Se preguntó María llorando mientras nos contaba que Luis había decidido terminar su relación porque su familia no podría concebir la idea de que él estuviera con una mujer libre, independiente, fuerte, pero “con una hija” y “feminista”. Como Luis es un hombre muy apegado al núcleo familiar sencillamente decidió dejarla, sin importarle los esfuerzos que ella hizo por él, su entrega a la relación y claro las mil promesas que él le hizo ahí recostado en su pecho, nada de ello tenía más valor para él que para estar “en paz” con papi, mami y hermanxs.
¿Cuántos sapos más tengo que besar? Decía de manera repetida una reconocida feminista, que aún recibiendo homenaje nacional lloraba después de recibir un mensaje de su novio diciéndole que se iba de casa porque no estaba seguro de poder continuar con la relación después de esos 2 años de compartir la vida.
¿Cuántos sapos más tengo que besar? se repetía Alondra después de varias relaciones heterosexuales fallidas, de las cuales salió con el corazón roto, la dignidad hecha pedazos y la autoconfianza por los suelos. Y justamente esa es la pregunta que se hicieron nuestras madres, abuelas, la misma que a pesar de la época, de la edad, el estrato social, la educación que tengan, ronda por la cabeza de cientos, miles de mujeres que inevitablemente caemos en las trampas del patriarcado que también se disfraza de flores, corazones, de angelito con alas y flechas, de príncipe azul o de aliado.
Cuándo de amor se trata, muchas posturas son las que encontramos, pero al escucharnos entre nosotras las mujeres notamos con mayor frecuencia una: el amor nos ha dolido, nos ha costado, nos ha hecho sufrir incluso nos ha robado la sonrisa y la vida muchísimo más que a ellos.
El problema radica en que desde pequeñas se nos programa para convertirnos en lo que Coral Herrera llama «yonkies del amor» y entonces desde niñas consumimos cantidades exorbitantes de amor romántico en inmensidad de versiones, en canciones, en los cuentos de hadas, en las películas de princesas, en la misma historia, por todos los medios de comunicación se nos bombardea para comer chocolates, sufrir por el amor del otro, perdonar y seguir amando con todas nuestras fuerzas a «nuestra otra mitad» porque «el amor todo lo vale» y «el amor todo lo puede. Con el paso de los años y los sapos, nos damos cuenta de que no es tan sencillo, que las relaciones interpersonales son mucho más complicadas de lo que aprendimos en las pelis de Disney, que hay cosas que no se pueden perdonar, que por amor la violencia (en cualquiera de sus formas) no se debe tolerar y que aunque nosotras estemos llenas de amor, no es suficiente para que todo lo que soñamos se pueda concretar.
Algunas valientes mujeres se han dedicado a deconstruir el amor, han estudiado el tema, se han reunido a platicar con otras y se han armado de amor propio. Otras estamos en ese proceso, como todo proceso es sumamente complicado desaprender lo que succionamos desde bebés, lo importante es no claudicar. Y miles de mujeres siguen sufriendo por amor, muriendo por amor literalmente. A todas nosotras nos abrazo, nos entiendo, no es nuestra culpa sentirnos cansadas, tristes, preocupadas e incluso decepcionadas cada que nos preguntamos ¿cuántos sapos más tengo que besar?. Es el sistema patriarcal el responsable de fomentar adictas al amor romántico porque les convenimos enamoradas, atolondradas y dependientes, es cierto, pero también hoy sabemos que poco a poco podemos vencerlo, que si ellos no harán nada por trabajarse sus carencias emocionales, nosotras sí. Porque todas nos merecemos querer y que nos quieran bien, con todas las responsabilidades afectivas que ello implica, nos merecemos amar no perdidamente sino consciente y sanamente, nos merecemos toda la paz que nuestras corazonas claman, nos merecemos ser frutas completas, nos merecemos despertar cada mañana felices con las bragas húmedas y la sonrisa bien puesta, nos merecemos dejar de preguntarnos: ¿cuántos sapos más tengo que besar?