiso teatral de un pacto de humo. De esa manera el acuerdo ya mencionado terminó firmado en el hielo.
Los rejegos y los solícitos, los gobernadores conversos, los oportunistas y los hipócritas, los advenedizos y algunos más; los afiliados a la Conago y los renuentes del pacto federalista (otra entelequia amorfa y sin sentido, como si la primera no fuera un vacío entero), se dejaron llevar por esta canción de sirena:
“…Hoy firmamos el Acuerdo Nacional por la Democracia con la gobernadora, la jefa de gobierno y los gobernadores del país. Todas y todos nos comprometimos a garantizar elecciones libres, limpias y respetar la voluntad del pueblo”.
Hermosas palabras todas ellas. La voluntad del pueblo, ¿puede haber algo más bello? Garantizar elecciones libres, vaya cosa de alta preciosura. Casi el paraíso.
Pero la verdad es otra: ni el presidente dejará las elecciones al garete y continuará incidiendo en ellas a través de sus propaganda mañanera y el denuesto a sus adversarios, ni sus relativamente firmes opositores dejarán de actuar en los escasos límites de sus capacidades para frenar el triunfo del partido oficial.
Por eso, para incidir en las elecciones directamente sino en los pasos siguientes, como la distribución de los diputados plurinominales, por ejemplo, el Ejecutivo le ha dado órdenes a Mario Delgado para iniciar un litigio contra el Instituto Nacional Electoral cuyos acuerdos para evitar la sobre representación afectan la maquinaria de la futura aplanadora en San Lázaro.
El litigio, en el seno del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, tiene cantado el fallo: sí señor presidente, como usted ordene. Dóciles cervices en esa institución. Cogotes de hule, cintura de fuelle.
Dijo el consejero Ciro Murayama entrevistado por Joaquín López Dóriga:
“…Confío en que el Tribunal vea que estamos haciendo un esfuerzo por hacer valer la Constitución, por acatar su sentencia y hacer valer el voto de la ciudadanía; por proteger que la pluralidad que existe en nuestra sociedad se refleje en la Cámara de Diputados, sin subterfugios ni alteraciones artificiales”.
Pues con todo respeto para Ciro, no le vaya a pasar algo por confiado. A una prima mía, en esas condiciones de extrema confianza, ahora ya no le cierra el abrigo.
Dice Morena:
“…La aprobación del acuerdo impugnado forma parte de un tenebroso plan bien orquestado por el órgano electoral responsable para cometer un fraude en contra nuestra, al grado que en una maniobra oscura y vergonzosa, algunos consejeros afines al PRI-AN, a menos de tres meses de la elección y tres días del registro, cambiaron las reglas legales para afectar a nuestro movimiento e impedir a toda costa que no obtengamos la mayoría…”
Y revira Murayama:
“No se trata de ningún hecho tenebroso por los consejeros. La votación fue de nueve a dos a favor del acuerdo y tres de los cuatro consejeros que se nombraron en esta Cámara de Diputados, con amplia presencia de Morena, respaldaron el acuerdo.
“No se trata de ningunos conspiradores, enemigos de algún partido, se trata de la autoridad electoral y como árbitros tenemos que hacer cumplir la Constitución”.
Esta queja podría dar para una nueva serie de Argos:
“El Santo contra el INE tenebroso”.
CIURANA
Oscar Chávez, Yoshio, Armando Manzanero, Arturo Castro, Vicente Rojo y ahora Alberto Ciurana. Con todos ellos, en especial con Alberto, mucho tiempo compartido, mucha historia.
Las chamarras en el hipódromo decían “El grupo de la muerte”. Por la pista corría una yegua: “Miss Ciuri”. Galopaba “El rumor”·
Hoy el grupo de la muerte ha ido dejando de ser una humorada. Hoy los amigos parten. Unos al trote de la vida; otros al galope de la epidemia.
Pero como dijo Félix frente a una alberca sin agua: todo vacío es espantoso.