De manera hasta cierto punto comedida, pero el Señor Presidente le ha metido un zape al imaginariamente autónomo fiscal de la nación, Don Alejandro Gertz, quien impetuoso como un Miura burriciego, embistió contra los Estados Unidos por el fiasco de la investigación contra el general Salvador Cienfuegos, amenazandolos con un inexistente tribunal internacional.
No soy partidario de escalarlo (el conflicto atizado por él mismo con acusaciones de fabricación e inexistencia de pruebas), dijo el Ejecutivo nacional quien prueba con esa brevedad lo imposible: ¿cómo escalar hacia una montaña inexistente?
Pero mientras ese elemento de la tensión se diluye por la intervención presidencial quizá otros muchos permanezcan latentes, aunque al parecer hoy el gobierno entrante en Washington, no tiene tiempo para ocuparse de los asuntos del vecino, porque con fulgurante velocidad el señor Biden desmantela con 17 golpes de pluma, los necesarios para firmar otras tantas órdenes ejecutivas (decretos), con las cual en menos de ocho horas barre con algunas de las estupideces de Donald Trump, especialmente la construcción del muro.
Y simultáneamente el presidente de México anunciaba de manera informal, desde el púlpito matutino, su determinación unilateral de establecer nuevas reglas en la relación bilateral.
Tres son las condiciones requeridas por México para nuestro nuevo acuerdo: no injerencia, respeto y orden.
De esa manera será posible lograr una cooperación para el desarrollo, alejada de la cooperación militar y policiaca de los últimos años.
Eso está bien, requetebién, diría el clásico, excepto por un detalle: es apenas la mitad de una fórmula. El otro cincuenta por ciento lo propondrá la parte complementaria, porque una relación bilateral, como bien lo sabe el notorio internacionalista Don Pero Grullo, es de dos.
Y aquí el señor Biden todavía no pone sus cartas sobre la mesa.
Este apresuramiento en exponer públicamente las condiciones requeridas para un nuevo trato con los Estados Unidos, me recuerda aquel galán de pueblo cuyo sueño era tener una relación con Sofía Loren a quien había jurado conquistar.
Yo quiero con ella. Nomás falta la otra mitad. Como bailar el tango…
Así pues el gobierno mexicano ya tiene resuelto el cincuenta por ciento de un acuerdo con Joe Biden para reorientar las relaciones. Lástima no haberlo hecho también con Trump frente a cuyos caprichos siempre hubo (digámoslo suavemente) ductilidad pragmática.
No es lo mismo decir, yes mana expresar con toda soberanía, si señor, sobre todo cuando se trata de frenar a los hondureños miserables y los salvadoreños en fuga, con tal de evitar aranceles progresivos y ruinosos en nuestras exportaciones y hacerle (son palabras de Porfirio Muñoz Ledo), “un oscuro favor a los Estados Unidos”.
Pero ese servicio fue suficiente por un lado para frenar las tarifas y mantener más o menos la fiesta en paz.
–¿Cómo? Bailando al son del anfitrión.
Pero esa agua ya no mueve el molino. Ya discurre bajo el puente y quedará para el análisis de sesudos historiadores quienes dentro de algunos años sabrán cómo se califica ese pragmatismo, si como defensa soberana de los intereses nacionales o sumisión resignada en defensa de esos mismos valores.
Para cuando eso suceda ni Trump ni López Obrador estarán quizá en este mundo, porque ya se sabe, Clío se toma su tiempo para redactar las doradas páginas de la memoria.
Hoy el presidente de México truena contra los anteriores. También en esta materia.
Censura a quienes callaron cuando se violaba la soberanía nacional (pobre soberanía, como mujer en manos de Salgado Macedonio) y nos insiste cómo ahora ya no es así, y con esa claridad nacionalista explica y justifica la publicación de los defectuosos expedientes infamantes y calumniosos contra un mexicano y nuestras fuerzas armadas, las cuales –ya se sabe—están conformadas por el pueblo uniformado y una oficialidad surgida de las bases sociales de la nación.
Muy lejos de la elitista condición de los ejércitos de otros países.
Y si bien hoy la embajada estadunidense en México está acéfala, el Señor Presidente advierte: ya pasaron los tiempos en los cuales el embajador hasta se permitía opinar (sin nadie para llamarle la atención), sobre los asuntos nacionales.
Y si esa es una advertencia o un requisito para conceder protocolario “placet”, pues queda informado Don Joe: no queremos un embajador parlanchín, crítico, censor o siquiera opinante sobre nuestros asuntos. De preferencia un mudo.
–“Que no vengan a meterse en asuntos que nos corresponden a nosotros”, ha dicho con toda claridad.