Queridos lectores, llegué a mi obra número cuarenta y cinco tocando un tema muy sensible para los queretanos por aquello de que “para lenguas y campanas las queretanas”. Muchas de nuestras sonoras campanas fueron fundidas para hacer proyectiles durante el Sitio de Querétaro en 1867 por el bando imperialista, al mando del valiente e inteligente Ramírez de Arellano, pero además en 1917, concretamente el 7 de marzo de ese año en que dejó Querétaro de ser capital de la República y marcharse el gobierno carrancista, la esposa del Primer Jefe, Virginia Salinas de Carranza, decidió donar las campanas de San Felipe Neri y de La Congregación a un cura amigo de ella, el párroco de San Felipe Torres Mochas. ¡Háganme el recabrón favor!
Pues si bien perdimos muchas campanas no perdimos nuestra capacidad de juzgar al prójimo ni de inventar historias colectivas y personales, quizás hasta íntimas. El cotilleo queretano es proverbial, no solamente en la capital sino también en el interior de los municipios como mi vieja Cadereyta, la de mis locos años, la de la cal y el vino, la del dolor y el llanto.
Originalmente “cotilla” significa: Corsé armado de ballenas y hecho de lienzo o seda que usaban las mujeres; pero para los efectos de este libro nos vamos por la acepción española de la palabra. Cotilla significa chismoso o chismosa; corre ve y dile; preguntón; alcahuete; portador de noticias no muy verídicas o que siendo verídicas son imprudentes. También se dice de la persona que habla o cuenta (a alguien) acerca de secretos o cosas de otras personas. Persona que se entromete en un tema que no es de su incumbencia. Persona que se da a la tarea de propagar rumores.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra cotilla se refiere a una «persona amiga de chismes y cuentos». El origen del término proviene de una mujer llamada María de la Trinidad, que vivió en España durante el reinado de Fernando VII, y también conocida con el mote de Tía Cotilla. En Argentina está peor el significado, porque cotillear es “follar” para nuestros rioplatenses. Quedémonos pues con la acepción de España porque no vaya a ser que enojemos a los macarras de la moral de la Joya del Bajío Oriental.
Para terminar con esta semblanza reproduzco algunos versos de la afamada tonadilla “La Cotilla” que le dio la vuelta al mundo, pero sobre todo al vecindario de Carmelitas en el centro histórico queretano:
La temen en la vecindad, porque su lengua es veneno mortal. Si no sabe algún chisme, lo inventa, el caso es hablar por hablar.
La cotilla, la cotilla… vigila de noche el portal, siempre pendiente de quien viene y va, sus ojos a medio cerrar, parece que duerme y… ya, ya.
La cotilla, la cotilla… de día se asoma al balcón, no falta a ninguna reunión, se sabe la vida y milagros de quien pidas información.
Caiga quien caiga es igual, que sea mentira o verdad, qué más da, lo que importa es contarlo en secreto, a todo aquél que lo quiera escuchar.
Por ella en alguna ocasión, no llega a puerto feliz un amor, pues un casto beso que vio en horrible aborto cambió.
El mundo por ella giró, al son de corneta y tambor y el pan nuestro de cada día o el veneno que había en su voz.
A tiras le quita la piel al que en desgracia le llegue a caer y después se santigua diciendo: “Que Dios nos libre de él”.
La cotilla, la cotilla… no cesa jamás de espiar y en su cerebro parece anotar las cosas y casos que ve y que luego los repite al revés.
Es la cotilla, la cotilla… para ella es un deporte más, hablar mal de los demás, y jura que es de buena tinta lo que se acaba de inventar.
Descripción perfecta de La Cotilla queretana.