Conmovido –o aparentemente entristecido–, el Señor Presidente suspende su conferencia matutina porque le informan de la muerte de Armando Manzanero, quien además de los estragos del Coronavirus, no resistió la falla renal de sus últimas horas.
Con el fondo de un video del compositor y cantante –muy joven, con smoking de trabajo–, proyectado en la pantalla de sus pláticas mañaneras, el Señor Presidente nos habló a los mexicanos sobre los valores sociales del gran artista.
Y en inusitado arranque de dolida conmoción, dejó a la república a medias cuando apenas se nos había informado de cu
ánto cuesta la gasolina; de los avances del Tren Maya y el Aeropuerto Felipe Ángeles y la estrategia para admitir la comercialización privada de la vacuna contra el Covid, entre otras cosa de menor importancia.
La exaltación de la conciencia social de Manzanero –incómodo por presentarse en la boda ostentosa de un presidente centroamericano, lo acerca a los postulados presidenciales de austeridad y compromiso con el pueblo bondadoso y sabio–, me recordó otro enorme monumento al oportunismo político.
Vicente Fox – prueba viviente de la inútil alternancia democrática y el derrumbe del sistema priista revolucionario de perfección dictatorial, etc– aprovechó para sumar a esa cantaleta la muerte de María Félix y le atribuyó a la Doña inexistentes cualidades políticas.
“…(fue) una de las impulsoras del cambio democrático en el país…». Hágame usted el refabrón cavor…
No me quedó más sino imaginar la carcajada de María si hubiera escuchado semejante sandez.
Así pues, una vez más nos damos cuenta de cómo el lucro político se presenta en cada paso de la vida de un profesional de la política. No importa su signo ideológico. Todo es aprovechable.
No importa si es para capitalizar un deceso o festejar una victoria deportiva; el otorgamiento de un Premio Nobel o la postulación para un premio “Oscar”. Todo debe encajar y ajustarse a la exaltación de los valores políticos del momento. Lo mismo da.
Y eso en todos los tiempos.
A los cinco minutos de la muerte de Agustín Lara, Gustavo Díaz Ordaz –rechazado por millones de mexicanos, con la herida tlatelolca abierta y fresca–, firmó el decreto para inhumar al “Flaco de oro” en la Rotonda de los Hombres Ilustres, como si ese gesto lo pudiera reconciliar con la gente.
No fue así.
En otras latitudes –lo acabamos de ver con un amigo de la 4-T, el señor Alberto Fernández, Jefe de Estado de Argentina–, convierte el cadáver de Diego Armando Maradona, en propiedad pública, secuestrado por la presidencia y llevado a un velorio de Estado, en la Casa Rosada, adaptada como salón de pompas fúnebres.
Todo con tal de trasladar la idolatría hacia los difuntos en equipaje de propaganda de los dirigentes.
Por cierto, en ocasión del velorio de María Félix, en el Palacio de Bellas Artes, las cámaras dejaron una muestra maravillosa de cómo es posible reunir a los contrarios, cuando entre ellos se comparten los valores simbólicos y el aprovechamiento –a cualquier precio–, de los sentimientos populares.
Veo una fotografía ahora impensable:
En el vestíbulo del Palacio de las Bellas Artes, Vicente Fox, en el lado izquierdo, con una impertinente corbata azul turquesa, con la cara levantada, mira hacia ninguna parte mientras monta guardia junto al ataúd de caoba pulida y barnizada.
En el otro, lado, con un nada luctuoso traje claro, de tonos tropicales y una corbata de líneas coloridas, con los ojos fijos en el extremo opuesto, el entonces jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador. Detrás de él, Emilio Azcárraga Jean.
Junto al catafalco hay otras personas ocultas por los primeros.
Todo sea por el provecho inmediato, fugaz.
Personalmente los valores sociales o políticos de Armando Manzanero invocados por el Señor Presidente, me parecen absolutamente irrelevantes. Su importancia es otra, su valor es otro.
Hasta ayer era el artista mexicano vivo más grande de los últimos años.
Su genio lo coloca para siempre en el mismo nivel de Agustín Lara, Tata Nacho, Manuel Esperón o José Alfredo Jiménez; Luis Demetrio y Roberto Cantoral; Vicente Garrido, Guty Cárdenas, Ricardo López Méndez, y algunos más por no citar a Consuelo Velásquez o María Greever y otros fijados para la posteridad en el mural de Luis Carreño en la Sociedad de Autores y Compositores.
Hace tiempo Armando Manzanero y yo estuvimos en la Fundación Sebastián donde fui orador en una ceremonia de homenaje a Jacobo Zabludovsky. Leí mi discurso y Manzanero me felicitó.
–A mi no me salen los discursos, me dijo.
–Pues estamos bien, a mi no me salen las canciones. Reímos.
–Por cierto, le dije, hay un dislate en tu canción “No se tu”. Es un error.
–¿Cómo?, me dijo intrigado.
–Si; en un verso dices: “…y en las noches cuando sueño y de insomnio yo me enfermo…”
–Sí, dijo..
–¿Y si estas soñando cómo te enfermas de insomnio?
–¡No jodas!, respondió.