Cuando Hugo López-Gatell hablaba de aplanar la curva de los contagios, explicaba que contenerlos, tenía como propósito dar tiempo al sistema de salud de habilitar hospitales, muchos de ellos eran puro cascarón, reunir al personal médico y hospitalario, capacitarlo y dar tiempo a que los científicos encontrasen medicamento para combatirlo y vacuna para prevenirlo. Nos anticipó también que la epidemia nos cercaría paulatinamente hasta verla en nuestro circulo familiar y que sería larga, muy larga. Lo que vivimos hoy se veía venir, sólo se trataba de ganar tiempo.
Ante los anuncios de días de oscuridad, eclipses totales, apocalipsis de milenio, guerras nucleares, invasión extraterrestre o zombi, los mexicanos nos abastecemos de papel higiénico, velas benditas, esperamos que el dicho “que se haga justicia en la tierra de mi compadre” aunque sea por única vez se cumpla y que el fantasma de la muerte pase rápido, de preferencia mientras estemos dormidos y al día siguiente veamos en los noticieros que ya pasó, que hubo tantos miles de muertos, pero ya pasó.
La realidad es otra y se veía venir. Miles de estudiantes frustrados reclamaron durante décadas el no poder acceder a las escuelas públicas de medicina, buscando como aguja en pajar cupo para especializarse y hasta aceptaron trato inhumano al realizar su internado. Hoy faltan médicos y sobran lamentos. Millones de personas reclamaron a oídos sordos el fraude que les condenaba a vivir en casas sumamente pequeñas, tanto, que insistirle a la población que no salga de ella, es atraparla en medio del contagio. Quien crea que un enfermo del virus pandémico puede estar aislado en una habitación no conoce las carencias de la mayoría, dos, tres y hasta cuatro familias viven en la casita y en estos tiempos, rodeando sin pudor ni distancia al enfermo. Y si es irresponsable salir a la calle, más lo es no trabajar para llevar de comer, pagar la mensualidad de la casa o renta, servicios, no tener para comprar medicinas o pagar un médico particular. Las voces de quienes anunciaban que la catástrofe vendría por el estómago fueron opacadas por la industria refresquera y “chuchuluquera”. Tanto refresco corre por las venas de los mexicanos que el pet, se convirtió en otra industria millonaria, como la de los churros inflados de una masa enigmática que hasta es inflamable. Los huertos familiares quedaron en buenas intenciones y en foto de campaña. Antes de la epidemia 20-21 ya la había de diabéticos, hipertensos y barrigones.
Con harto papel higiénico y pantallas de tv gigantes nos preparamos para las lenguas de fuego sin imaginar que la vida dependía de un sorbo de oxigeno envasado en un tanque que ahora cuesta cuarenta mil pesos y que aun, quien tiene la suerte de disponer de ese dinero, que hasta para una familia de clase media representa dos salarios mensuales íntegros, debe ponerse listo para que no le roben. La Profeco ha bajado del “Face” mil doscientos perfiles y 130 páginas de internet que engañaban o vendían robado, concentradores o tanques de oxígeno cuya necesidad hoy es vital
Habiendo tantos vacíos que atender con urgencia para evitar la enfermedad y muerte, la estrategia de las autoridades locales es el terrorismo mediático, anuncios espectaculares creando culpa, anunciado muerte; igual que el discurso del vocero, culpando a diestra y siniestra, claro al pueblo, sin afrontar que este momento se veía venir y que los agarró con los dedos en la puerta, es decir, sin hacer nada efectivo, al menos que demuestren que cerrar una rosticería, un bar o incautar cajas de cerveza sea acción ejemplar ante la Organización Mundial de la Salud, AL TIEMPO.