Los de sesenta y más, todavía conocimos, platicamos y nos nutrimos de las experiencias de quienes vivieron los estragos de la Revolución Mexicana y sus “revolucioncitas”; muerte, hambre, orfandad, despojo de bienes y dignidad, desaparición de personas, injusticia, mucha injusticia en nombre de la justicia. De todo aquel remolino de violencia uno cuantos ganaron pero a millones de observadores y víctimas sólo les quedó la lección: no al odio, no a la violencia, no a la ignorancia, no al sectarismo.
De los polvos de aquellos lodazales nació la necesidad del estudio y muchas mujeres, sobre todo ellas, enviaron a sus hijos a la escuela, si no había en su pueblo, buscaron en otros, si no había dinero los enviaron al seminario o conventos o de arrimados con alguna familia de ciudad que a cambio de trabajo les permitieran estudiar; preferían perderlos en el ambiente citadino antes que en los campos de batalla. Para reconstruirlos les enseñaron a ser tolerantes, a perdonar, a dialogar y a fundar una familia que fuese roca para asirse y puente para trascender, hijos y nietos que como aspa de molino les impulsaran en el hastío y a sabiendas de que cambiar el destino de una generación a otra, era tarea titánica, les siguieron cubriendo con el escudo de la religión, como un acto de amor para alcanzar lo imposible al ser humano.
Cien años después, son insuficientes: universidades para dar cabida a hombres y mujeres que desean estudiar, fuentes de trabajo para quienes sí lo hicieron, casas para que vivan más de tres y viven hasta diez, salarios, agua, comida, hospitales, medicinas, cárceles, servicios y transporte público, vaya, de unos meses para acá son insuficientes hasta los crematorios y panteones. Falta también madurez para saber que no todo lo que brilla es oro, para dialogar porque las palabras están cayendo en desuso aplastadas por los emojis, por los memes, por abreviaturas que no lo son, y no sabremos nunca en cual de esas y cientos de carencias más, se incubó el huevo de la serpiente de violencia y odio hacia la vida misma.
A falta de guerras la gente se auto infringe heridas, en nombre de ser dueño de su cuerpo paga para que se lo perforen, mueren por no querer comer o mueren de comer, se ha vuelto moda el que algunas mujeres destruyan los bienes públicos o privados, claro, nunca los suyos, para hacer notar su odio a los hombres y más de alguna de éstas, espera que un marido “la saque de trabajar”, justifican ser violentas porque han sufrido violencia sin considerar que también los hombres y niños y jóvenes la han sufrido y que cambiar depende de cómo eduquemos a quienes nos corresponda educar. Se aísla a niños y adolescentes para que no den lata y ellos acaban conociendo un mundo virtual que primero los atrapa y pronto, desalmado como es, máquina voraz, los engulle o los expulsa, los traiciona.
“Quien siembra vientos cosecha tempestades” dice una sentencia milenaria, nadie debería alentar, ser permisivo u omitir actos de tan violentos que caen en la barbarie. La vida es demasiado valiosa para volverla una ficha de cambio de todo o nada. Las consecuencias AL TIEMPO.