En cosa de horas, Donald Trump abandonará la Casa Blanca. Será un alivio para los estadounidenses sensatos, esta vez mayoría, y para la humanidad entera. Los daños causados por este sátrapa son incontables. Narcisista y megalómano prometió devolverle a su país una grandeza perdida, aislándolo del resto del mundo en plena mundialización del acontecer histórico. ¿Cómo pudieron creerle algo a este delincuente, evasor de impuestos, racista descarado, paladín del odio, gesticulante personaje que fatigó sus horas negando el cambio climático, la pluralidad democrática, incluso, en un inicio, la pandemia? Cuatro años solamente. Toda una era trágica que pretendió prolongar otros cuatro. Intento por fortuna fallido. Pero como el mal perdedor que es alegó un fraude incomprobable. No le quedó entonces sino instigar a sus huestes a la toma violenta del Capitolio, ‘tuitear’ con desesperación, mas ni eso logró, pues que las puertas le fueron cerradas.
En este sentido, cómo pudo el cacique de Macuspana defenderlo en nombre de la libertad de expresión, callando el asalto a la sede del Congreso. Solo lo comprenderemos si observamos a nuestro aldeano presidente mirarse en el espejo de su pasado, violento siempre, desde muy joven, acostumbrado a pisotear las instituciones, ignorante de lo que significan las leyes. Trump y López, hermanos gemelos, grotescos ambos. De ahí que no debe extrañarnos que el estadounidense se haya despedido del mexicano a quien llamó “amigo”, pervirtiendo así la palabra amistad, pues ésta, en su sentido recto, es una alegría de personas honestas, una virtud, una dicha, una necesidad espiritual.
Es posible que el señor de Macuspana haya recibido con timbre de orgullo tal deferencia, pues es de tal suerte extraviada su conciencia que no alcanza a percibir la vergüenza de ser así considerado por quien ha ofendido hasta el cansancio a los mexicanos, pues, inmerso en sus prejuicios, somos criaturas inferiores. Simplemente por el color de la piel, por no hablar con propiedad su lengua, por estar destinados a las labores de servidumbre. Pero ese ‘concepto’ en que nos tiene no le concierne al de Macuspana, ufano de esta ‘condecoración’ ignominiosa.
Pues bien, el ‘amigou’ se va. El otro que permanece por unos momentos. Hasta que se ‘jubile’, según él. O hasta que el tiempo dicte su sentencia, la de que no somos sino una gota de agua en el caudaloso río de la vida.
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Recuerdo aquel momento delirante en el que López, después de haber perdido las elecciones, se colocó en el pecho la banda presidencial. En aquel entonces le llamé a Carlos Monsiváis para preguntarle qué pensaba acerca del asunto. Se abrió un silencio, y solo respondió con un verso de José Alfredo Jiménez: “si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida”.