Las campanadas del templo del Carmen marcan el comienzo del nuevo día, el frío de violáceos destellos hace de la mañana un espectáculo digno de cualquier teatro, el sol apenas da presencia y la ciudad es ya un hervidero de gente.
¡Todos se dirigen a misa de siete!
Se ha corrido la voz de que un hermano carmelita cuenta con “dones de sanación”, sí como lo escucha, puede curar enfermos, hacer que los ciegos vean, que los cojos caminen y me han dicho que hasta logra salvar los matrimonios ¡por supuesto que voy a verlo! ya mi Chon tiene días que no me habla, no me toca y menos, que me diga cosas bonitas.
La ciudad de azules bosques que le rodean ha llegado a la máxima capacidad de personas ¡no cabe una sola más afuera en los atrios de los templos! —que han de saber que son varios y de gran tamaño— que de saberse de los milagros cometidos la región entera y circunvecinos se dejaron llegar a este lugar.
Por este motivo era de esperarse que los pequeños vendedores han subido los precios de las cosas ¡una medida de leche a cuarto de real! Un queso a igual de precio y que decir del costal de harinas a ¡ocho reales! ya es de imposible hacerse de algunas de estas cosas.
¡La romería era interminable! los improvisados hostales se hacían de las suyas por tratar de resolver los quehaceres de los nuevos visitantes, unos de color de la exigencia, buen modo y la elocuencia, pero algunos —los más— exigentes a más no satisfacer, orgullosos, altivos. Los primeros atentos que los milagros que se suscitaban en esta región eran de verdad y buscaban a toda costa apaciguar su corazón ante la enfermedad de hijos o esposas, los segundos, solo estaban ante el bullicio de hacerse de un tiempo de lo que denominaban “milagroso cura” de estos, solo estaban ante la impaciencia de hacerse de un destino en el futuro.
¡Algunos creyeron que un milagro era saber que les depara el destino!
Ante tal bullicio los alguaciles y encargados del orden en este pequeño pueblo —de la familia Osores Sotomayor— han decidido diseñar un pequeño plan que les permita obtener de una vez y por todas “regular” el flujo de personas y si fuera posible, las atenciones del “cura que sana” porque esto ya estaba saliéndose de control.
Fue entonces que determinaron hacerse del “cura milagroso” y llevarlo a los separos del síndico, para que el ayuntamiento lograra saber que hacerse de él, fuera un charlatán o no —si es que de verdad curara, cosa poco creíble por un poder de mando— y si así fuera, sería mejor expulsarlo de la ciudad, debido a que el desorden estaba a solo un empujón para hacerse de las visiones de golpes y garrotazos.
¡Nadie en tan apacible lugar deseaba esto!
—¡En mucho que debemos hacernos del religioso! o veremos la ciudad vueltas de pie por tan escandalosos motivos, podemos ver que si alguien no saliera curado como se quisiera, harían de este pobre lugar, víctima y patíbulo a la vez.
—Es de esperarse que si vamos por el religioso la gente hará por él, y en defensa podemos caer en la trifulca que tanto estamos evitando —dijo el joven Osores.
—¡Es un riesgo! pero debemos hacernos de él, de lo contrario no faltará algún fanático acaudalado que deseará hacerse de él, secuestrarlo ¡ya hemos vivido estas cosas con anterioridad en la ciudad mayor! he visto como se los han llevado y solo desean les cure a sus familias.
—¡Ecuanimidad al punto señores! es un religioso de orden con superiores, si hablamos con ellos podrán hacerle ver el desorden que se ha ocasionado, y de punto que hagan sus mercedes la posibilidad de trasladarlo a otro espacio, he sabido que en Michoacán cuentan con colegios, no sería una mala jugada.
—¡Solo trasladamos el problema! no lo solucionamos.
En poco el plan quedó en ir por el religioso —alegando que por su seguridad — trasladarlo a los separos, en segundo paso, ir con los superiores y hacerles entender de la necesidad de la ciudad de moverlo a otro colegio —este sería la segunda medida— en pro de la calma y la paz que ya se añoraban por estos lares.
—¡somos una pequeña población que ha sufrido mucho los embates! el haber participado dentro de la insurgencia nos ha costado caro, se han dejado de traer cabezas de ganado y las florecientes haciendas han dejado de producir, por ello, no nos caería mal unos tiempos de paz y tranquilidad, la región entera es un hervidero de problemas con los ladrones del camino real y que decir de los rufianes usurpadores de poder, que en cada cinco de semanas nos avisan de un nuevo presidente de la república.
