Que la vida es fugaz y se nace para morir, es el mensaje que conlleva la tradición católica de imposición de ceniza en la frente, en la cabeza, quizá agacharla es símbolo de humildad y aceptación de nuestra fragilidad. Hoy, con palabras del autor José Revueltas, “el luto humano” nos envuelve y oprime el corazón.
Para la mayoría la muerte pandémica es un hecho inédito que de vivirlo tan cerca, un día nos deja perplejos, otro nos hace sentir sobrevivientes, victoriosos, sólo para tumbarnos de nuevo ante el espanto de otro muerto, de veinte, de treinta, cuarenta y más que no caben en las cifras pero que desbordan los servicios funerarios. Tiempo sin igual en el que no se puede velar a los muertos, abrazarse al féretro como si fuese el cuerpo que se va, acompañar en su duelo a los familiares durante la novena de rosarios o misas o aunque sea reuniones en tanto el doliente asimila su pérdida. Tiempo en el que se muere solo, en el que el cuerpo inerte se queda en fila de espera para la incineración hasta que un día sin fecha prevista entregan un recipiente que dice contener sus cenizas…. Al polvo volverás.
Incinerar un cadáver es modalidad a la que nos orilló, por una parte, la insensibilidad de las autoridades y por otra, querer evitar el dolor. En las leyes civiles de Reforma se ordenó que los panteones estuviesen en las afueras de la zona poblada, que los administrara la autoridad civil y que ahí se sepultaran todos sin distingo y por lo tanto estar al alcance de cualquiera. En menos de un siglo los panteones quedaron ahorcados por casas y edificios, los gobiernos municipales en turno regatean el terreno para crear nuevos, alientan la inversión de particulares para edificar camposantos verticales, caja de miles de cajitas; encarecen el servicio de los panteones civiles con el mercadeo de criptas para cenizas. En Querétaro, el pasado mes de noviembre el gobierno municipal puso a la venta mil veinticuatro nichos al precio de doce mil pesos y al peor estilo de ganar- ganar, quien los compre deberá pagar, además, una cuota anual de por vida, dizque para mantenimiento, cuota tasada en 7 UMAs que por lo pronto asciende a 608 pesos. Es decir, no basta que de un terreno reciclado del propio panteón del Cimatario el gobierno obtenga doce millones 288 mil pesos, todavía quiere amarrar al doliente con una cuota sin fin.
A la avaricia gubernamental se suma el muy humano comportamiento de querer evitar el trauma de repetir una y otra vez el dolor de la despedida en el proceso de enterrar a su ser querido. Es bien sabido que evitar las etapas del duelo, es solamente prolongarlo. La velación, los rezos, el acompañamiento de amigos y familiares, y aún el féretro y la tumba con dimensiones humanas, es un procedimiento de aceptación paulatina de la irreparable pérdida. No asimilará igual la partida de su ser querido, quien al verlo muerto confirma lo inaceptable, quien durante horas se despide y le reclama y le promete y le llora a un cuerpo inerte, que quien le vio partir sano o enfermo pero vivo y le ve regresar en un recipiente que dicen contiene sus cenizas.
Vivir tiempos inéditos incuestionablemente nos dejará cicatrices, seremos montañas de historias de sobrevivencia y de lamentos por los que les alcanzó la muerte aún en el encierro y a pesar de él, de las prematuras, de las que no tenían por qué ser. Por salud mental estamos obligados a darnos espacio de vivir los respectivos duelos para no marcar la vida por el dolor y el coraje. Habrá que morir un poco si queremos vivir con alegría AL TIEMPO.
“Fuiste hecho de polvo y al polvo volverás”