Mariano Palacios Alcocer
Hace un siglo, el 12 de diciembre de 1920, nació el maestro José Guadalupe Ramírez Álvarez. Fue, sin duda, uno de los más notables personajes queretanos del siglo XX. Arraigado en el Barrio de Santa Ana supo vencer barreras, derribar obstáculos y construir una vida plena en lo que sería su vocación multidimensional: el magisterio, el periodismo, la abogacía, la oratoria, la microhistoria y la crónica local que ocupaban su ejercicio.
A mi generación 71-76 en la entonces Escuela de Derecho y siendo a su vez rector de la Universidad Autónoma de Querétaro, nos impartió las materias de Historia de las Ideas Políticas, Teoría del Estado y Derecho Constitucional. Sus cátedras eran amenas, claras y estimulantes. Su voz matizada, su vestimenta única, su mente lúcida, su sentido del humor y fina ironía hacían gala en clase, porque su amor por la cátedra lo convirtieron en un referente obligado en el claustro universitario.
A su inteligente activismo debemos en buena parte la construcción del Centro Universitario del Cerro de las Campanas. Supo canalizar la voluntad política del gobernador Juventino Castro con el apoyo del presidente Luis Echeverría a las universidades públicas de provincia después de los trágicos acontecimientos del 68 y 71. Sus discursos de aquella época fueron memorables por persuasivos. Sus afanes no reconocían límites. Aspiraba con justicia a lo imposible y tejía fino para hacerlos realidad.
Supo ganar para su causa al ingeniero Bernardo Quintana, logrando que el Grupo ICA apoyara la construcción de la Escuela de Ingeniería. Persuadió al secretario de Educación Víctor Bravo Ahuja acerca de la importancia del Centro Universitario, concitó a la comunidad universitaria para apropiarse de este proyecto y encabezó al magisterio, al alumnado y a la sociedad queretana que veíamos con asombro y simpatía su realización.
“El periodismo le dio grandes satisfacciones y formó varios profesionales de la información y fue crítico mordaz de ciertos personajes públicos”
Fue el Aula Magna de la Escuela de Derecho su obra cimera. Argumentaba la significación histórica del Cerro de las Campanas en 1867 con los valores de la soberanía nacional, la forma republicana de gobierno, la vigencia del estado de derecho y los valores supremos de la democracia y la justicia social. Y para hacerlo posible había un solo camino, el de la educación universitaria y la formación de buenos juristas, de buenos abogados. Recordaba Ramírez Álvarez, con Justo Sierra, que el pueblo de México tenía hambre de pan y de justicia, y conminaba a los técnicos a resolver los problemas del abasto de las necesidades materiales y comprometía a los juristas a lograr estadios superiores de justicia.
Querétaro y su historia ocuparon parte importante de su labor. Escribía con fruición didáctica sobre un pasado mítico, anecdótico, novelado. Reconstruía diálogos entre actores reales e imaginarios para enfatizar cualidades y valores e hilvanaba así los grandes trazos de su visión. Era eso, su visión, a veces de la ciudad, de los próceres, de los hechos de la historia y argumentando con elegancia persuadía con emoción.
El periodismo le dio grandes satisfacciones y formó varios profesionales de la información y fue crítico mordaz de ciertos personajes públicos. El maestro Ramírez supo de traiciones y maledicencias y nunca se resignó al ostracismo al que creyeron condenarlo sus acusadores. Asimiló la bajeza de la condición humana y continuó escribiendo, enseñando, viviendo a plenitud.
Como cronista de la Ciudad y del Estado hizo un trabajo memorable. Destacaba el sentido de pertenencia y el orgullo de la oriundez queretana. Sus libros de esa época, sus cursos y conferencias despertaron enorme interés por el estudio de la historia local.
Recuerdo que en los últimos años de su vida nos acompañaba a cenar en casa por navidades. Las gratas convivencias eran apreciadas por mi familia por su amena conversación y generosa amistad. Lo fui a visitar en varias ocasiones durante aquella época dramática de su enfermedad terminal y siempre lo encontré con enorme entereza.
Lo saludé por última vez el 15 de mayo de 1986. Al concluir el acto conmemorativo del Triunfo de la República en el Cerro de las Campanas acudí a su casona de Escobedo con mis colaboradores del Gobierno del Estado. Estaba sereno, conforme con la vida, aceptando lo que me dijo sería la voluntad de Dios y nos despedimos sospechando que sería para siempre.
Su legado a favor de la Universidad espero que sea pronto formalizado después de varios inexplicables lustros. Querétaro conserva una deuda de gratitud y reconocimiento a este gran universitario, mi querido maestro don José Guadalupe Ramírez Álvarez, cuyo nombre llevan hoy múltiples escuelas evocando su entrega a la educación pública en Querétaro.
Descanse en paz.