Durante más de dos años el Presidente López Obrador nos ha venido presentando en las conferencias mañaneras las acciones de su gobierno, acompañadas de un discurso maniqueo que ha provocado reacciones de varios sectores de la vida pública nacional, críticos pertinaces con fundamentos probados.
En los hechos, el oficialismo y los críticos, describen realidades distintas, lo que no es raro en un sistema democrático, sin embargo, es el radicalismo que se está percibiendo lo que en realidad debe preocupar.
El resultado electoral, inesperado en su dimensión, le permitió al Presidente presumir que la gente había votado por un cambio de régimen y extrañamente decidió que había un pueblo bueno y otro malo al que había que destruir. Lógicamente, cuando se sitúa en los extremos queda el punto medio sin atención y ahí se encuentran la clase media, la que depende de los empleos y del comercio formal, los inversionistas nacionales y extranjeros, productores agropecuarios, el micro y pequeño empresario que no tuvo ni tendrá apoyos en la pandemia y que ha sido dejado a su suerte, etc.
La realidad presidencial nos dice que vamos bien y que en su gobierno se aumentó el salario mínimo, que tenemos estabilidad en el tipo de cambio, finanzas públicas solventes y sanas, deuda estable, inflación controlada, que se ha ayudado a los pobres preferentemente, y que la pandemia está controlada; esto último lo viene diciendo desde hace meses a pesar de los casi 200 mil muertos.
La otra realidad, indica que hay una economía colapsada, que la pobreza laboral ha aumentado, el desempleo ha crecido, las reservas financieras se han agotado, las empresas del Estado siguen acumulando deudas y los combustibles siguen subiendo de precio, la inseguridad y el crimen campean y los muertos por la pandemia siguen estableciendo records mundiales, entre otras cosas más que señalan sus opositores. Otros temas, como la corrupción y la ineficiencia de las estructuras gubernamentales también son motivo de discursos encontrados y la suma de todos no está dejando espacios para el consenso y sí un amplio horizonte para el encono y la división.
En este escenario de confrontación que se perfila en la sociedad, cabe hacer un llamado a la prudencia, y ya que no es posible el entendimiento, al menos hagamos menos cruento el enfrentamiento.
Es evidente que quien detenta el poder no está dispuesto a cambiar y no cederá un ápice. José Woldenberg en su columna en El Universal del día 9 de febrero señala: ”Escuchar al Presidente es entrar en una dimensión plagada de simplezas, ocurrencias y mentiras…lo que dice todos los días es la forma en que piensa e imagina la realidad”, y finaliza su columna: ”Hay que escucharlo con atención. Porque lo que dice no es recurso solo manipulador, se trata de sus convicciones profundas. Una realidad compleja y abigarrada leída por un simple.”
A esa convicción y simpleza que señala Woldenberg, tenemos que sumar la tozudez que muestra y en estos tiempos ya no es su terquedad o simpleza lo que espanta a muchos, sino la incapacidad para gobernar con eficiencia. De todas formas se han expresado la intelectualidad, los científicos, los expertos, analistas políticos y económicos y a pesar de los ríos de tinta, ni se ha provocado ni nos hemos convencido, de que no habrá cambio alguno. La prudencia, el buen sentido, debiera habernos conducido a estas alturas, a entender que más que provocar un cambio se está fortaleciendo a una figura que en el enfrentamiento encuentra la savia para su fortaleza. La confrontación, el perenne adversario es lo que le hace fuerte y le da vigor al discurso polarizante que produce el apoyo del 60% que arrojan las encuestas. Al discurso totalitario no le interesa debatir sino descalificar; ante la crítica no hay debate solo denuestos y adjetivos calificativos a los adversarios, que estimulan el morbo popular y afirman la personalidad de ficta humildad e indignación que se ha construido el señor presidente.
En esta circunstancia cabe preguntar si vale la pena seguir insistiendo en que el Presidente cambie o modere su actitud de enfrentamiento permanente. Para que haya pleito tienen que haber dos contendientes y alguien debiera dejar de pelear, pero eso no lo hará el ejecutivo, porque con ello construye su propia realidad.
Es importante que se siga señalando lo que buena parte de la sociedad considera políticas equivocadas, aunque esto alienta el discurso manipulador, que se nutre, cada vez más con mentiras evidentes, con la perversa utilización de la comunicación a su alcance. Una realidad tergiversada para mantener o modificar percepciones, aunque haya otras evidencias maliciosamente desdeñadas o ignoradas.
Cada vez es más clara la existencia de dos realidades: la que dibuja el oficialismo y la que se percibe y empieza a ser notoriamente alarmante. La alternativa para no seguir fortaleciendo la demagogia oficial sería callar, sin embargo, peor será que al final tengamos que decir: Te lo dije.