La infección cuya virulenta presencia ha causado el relativo aislamiento del señor presidente, tiene muchas consecuencias.
La primera, exhibe de cuerpo entero la ligereza incompetente de Hugo López “Gatinflas” quien el 16 de marzo del 2020 (hace casi un año) declaró sin base científica alguna:
“Casi sería mejor (dijo refiriéndose al presidente de la república), que padeciera Coronavirus, porque lo más probable es que (sic) se va a recuperar y va a quedar inmune y ya nadie tendría esa inquietud con él…”
Y como el resto de sus predicciones, mediciones, augurios, diagnósticos y habladas, resultó falsa: hoy se tiene una mayor inquietud con motivo de la enfermedad del Jefe del Estado, porque se trata de un cardiópata hipertenso y de edad avanzada, a quien (es su propio dicho), lo han corrido en terracería. Nada más.
También se demuestra la inutilidad del desdeñoso machismo sanitario. La negativa de usar un simple cubrebocas porque no se quiere dar una impresión de fragilidad, sólo aumenta la morbilidad y el riesgo de las personas y sus allegados.
Tampoco se puede ahora apostar por la eficacia de talismanes y consejos morales.
Para la pandemia no sirven ni honestidad, ni la vida sin mentiras, ni la honradez, ni el combate a la corrupción; tampoco las virtudes teologales, cardinales o la lectura del Evangelio.
Tampoco sirve condenar al neoliberalismo, ni hablar mal de los adversarios.
Sólo queda un recurso: demandar al Sagrado Corazón de Jesús en la Procuraduría del Consumidor, por el uso de la falsa propaganda. Nadie se protege o se cura con escapularios cuya milagrería resulta mitológica, propia de mentes poco cultivadas.
Ojalá a la señora Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, le funcionen sus gotitas mágicas, porque si ella se enferma y el virus ataca al resto del gobierno (ya le pegó a Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores y siguiente en el orden de bateo), acabaremos viendo a Lord Molécula o a Jesús Ramírez, en la homilía mañanera.
Tampoco el dinero o las buenas relaciones y negocios conjuntos con el gobierno de Argentina sirven para proteger la salud. Ahí tiene usted el caso de Don Carlos Slim. Con todo y su fundación para la salud, ocupa una cama en un hospital del gobierno: el Instituto Nacional de Nutrición.
Pero fundamentalmente el contagio presidencial demuestra lo erróneo de toda la estrategia.
Más allá de sus descuidos personales y su manía trashumante y caminante, quizá ahora el presidente –si no lo afectan las fiebres invernales– tendrá tiempo para reflexionar si de veras sus “científicos” son tan aptos como él los presume.
Pueden decir todo cuanto a la imaginación se les venga encima, disfrazar las estadísticas, inventar y luego desestimar modelos como el ”Centinela”; mentir abiertamente, engañar, negar y todo cuanto en gana les venga, hasta irse a Cipolite en vacaciones, pero el virus, los contagios y la parca desatada, siguen ahí.
Hemos pasado un año sin contener la propagación viral ni abatir la pandemia.
La plaga no se ha detenido y si se sigue por el mismo camino esperando la llegada de las ampolletas rusas prometidas por Vladimir Putin ´ó las otras muchas promesas, ofertas y remesas- de poco servirá el remedio.
Para cuando los vacunados de hoy –treinta millones para fin de este año si nos va bien –, terminen de inmunizarse, los no vacunados (una enorme mayoría), se habrán infectado los unos a los otros y la mortandad seguirá como hasta ahora.
Cuando López “Gatinflas” le deseaba a López Obrador un saludable y benigno contagio, no había muertos. Hoy los vemos hasta en los pasillos de los atestados sanatorios.
En el aspecto personal es muy lamentable la enfermedad del Señor Presidente, pero por desgracia lo personal pasa a un segundo plano cuando un hombre ha dicho de si mismo: yo no me pertenezco, le pertenezco al pueblo.
Esa frase convierte su caso en asunto de Estado. Y algunos dicen, de seguridad nacional.
Jesús Ramírez Cuevas, coordinador de Comunicación Social de la Presidencia, ha dicho sobre quienes relacionan esta infección con la crítica política: no tienen alma. Desalmados, pues.
No es una cuestión de alma, es advertir en ese caso el más notable contagio, para revisar las políticas públicas, tan erróneas hasta ahora como para no frenar la propagación y mostrar la crisis de un sistema de salud pública de cuyas deficiencias no se salva ni quien está en contacto cotidiano con el autor de toda la estrategia.
Pues ojalá el presidente mejore pronto.