Ciudad de Querétaro, agosto de 1914.
El encono y molestia del joven dulcero Felipe Olguín —de familia oriunda de más de cien años de existir en estas tierras — es porque su hija la menor desea estudiar una carrera ¡imaginen una mujer haciéndola a las labores fuera de casa! Es una verdadera falta de respeto.
No solo le incomoda que su hija sea tan irreverente ante tal cuestionamiento, sino que le molesta en verdad es que no quiera casarse de la manera tradicional, que busque un pretendiente, que la corteje y sea la línea correcta de todas las mujeres en esta ciudad.
—¡seré el hazmerreír de todos mis amigos! — confiaba molesto a su mujer.
Ya varias veces le había llegado el rumor que había una amiga de su esposa que le calentaba el oído a la niña:
«… mira hija mía, los momentos no están para que solo seas una mujer ¡busca independencia! ya las escuelas serán en pronto una realidad, podrán ir los niños que quieran a tomar instrucción de párvulos, luego vendrán las letras y las operaciones, después tendrán que aprender más cosas ¿cómo te imaginas que aprenderán de libros, de castellano o de otra materia de más avance? Ni modo que les enseñen sus papás, la mayoría ni leer saben, el futuro hija mía es ser maestro…»
La pequeña chica ponía atención a la anciana amiga de su madre, quien toda la vida ha enseñado desde su casa a leer a infinidad de niños de la ciudad, en mucho sin cobrar, pero algunos padres de familia sí le dan unos pesos —que en su mayoría eran de denominaciones de 5 centavos de níquel— una bolsita de unos treinta de a cinco eran suficientes.
A la niña Paz solo le tocaba por cada cuatro clases pagar cinco centavos de níquel, en aquellos años el pago de varios sueldos de la gente que trabaja en gobierno era de dieciséis monedas de oro con cuatro pesos de plata y veinte centavos de bronce.
Un comerciante común ganaba unas treinta monedas de cinco centavos al día —si había buena venta— y en las peores unas seis.
¡Así que la educación era de costos altos! —o así se lo hacían ver a la jovencita Paz— si ayudaba en el obrador de los dulces —actividad permitida en ciertas horas por lo de los trabajadores varones— podía recuperar unas diez monedas en una semana, con ello se pagaba sus estudios —situación que desconocía su padre— que a bien de saberse le costaría una buena azotada con vara del árbol de los membrillos.
Cada lunes puntual Paz camina hacia obtener la leche de los establos que son de línea pegados a la llamada calzada de Belén, en donde los lecheros ya tienen lista cada cuenta de cubo para lograr despachar cada litro, ahí se encuentra en constante oportunidad con su amiga Teresa Medina, una chiquilla de solo diez años de rizos duros y carita de pícara, las dos tienen como una idea común ¡estudiar para maestras de escuela! —la verdad es que no hay muchas en la ciudad—, pero tienen un sueño que les ha impulsado la señorita McCormick:
¡Ser unas maestras mujeres y ganar su propio dinero! Un verdadero sueño.
—Cuánto llevas juntado? Yo apenas traigo veinte porque he tenido que dar algunas limosnas.
—¡Ya junté más de veinte pesos! — dijo Paz contenta — así que los tengo bien guardados para lograr inscribirme ¡aún no le digo a mi Padre, me dijo Madre que debía tener el momento propicio, la verdad tengo miedo de que me regañe por hacerlo, pero ¿cómo le digo que voy a otro lado? ¡debo decir la verdad!
—¡No tengas miedo Paz! encontrarás el momento ¿porqué no lo haces mientras se pone briago con los pulques el sábado?
—¿Estás loca? me daría un golpe que me desmayaría.
Las dos platican mientras caminan hacia la casa de las tías a las que tienen que repartir los ocho litros de leche que compraron —uno para cada una y que cargan con mucho reparo— pondrán la leche a hervir en cada casa, esperarán a que hierva —puestas al fogón— una vez lista dejarla reposar, para cuajar la nata que se utiliza en la realización de los panes o pasteles de la casa, en ello les llevará casi toda la mañana.
Cuando salía de casa de sus tías Paz se dirigía a acompañar a su madre a comprar las cosas de la comida, esta vez sería acelgas en jugo de tomate con arroz y frijoles —casi el menú de todos los días, porque llevan unos meses que la carne no llega a Querétaro— también les toca que los encargados de traer el durazno les manden al obrador de dulces la centena de la semana o no habrá manera de hacer la jalea y las mieles de durazno para el pequeño restaurante cafetería y nevería que tiene su padre frente al Templo de San Francisco, El Pavo Real.
Cañada de Caracheo, Celaya Guanajuato, agosto de 1914.
La pequeña Soledad es una joven curtida en el campo, re linda, sus manos ásperas de la siembra y sus pies ya resollados de tanto caminar le hacen ver la aventura de vivir re feliz.
Desde que comienza el sol apenas a asomarse ella ya lleva un rato de venir con los baldes de cuarto de madera con la leche que ordeñó di las vacas, son de cerca unos dos tiros de tierra desde el establo —pequeño y de apenas dos vacas— hasta la casa, un simple cuarto de apenas una ventana donde en petate duerme, junto a sus diecisiete hermanos —dos matrimoniados— así que entre más rápido se levante, ayuda en los quehaceres y se sale de aquel jenjenal de gente.
¡Chole de cariño le dicen! y “pus” tonta no es.
