Diana Bailleres
La noticia me sorprende por la noche en el noticiario. La reflexión me asalta por la mañana. ¿Cómo puede la democracia norteamericana ser tan vulnerable? ¿Cómo pudieron ser atacados los símbolos del sistema político y democrático norteamericano? El asalto vandálico al Capitolio no sólo fue a un edificio y todo lo que simboliza, sino también hacia quienes se encontraban en el interior, haciendo un trabajo que se ha realizado cada cuatro años durante casi 250 años: la validación del nuevo presidente por el Congreso. Se encuentra en el protocolo de un proceso constitucional. Es parte de las reglas institucionales.
En México podemos decir que el vandalismo ya no es raro, cada vez que alguien se inconforma con los resultados electorales, hasta que un instituto electoral legitima su triunfo y aún así, hay huéspedes nuevos, en la plancha del Zócalo o en las principales avenidas de la capital del país. Lo ocurrido en Capitol Hills me lo recuerda, pese al silencio que nuestras instituciones nacionales han mantenido respecto a este terremoto político que ha conmovido al mundo tanto como el ataque 9/11 en 2001.
Inmediatamente me viene a la mente la debilidad de nuestra democracia. Cualquier día nos pueden hacer pedazos. Nadie estará allí para defendernos de la barbarie, ni está, como sucede en nuestra cotidiana realidad. La toma de espacios porque no les ha quedado más nada por hacer a los padres de niñas abusadas y asesinadas, que encadenarse a un edificio de la CNDH y después, éste sea tomado por la fuerza por quien sea que se sienta ignorado por las instituciones, son casi la normalidad. Un síntoma de ausencia de institucionalidad. Ausencia de estado de Derecho.
De nada han valido las revoluciones, los siglos que como sociedad llevamos creando y recreando instituciones imperfectas sí, como somos, productos nuestros, pero perfectibles; de qué sirven entonces estudios sobre la política, sobre las formas que toma la democracia y de qué la libertad y la comandancia de los individuos sobre sus instituciones, creadas y promulgadas para la mejor convivencia en sociedad. Cualquiera se siente con derecho a violentarlas. Por eso han sido tan frecuentes las dictaduras en los países donde cualquiera puede dar órdenes pasando por encima de los demás poderes. Como si volviéramos a los tiempos de “el Estado soy yo”. Monarquías desconfiguradas, mesianismos falsarios. La democracia moderna es el sistema más tolerado en el mundo y creo que también el más tolerante porque ha permitido el ascenso de quienes no califican para la dirección de un conglomerado social complejo como es cualquier estado contemporáneo. Ejemplos hay múltiples.
En su texto, Los enemigos íntimos de la democracia, Tzvetan Todorov ya advertía de la peligrosidad y los riesgos que se corrían en las democracias donde arrecia la xenofobia y el nacionalismo excluyente como lo mostró desde su campaña electoral, y durante su administración, que parecía eterna, el actual y con todas las agravantes para ser depuesto, presidente de Estados Unidos.
Me entristece. No porque se trate de Estados Unidos, sino por su fragilidad. Es un país que admiro en muchos aspectos de su historia, su cultura, de su aporte al avance tecnológico, pero lo encuentro denostable en muchos sentidos, por ejemplo, su intervencionismo territorial. Es notable que su sistema político ha sido modelo imitado por muchos países. El nuestro, el primero, allá por los años de la primera república federal en 1824. Este sistema le ha permitido, a nuestro vecino, durante dos siglos y medio un avance tecnológico que nos ha permitido al resto del mundo, vivir con mejorías en muchos niveles de la vida, porque todo lo creado e inventado por ellos, ha sido exportado, desde la bombilla incandescente hasta los aviones, aunque sus detractores refieran inmediatamente al capitalismo feroz y al capitalismo extractivo, rapaz y contaminante, como es siempre la contraparte dialéctica del desarrollo de las fuerzas productivas. Inevitable. La pandemia es parte de ese proceso. Pero el ataque a la democracia no lo es. Incitar al terrorismo, al vandalismo tiene un responsable en quien lo hace, ahora a través de las redes sociales y tiene nombre. Es fácilmente detectable.
Me preocupa porque las acciones humanas nacen de una mente racional o frustrada. Para mí, la defensa de la democracia de nuestro vecino debe ser tomada como propia. Todos somos responsables en el sistema democrático. Finalmente, estamos tan cerca de ellos que el ataque de ayer puede tratarse de un contagio de aquí para allá. Y no como ha vociferado Trump opiniones sobre los mexicanos que van a su país; los transgresores del Capitolio no eran mexicanos, ni traficantes ni ilegales. Eran sus correligionarios y seguidores inconformes que votaron por su partido. Si puedo ir más allá, diré que el umbral de frustración de ese pseudo político que es el presidente saliente, es demasiado pequeño. Como lo han repetido en las transmisiones de hoy, comunicadores tan sorprendidos y horrorizados como yo, en un video que muestra la belleza del recinto neoclásico, respetado y venerado por locales y turistas que lo visitan: la democracia depende de nosotros. Maintain respectful.