Mencionaba el joven Osores Sotomayor.
¡Sin más que decir los alguaciles fueron a la circunscripción del anexo al templo del Carmen! con la cautela y el control de saberse que, si lograran hacerse del religioso sin problemas, evitarían confrontar a la gente, pero si había resistencia ¡no habría de control uno a uno! los superan de miles de creyentes contra simples ocho gendarmes.
Cuando llegaron la romería evitaba hacerse de un espacio para el paso ¡todos los accesos cerrados! simplemente una pequeña puerta del cuerpo del templo principal hacia de entrada, en la cual un hermano carmelita trataba de hacerse escuchar, pero el gentío hacía que la voz resonara al mínimo.
El regordete y cachetón hermano hacía de los sufrimientos de sus oraciones por darse a entender que el hermano carmelita que cura ¡hace tiempo que no está en el convento! pero el rugir de las personas no le hacían coro, o no deseaban escuchar eso.
¡La gente aclamaba la presencia del hermano sanador!
«… ¡que mi hijo por piedad! que mi hijo necesita de su presencia mis señores, hacedle saber eso… ¡por mi madre que lo necesitamos!… necesitamos al hermano!»
Entre tanta algarabía lograron los alguaciles hacerse de la entrada en donde se encontraba el hermano carmelita regordete ¡que ya no contaba con voz para que le escucharan! con trapío y dándole a beber un poco de agua las personas de la ley le hicieron leer la orden contra el hermano que sanaba, por desacato a la ordenanza y las buenas costumbres de los habitantes de la ciudad.
—¡Ay hermanos! lamento profundamente su presencia en este lugar haya sido en vano, nuestro querido hermano lleva dos días que no le vemos, supimos de la llegada de su señora madre y seguramente estará con ella, así que sus mercedes una cosa de favor les pido ¡llévense a todo este gentío que no dejan de hacerse de cosas del convento! ayer se llevaron las ramas del infeliz arbusto que rodea nuestro hermoso jardín, otros más se han hurtado los pequeños adornos de la entrada y ¡los más! que locura señores… que locura ¡se han robado los ladrillos del patio interior! tuvimos que tapiar las puertas y ventanas de una manera improvisada.
—¡Anda hermano vete a tus aposentos! nosotros controlaremos a la gentuza y verás que lograremos calmarles, descansa y trata de no abrir las puertas de ninguno de los accesos hasta que nosotros te lo indiquemos ¡a mi propia voz haré saberte del control de las cosas! no recibas órdenes de nadie ¡si no escuchas mi voz no les abras!
—¡Así lo haré gendarme!
Con toda la valentía y el esfuerzo que esto requería, los alguaciles se dirigieron al gentío tratando de calmarles y hacerles saber que el hermano que sana ya no está… ¡con lo que esto implica!
«… ¡mentira! sabemos que está dentro… ¡iremos por él! … »
El joven José Escandón decidió participar en la romería que buscaba ingresar al Templo del Carmen, ya se había decidido de hacerse un hermano carmelita, así que dirigió todo su esfuerzo para lograr llegar hacia el conjunto, pero el gentío no le dejaba hacerse de un espacio, además comenzaba todo un alboroto porque decían que ya se había ido a otro lugar el hermano de fina garganta, aquel de dones de sanación.
¡El joven no podía creerlo!
—¡Tengo que saberlo de su propia voz!
Tomo el camino más difícil, logró hacerse de mil formas entre apretones y golpes, de la entrada al convento, tocó e hizo la voz, nadie le contestó, así que sin más recordó que una vez acompañó a su señor Padre por detrás del convento a ver unas tierras y veía un acceso ¡corrió como más logró hacerle!
Al accesar de inmediato vio el comedor austero, pero de buen tamaño, e hizo todo por hacerse notar, a lo que un hermano de avanzada edad le abrió la puerta.
—Pero joven ¿qué hace usted aquí? —sin tanta sorpresa— estamos en el almuerzo y recitando algunas oraciones ¿desea acompañarnos?
—¡No!… bueno la verdad que sí, pero busco al hermano… ¡aquel que dice la gente hace curaciones!
