Los movimientos en las altas esferas del gobierno federal son incesantes. Apenas cumplidos dos años de gestión, renuncia Alfonso Romo. Y ha hecho bien. Ha escapado como una ratita asustada. Y aunque todo parece que ha sido tersa la despedida, pues incluso se filmó un video en el que conversan amigablemente el tabasqueño y el empresario, la verdad podría ser otra: Romo se va porque la interlocución con los hombres de negocios ha fracasado dada la nula disposición del presidente para acordar con ellos el bien de la nación. ¿Alguien podrá creer el dicho del tabasqueño que el retiro del señor Romo así se había pactado desde tiempo atrás? Desavenencias tácitas. Y nada más. Otra salida del gabinete ha sido la de Esteban Moctezuma hace pocos días. El todopoderoso lo ha designado embajador de México en Estados Unidos. Así se deshace de él. Lo usó y lo desechó: era su cometido, penoso por lo demás, desmantelar la reforma educativa del gobierno anterior. Cumplió y dejó de servirle. ¿Una pifia diplomática más? Sin duda, pues lo hace sin contar previamente con la venia de los estadounidenses que aún pueden negarse a recibirlo. Pues desdén con desdén se paga.
Pero la feria de los desatinos continúa con los nuevos nombramientos: Tatiana Clouthier como secretaria de Economía, una gritona que ignora el precio de la tortilla; y Elvira Concheiro como tesorera de la Nación, una marxóloga trasnochada que, si acaso, puede contar el 2+2, una inepta de cuyas arengas dogmáticas soy testigo. De verdad, una vergüenza. Y en este sentido, comprendo la queja del prestigiado cardiólogo Javier González Maciel: “¿Qué puede venir de un presidente que en vez de comportarse como un estadista y de gobernar sin distingos para todos los mexicanos fomentando así el progreso y el logro productivo, atiza el rencor, aviva el resentimiento y siembra el encono entre sus huestes?”. Digamos que nada. Pues aunque predica el bien, en él fluyen malos humores: acusa, insulta, agrede. Un mar de palabras, un riachuelo seco si de acción se trata: simula combatir la corrupción, la señala con dedo flamígero, con la vehemencia de un ángel iracundo que va en pos de la decapitación de Satanás. Pero, ¿no la consiente acaso con tanto despropósito?
Y cito a un inteligente maestro y amigo, ya no respecto a nuestras desventuras políticas, sino a la pandemia: “si leemos bien los hechos presentes, se trata de una llamada de atención de Dios a la Humanidad entera. ¿Aún a tiempo?”. No tengo la respuesta. Solo sé que regresamos al semáforo rojo. Rojo de sangre y muerte.