La historia del ridículo en México no tiene límites.
Es –diría Albert Einstein— infinita, como el universo o la estupidez.
Este gobierno se ha empeñado en sacar adelante ideas verdaderamente jocosas, pero en el fondo ridículas, onerosas y dañinas a la postre, como esa de entregarle a un “artista visual” un proyecto de conservación ecológica y aprovechamiento “cultural” de un bosque en agonía, cuya “intervención” lo dejará sin una real recuperación forestal y lo convertirá en un demagógico parque lleno de bodegas y museos inútiles (si no fueran suficientes los abundantes ahora en servicio), como esa patraña del Maíz.
Pero entre todas las ideas delirantes e innecesarias, una destacaba por encima de todas. Habían inventado (el arquitecto antigravitacional Benjamín Romano y Gabriel Orozco, cacique del arte contemporáneo) una “calzada flotante” –como una ballena colgada de alambres–, para unir peatonalmente las varias secciones de Chapultepec, lo cual es una forma rebuscada y esnob de cambiarle el nombre a una rampa, paso elevado o puente.
Pero si todo eso no fuera suficiente hay más ocurrencias, como esa de unir el (abandonado) teatro “Alfonso Reyes” al aire libre, con un polvorín del Estado Mayor Presidencial, también inexistente, mediante un túnel de trazo ondulante y un puente suspendido para “senderismo” sin sendero. Por la supervisión de todo se presupuestaron seis millones de pesos mensuales.
“Pas mal”, diría el francés.
Pero ya lo sabemos: para estos mercaderes del arte contemporáneo, lo primero es bautizar las cosas con nombres conceptualmente apantalladores. Como los farsantes de la “cocina de autor”, para quienes un puñado de lechuga picada se convierte en una “cama de vegetales”. Ni durante sus meses de lactancia fueron tan mamones.
Pero como las cosas ya no son iguales y no nos asemejamos a los de antes, el proyecto de Chapultepec compite contra sus propias condenas.
Los neoliberales reaccionarios, neo porfiristas, racistas y clasistas, contrataron a Norman Foster para hacer un aeropuerto en un lugar equivocado. Fuera. Hoy contratan a Renzo Piano (magister dixit) para hacer un Jardín Botánico, en otro lugar equivocado, en la Primera Sección de Chapultepec, con lo cual aumentan las cosas incomprensibles: ¿por qué si se trata de hacerle una Cuarta Sección (para la Cuarta Transformación) a Chapultepec, se sigue pavimentando brutalmente y sin respeto la Primera Sección?
Nadie lo sabe, pero muchos lo aprovechan.
A fin de cuentas, la firma LBR&A (otra payasada eso de usar el signo “&” en lugar de la conjunción copulativa castellana “Y”), ya disfrutaba de una licitación por 187 millones (dice Reforma), junto con “Fredel Ingeniería y Arquitectura”.
Chapultepec –o su penoso residuo contemporáneo, cuyo destino no va a mejorar con estas ocurrencias del tendero “Oroxxo” –siempre ha sido una tentación para todo mundo desde los tiempos de Moctezuma o el Virrey de Gálvez, Maximiliano o Madero.
El otero y su magnífica foresta, sus manantiales y su sentido mítico y filosófico como puerta del Mictlán despertaron las ambiciones imperiales y republicanas. Lázaro Cárdenas lo mutiló para hacerse una finca solariega cuya extensión fue creciendo en cada gobierno. Hasta ahora cuando en vez de recuperar un área verde, se quieren mantener Los Pinos como símbolo de quien sabe qué.
Todos los gobiernos, unos más; unos menos, han abusado del bosque –como de una mujer violada sexenalmente–, hasta reducirlo a su triste condición actual: un polvoriento parque público donde no existe el césped ni los prados, ni el respeto por la residual naturaleza del maltrecho valle de México; los árboles
están enfermos y no hay zonas de recuperación racional.
Cuando no es una Montaña Rusa, es una patraña cultural o Los museos de la CFE o Del Niño. Pero no dejan en paz al bosque. Cada quien le da un mordisco como los tiburones de Hemingway en la novela del viejo y el mar, hasta dejar al gran pez en el puro esqueleto.
Todo cuanto hasta ahora se ha anunciado es rollo de vividores y gasto innecesario en tiempos de imaginaria austeridad.
Si en verdad se quisiera recuperar ese maltrecho pulmón urbano, sería suficiente con levantar lo pavimentado, remover la tierra, reforestar (así fuera con los clientes de “Sembrando Vida”); en lugar de sembrar concreto; demoler las construcciones innecesarias y buscar nuevos espacios para las proyectadas bodegas de arte y farsas culturales como los ya dichos Jardín Botánico o el Museo del Maíz.
Uno se podría preguntar: ¿Para qué queremos a Renzo Piano? O mejor dicho, ¿para qué queremos Chapultepec?