—¿Tú crees que las haga? vamos, ¿en tu corazón alcanza para tal pensamiento?
—¡Creo profundamente que sí!
—Bueno pues ven, déjame te presento al hermano del que tanto hablan las personas.
Subieron por unas pequeñas escaleras de caracol y el hermano de mirada sencilla y afilada garganta hacia sus oraciones, dejó un pequeño morral en la mesa y se dirigió al joven José Escandón.
—José acércate… ¡ven y sígueme!
La alocada multitud lleva toda la mañana entre porrazos y garrotazos de los alguaciles, empujones y pellizcos son atorados por diestra y siniestra ¡aquella chusma ya tiene varios momentos de echar para afuera de la romería de alguaciles!
¡Los del orden no se pueden hacer del mando! terminan por mejor dejar las cosas en paz, no sin dejar de solventarse sus heridas y moretones que el gentío arremetió ante tan inesperada respuesta.
¡No se pudo controlar! ni una sola de las almas ahí reunidas se movió, la expectativa es esperanzadora ¡lograr hacerse de la sanación de sus enfermos! las autoridades no lo entendían, era el fervor, caridad de hacerse de una cura tan añorada ¡por toda una vida!
En aquellos días, a la misma vez que se suscitaba todo esto en esta pequeña ciudad de violáceos atardeceres, un conjunto de gamberros quería derribar los templos anexos al cuerpo arquitectónico de San Francisco, con todo lo que esto implicaría, era todo un movimiento que acusaba de irregularidades en el terreno para la construcción.
¿El motivo? simples ideas de lograr hacerse de una revancha ante quienes en sus mentes observaban como un enemigo para planes a futuros, levantar un nuevo mando, pero sin la intervención de la Iglesia Católica y eso a algunos, aún les parece buena idea.
Octavio —nuestro ataviado niño que habita el llamado teatro Iturbide— corre desde la capilla de Nuestra Señora da la Casa Santa de Loreto, a todo lo que su humanidad le da de poder hacerlo ¡es un torbellino! no parará hasta lograr hacerse escuchar:
—¡Qué les he visto!… ¡que miro! — mientras corría y gritaba a toda voz —¡qué les he visto!
Así llegó hasta el atrio del Templo de Carmen —en donde ya le escuchaban los más cercanos—
—¡Venid!… ¡por favor venid! he encontrado al hermano que sana ¡anda seguidme!
¡Toda la chusma se dirigió hacia donde el chiquillo les indicaba! —¡por acá por favor andad! — la multitud no dejaba de correr y la romería se convirtió en una oleada de personas que se empujaban y trataban de ganar el espacio para ser los primeros en atenderse.
Llegó la despavorida muchedumbre hasta el altar de la capilla de la Santa Casa de Loreto, cual fue la sorpresa de toda la multitud cuando vieron al niño Octavio señalarles una hermosa pintura que se ubicaba al lado derecho del altar… —¡ahí mirad! — insistían los gritos del niño —¡que se le salían las lágrimas de entusiasmo y alegría!
¡En verdad! estaban el hermano carmelita que sanaba —ahora ataviado como Jesús—, María Santísima y el joven José Escandón en la escena de la Casa de María, hermosamente ilustrados, a un detalle tan fino que pareciera que un ángel hubiera hecho tal obra ¡magnífica!
Cuentan los que aún se acuerdan de tal episodio, que la ciudad de violáceos destellos y bosques turquesas, aún respiran las sanaciones de aquel joven carmelita de fina garganta y rostro barbado.
Al paso del tiempo esa capilla en especial fue derrumbada con tal odio y prepotencia por un tal José María Cayetano Arteaga Magallanes, que en locura de ver tan hermosa obra y tener radicado su pensamiento en que algún daño hacía tal espacio, primero saqueó y destruyó la imagen de la Casa Santa de Loreto —ataviada hermosamente— dejando solo los derrumbes por muchos años en la ciudad.
De la hermosa pintura nadie ha sabido nada, seguramente está olvidada debajo de cualquier órgano de capilla de algún templo, del joven José Escandón nada más se supo, su padre enloqueció dejando una acaudalada fortuna de herencia a un hijo brigadier.
…y de Octavio, bueno, soy quien escribe este pasaje para usted amable lector.
Fin.
Twitter: @LuisNSDG