A sus simples catorce años ya quiere aprender a ler, le han contado que, a lo lejos, a medio día del sendero que lleva pa´la cuesta, se encuentra una maistra que les dice todo eso de las letras y números, pero que cuesta cinco centavos hacerse de una clase y que, si varios se juntan, les cobra veinte centavos por todos los que sean.
¡Ninguno de sus jodidos hermanos quiere aprender! así que, sin más, este día se ha decidido a preguntar y a que distancia le quedaría para poder hacer su quehacer y hacerse de aquello de los números y las letras.
Una vez se han levantado todos sus hermanos, jalan pá la milpa, están sembrando maíz y se requiere de harta chamba para lograr que el pozo, lleve toda lagua que necesitan las tierras, aunque le trabajan al patrón de la hacienda, su mercé les ha dado la oportunidad de que en esta cosecha logren quedarse con el total de la ganancia
¡El año ha sido bueno y las costaleras han salido repletas del grano!
Para el medio día —que es cuando paran pa´ evitar las cáidas por el sol y el calor— Chole decide hablar para que le dé su anuencia, pa´que juera a preguntar pa´ aprender eso de los números y las letras.
—Dime Chole y eso de los números ¿pa´que nos serviría?
—¡Uy Padre! haría que les contara las costaleras de a bien y “pus” de a tiro para que no nos haigan de a tontos.
—¡Y eso! ¿qué o qué? la leída ¿pa´ qué nos servirá?
—Con eso yo puedo leer las cartis que nos mandan desde juera y pos para saber más ¿qué a usted no le gustaría saber más?
—y ¿pa´qué?
—“pus” pa saber, lo del sol y las estrellas, lo de la luna…
—¡Ah dio! Y yo pa´ que chingaos ¿quero saber di eso? ansina como estoy, ¡estoy bien! conque me salga pa´lo del maíz y lo del agua, con eso me alcanza pa´ser feliz, ¿yo pa´que quero saber dil sol o di la luna? ande pues, ¡si a usted le quiere esas cosas! vaya y pregunte ¡le doy la anuencia y la bendición!
Chole contenta salió volada para lograr ver si miraba a la que llaman los demás niños “maistra” para que le digan di las veces que habría que ir y a cuánto costaría, su padre ya le había dado diez centavos más para ver si le alcanzaba ¡buena ayuda!
Cuando llegó a plena luz del sol, ya la “maistra” estaba platicándole de cosas a los niños, ella tomó un lugar en uno de los troncos cercanos y se sentó dibajo de una nopalera, a lo que mirándola la mercé hablaba le dejaba con una señal que se callara..
—… imaginen que la tierra en la que vivimos es redonda, como esta naranja ¡intenten pensar que esta tierra que vivimos es como la luna y el sol, que cuando le miramos, vemos que son circulares…
Pues Chole no se hacía a su cabeza de entender ¿qué era un círculo? ¿cómo que la tierra?
—¿Pus cuál tierra? ¿la di la patas?
Pero pensó que era de su menester hacer que terminará la “maistra” para hacerse de sus palabras y pagarle con la moneda de su padre y lo que ella poco juntó.
La señorita que hablaba terminó y dijo a los demás niños que se verían el próximo viernes…
—¡Recuerden contar con sus dedos! lunes… martes… miércoles…
—¡Sí señorita! — respondieron a coro.
Chole se acercó estirando la mano para darli las monedas, pero la “Maistra” le indicó que esperara.
—Dime jovencita ¿cómo te llamas?
—Me dicen Chole
—¿Cuántos años tienes Chole?
—¡Catorce! pero el mes que entra ya tendré los quince y mi Padre me dice que debo conseguir esposo ¡porque si no me quedaría pa´ vestir los santos de las iglesias! —decía y se persignaba—.
—¿Por qué antes no habías venido?
—No le sabía que asté estaba señorita, ansina al salir de misa me dijió mi primo Saúl, que arrejuntaba asté hartos mocosos para decirles lo de los números y letras y pos aquí estoy pa´ver si puedo
—Claro que puedes! mira bien, quiero que vengas temprano y me ayudes a acomodar los troncos donde se sientan tus compañeros, para que yo pueda llegar desde el pueblo y ya no pierda de más tiempo para comenzar ¿te parece?
—¿Yo seré solo la qui acomoda?
—¡No! también te podrás sentar a aprender, pero requiero disciplina, que no faltes ¿a cuánto estás de tu casa?
—No “pus” como a medio día de camino.
—Vente entonces de lo más temprano que puedas.
—¡Aquí estaré re temprano! verá asté.
Chole tomó de regreso a su casa, ya la tarde quemaba menos el sol, pero le quedaba la esperanza de que pudiera hacerse de un poco de eso de las letras, números y ¿por qué no? a lo mejor cuidaba de hacerse de ser igual que la “maistra” se le miraba re bonita y que sabía mucho.
—¡Se me olvidó preguntarle su nombre! que tonta, mañana lo haré.
Chole cuando llegó de a pronto fue a buscar a su padre que ya estaba regresando de la milpa con todos sus hermanos para la cena —que no había ayudado a su Madre y eso le pesaba— así que de inmediato hizo por atenderlos.
El hermano mayor Juan Prócoro le tiró un chiflón:
—¡Que de atiro la niña chiquilla quiere hacerse de las litras y eso de los números! ¡qué jija! si ya está en edad de criar…
Todos rieron.
Continuará…