En el año 2020 comenzó a circular el libro “A promised land”,de Barack Obama. Novecientas páginas de memorias en las cuales México, “socio comercial” sin importancia real en esa tierra prometida, aparece mencionado solamente una vez.
Y eso, por una epidemia (2009-2010) originada aquí.
Como todos recordamos el brote veracruzano de fiebre porcina fue, para esos años, el equivalente a la aparición en China del actual azote mundial, el Coronavirus, cuya infección causa el mal llamado Covid 19. De Perote a Wuhan.
Dos cosas en esas memorias, llaman –sin embargo– la atención en las actuales circunstancias.
La primera, lo impreparado como estaba EU para enfrentar la epidemia. Y lo segundo, el inmediato control de los brotes a través de un trabajo conjunto y coordinado entre los tres países de Norteamérica.
En ambos casos muchas cosas han cambiado. Para bien y para mal.
Gracias a la sumisión crónica de este gobierno hacia Donald Trump, quien quiso negar la importancia y letalidad de la epidemia con tragos de cloro nunca hubo una actividad binacional, excepto con las firmas privadas productoras de vacunas. Hubo comercio, no atención sanitaria.
Lo único bilateral fue una visita mexicana a Estados Unidos para apoyar una campaña electoral. No para atender una emergencia de salud.
Y lo peor, hasta en eso se fracasó con estrépito de alegatos fraudulentos, existentes sólo en la cabeza de Trump. La reticencia de reconocer los resultados electorales fue el último favor hacia un perdedor, derrotado por el voto popular.
Pero en cuanto a la epidemia del H1N1 –como espejo de lo actual– vale la pena revisar el texto. Tiene algunos detalles interesantes, como por ejemplo, el papel del entonces secretario de Salud, José Ángel Córdova. Hoy ni siquiera se le toman las llamadas o admiten las sugerencias.
“…Era demasiado pronto para saber cuán mortífero podrían ser este virus. Pero yo no quería correr ningún riesgo. El mismo día que Kathlenn Sebelius, fue conformada como Secretaria de Salud y Servicios Sociales, enviamos un avión a Kansas para que la llevase a Washington, y tomase posesión de su cargo en una ceremonia improvisada en el Capitolio.
“De inmediato le pedimos que liderase una teleconferencia de dos horas con altos cargos de la OMS y los ministros de sanidad de México (Córdova Villalobos) y Canadá. Al cabo de unos pocos días reunimos un equipo formado por personal de distintas agencias para que evaluara el grado de preparación de Estados Unidos ante el peor escenario imaginable.
“La respuesta fue que no estábamos preparados en absoluto. Se comprobó que la vacuna anual contra la influenza no proporcionaba protección contra el H1N1, y puesto que las vacunas no eran una gran fuente de ingresos para las farmacéuticas, los pocos fabricantes estadunidenses que existían, tenían una capacidad limitada de incrementar la producción de una nueva.
“Además, abordamos cuestiones relativas a cómo distribuir medicamentos antivirales, qué protocolos seguían los hospitales en el tratamiento de casos de influenza, e incluso cómo lidiaríamos con la posibilidad de cerrar escuelas e imponer cuarentenas si la situación empeoraba sustancialmente…”
Obama recuerda el fracaso de Ford cuando quiso controlar una epidemia en plena etapa electoral: ordenó una vacunación masiva y más personas tuvieron consecuentes trastornos neurológicos, de aquellos cuya enfermedad los habría afectado gravemente.
–“Tiene que implicarse, señor Presidente –me aconsejó uno de los ayudantes de Ford–, pero debe dejar que los expertos dirijan el proceso.”
Si algo puede desprenderse de este relato es muy simple: las decisiones sanitarias se deben tomar desde el ángulo científico y médico, no desde la utilización electoral de las cosas.
Y en eso hemos fallado. Nuestros expertos han sido desdeñados y nuestros charlatanes han tomado la batuta sin conocer la partitura. Las farmacéuticas ahora si quieren hacer un gran negocio y las vacunas, al menos en México, siguen siendo a pesar de todo, promesas insuficientes y muy lejanas.
Al final de este tema dice Obama:
“… sentí un gran orgullo por los frutos del trabajo de nuestro equipo. Sin alharacas ni escándalos, no solo habían contribuido a mantener contenido el virus, sino que habían reforzado nuestro grado de preparación ante cualquier futura emergencia de salud pública…”
En aquella epidemia, sobriamente contenida por un equipo con participación tri nacional, murieron 12 mil personas en Estados Unidos.
Gobernados por la irresponsable demagogia populista, perdieron la vida casi 300 mil. Esa es la diferencia entre hacer las cosas bien o hacerlas mal.
O, de plano, pervertirlas para peor.