El señor de Macuspana alista la lengua bífida delibando en qué carnes alojará su ponzoña esa mañana. ¿Algún medio de comunicación, un adversario ‘neoliberal’, un conservador imaginario? Lo decidirá en el momento, cuando, desde la alta tribuna de la Nación, el desatino haga de las suyas, no sin antes mirarse en el espejo con un aire de frustración pues sabe que la concurrencia será escasa como lo dicta la sana distancia. Y nostálgico de la comunión con las masas, tendrá que atemperar aquellas vociferaciones que evocan al siniestro austriaco, el del mechón sobre la frente, que daba por hecho el exterminio de judíos y comunistas. El espejo, pues, le ha revelado a López que no habrá más turbas babeantes, que solo queda el soterrado placer de odiar, la desaliñada retórica contra la corrupción, la propaganda como clave de un ‘nuevo régimen’ transformador, las promesas jamás cumplidas, pues que los recursos se agotan pese al saqueo de fondos supuestamente inútiles, a las mutilaciones presupuestales que dañarán a sus mismos colaboradores, de por sí ineptos como la Sra. Sheinbaum, responsable, a fin de cuentas, de accidentes como los del “Metro” por falta de mantenimiento de ese sistema de transporte colectivo de cuya movilidad dependen millones de usuarios en la Ciudad de México que por ahora van de aquí para allá en camiones de redilas, patrullas, apiñados, corriendo el peligro de contagios evitables si de por medio hubiese un poco de cordura del mandatario federal.
Y todo esto ocurre porque al señor de Macuspana solo importa el mercado de los votos que él cree habrá de obtener de las dádivas clientelares, aunque el país se hunda pies. “Vamos bien”, dirá, convencido frente al espejo, antes de derramar su cinismo en todo el territorio, ajeno a los abucheos de quienes han perdido a sus seres queridos, víctimas de la pandemia.
Si el señor conserva el poder (quintaesencia de su conservadurismo) lo demás no le concierne. El líder del Nacionalsocialismo aseguraba que el ‘Tercer Reich’ duraría mil años, pero la historia apenas le concedió doce: 1933-1945. Amén de un cobarde suicidio junto a su amada Eva y la mayoría de sus secuaces. En paralelo, el mandamás tabasqueño asegura que no habrá marcha atrás. Pero la democracia, que él destruye día con día, puede depararle sorpresas como a cualquier autócrata maligno con ese sentimiento de ser eterno. Marco Aurelio, el emperador romano, amén de sabio estoico, decía: “Cuán rápido desaparece todo”. Ahí está Donald Trump, derrotado, a quien de nada valdrá el asalto incendiario al Capitolio. Ya nada hay para él sino la deshonra y el silencio de un payaso despedido. ¡Cuidado, señor López, con el “agua mansa” de Joe Biden! ¡Cuidado con el espejo!