Metros antes de llegar a la caseta de Palmillas, viniendo de México, hay una veintena de personas que detienen el tránsito y canalizan a los automóviles a varios carriles, provocando cuellos de botella por todos lados. Semanas antes había sido víctima de ese congestionamiento y el peligro consiguiente. La rutina es detenerse, de inmediato una enfermera saca la pistola para tomar la temperatura del conductor, al mismo tiempo que explica que se trata de un retén sanitario. Con estos antecedentes me detuve y al llegar con la enfermera, sin darle tiempo de nada, le dije que había traído el brazo fuera de la ventanilla del coche, por lo tanto, lo más probable, es que por el sol tuviera una temperatura superior, le sugerí que mejor me la midiera en el cuello. Me respondió que ya no estaban tomando la temperatura, que de lo que se trataba ahora era que le diera mi nombre para apuntarlo. Para probar su dicho me enseñó una carpeta y la pluma que traía en una mano. Le respondí que no entendía qué tenía que ver mi nombre con la medida sanitaria. Comentó sin más: – “Entonces si no quiere dar su nombre, tendrá que hablar con el doctor”. Sin darme tiempo a hablar me apresuró a avanzar y cambiar de carril. Metros más adelante me detuvo una persona uniformada que estaba acompañada por otras personas. De inmediato me espetó: “Entonces Usted no quiere dar su nombre”. Le respondí: “No me niego a dar mi nombre si me explica qué relación tiene mi nombre con la protección de la salud”. Agregué irónico: “Si me llamo ¿Policarpo soy un riesgo sanitario? ¿No lo es si me llamo Edmundo?”. Mi humor le cayó como patada en el estómago, en tono molesto e impaciente agregó: “Lo que queremos saber es si Usted se dirige a Querétaro a realizar una actividad esencial o qué va a hacer». Otras personas que formaban parte del grupo que detenía el tránsito se aproximó a la ventanilla, echándome montón. Al ver que había varios automóviles cerca del mío, pensé que había muchos testigos y que no me podían agredir. Si hubiera estado en una bodega abandonada, yo amarrado a una silla y ellos con tehuacán y chile piquín en las manos, les hubiera confesado de todo, hasta que maté a Kennedy. Momentáneamente envalentonado, le respondí: «¿Quién califica si voy a una actividad esencial? Por ejemplo, si el Señor Gobernador me invita a una carne asada. ¿Es una actividad esencial o de recreo? Si el partido Morena me invita a un bailongo ¿Es una actividad esencial o de puro vacilón?». Otro de los que acompañaban al “Doctor”, subiendo el tono de voz y acercando su cara a la ventanilla me dijo francamente agresivo: «Entonces no quiere cooperar con la autoridad. Ahora nos va a tener que decir dónde vive». Un tanto intimidado y poniendo cara seria e impertérrita como Benito Juárez, le respondí: «Por supuesto que quiero cooperar con la autoridad, sólo pido una explicación, si fueran tan amables de decirme ¿Qué tiene qué ver con la salud de los queretanos la colonia donde vivo? ¿Si vivo en Peñuelitas el bajo, ya no me dejan entrar a Querétaro porque soy un riesgo a la salud? ¿Si vivo en el Campestre sanitizo con mi sola presencia?». Las otras personas del grupo se empujaban para meter prácticamente meter su cabeza al interior del coche. Todos con miradas de puñales. Empecé a sentir que una gota de sudor frío me resbalaba por la columna de puro miedo. Alguien intervino en tono conciliador: «Mire mi amigo, es nuestro trabajo, díganos su nombre, profesión y su domicilio. Vea para atrás. Está Usted organizando un congestionamiento de tránsito». Diría Borges: «Detesto todo tipo de violencia, más la del Estado. Soy héroe civil». Respiré profundo y respondí ya también en tono pacífico: «Me llamo Edmundo González Llaca». Una mujer que cargaba una libreta apuntó mI nombre y lo dijo en voz alta. Al que llamaban “Doctor” me preguntó: «¿Usted es el que escribe en Plaza de Armas y hace un comentario en Radio Universidad?». Como un relámpago me surgió el padrón con los nombres de los que he criticado, al mismo tiempo que pensaba, si hay algún simpatizante de alguno de ellos, estaba perdido. Tímidamente asentí con la cabeza. El Doctor intervino: «Lo hubiera dicho desde el principio que es González Llaca. Pásele». Ya avanzando lentamente todavía me gritó: «Y ya regrese a escribir y a comentar. Se le extraña». Mi ego en forma automática desplegó su cola de pavo real y casi se me quitó el mal sabor de boca.
Ahora les quiero preguntar a las autoridades del gobierno del Estado ¿Qué objeto tiene organizar ese congestionamiento de tránsito, que no deja de ser peligroso para los automovilistas? Toda una parafernalia y ni siquiera toman ya la temperatura de los automovilistas, la que creo es la real medida de prevención sanitaria. ¿Es una forma de justificar una nómina? ¿Es el gusto queretano por el chisme de averiguar quién entra al Estado y dónde vive? ¿Utilizan los nombres y direcciones para las elecciones?
No se´. Tengo otra hipótesis. Maquiavelo decía: “Gobernar es hacer creer”. Las autoridades nos quieren hacer creer que cuidan de nuestra salud, que están preocupados por ella. Falso, el gobierno podría utilizar a esas mismas personas, que son aproximadamente una veintena, en al menos en dos turnos, para dar orientación sobre el virus en los lugares de más incidencia del virus. Pero eso no tiene la espectacularidad de parar a todos los automovilistas, sin importar el riesgo y la pérdida de tiempo. El mayor pecado de las políticas del poder público es: la simulación. Que no se resuelvan los problemas pero que parezca que los queremos resolver. Discípulos adelantados de Maquiavelo.