Conforme pasan los días –con calles y plazas atiborradas; con reunión es, festejos, peregrinaciones y demás–, nos damos cuenta de lo riesgoso de construir expectativas de difícil cumplimiento.
Sembrar esperanzas implica –en el fondo–, evadir la realidad. Esperar, creer, vivir en el mundo perfecto de un mañana seguro, ante el imperfecto y ruin presente.
Algo así ocurre con la utilización propagandística de las vacunas adquiridas en los países donde la ciencia ha significado algo más allá de los membretes de las instituciones mexicanas.
La adquisición de las vacunas (insuficientes y con poco tiempo en la experimentación), nos ha exhibido una realidad terrible ante la cual el gobierno cierra los ojos y come tamalitos de chipilín: no tenemos capacidad científica ni tecnológica en ningún campo.
Nuestro mejor talento es ser compradores, jamás productores de casi nada. En este caso de fármacos de alta especialidad.
Eso se llama subdesarrollo dependiente.
Y ante eso no hacemos nada. Tomamos caminos tangenciales y soltamos la traílla del merolico cotidiano. Nada más.
La alharaca en torno a la vacunación es un enorme telón para ocultar la realidad farmacéutica nacional. Los laboratorios privados han sido prácticamente condenados a muerte y las instituciones públicas viven en el siglo XVIII.
Basta con escuchar al Premio Nacional de Ciencias, el doctor Jorge Alcocer, secretario de Salud, para darse cuenta cómo la ciencia es algo sobre lo cual ha leído, pero ni es Fleming, ni Pasteur ni ha desarrollado antibiótico, enzima o vacuna. No tenemos un científico del tamaño de Savin, ni tampoco de la estatura de Koch. Tampoco tenemos las vacunas por ellos inventadas. Y cuando las tenemos, se las roban.
El doctor López “Gatinflas” ha establecido una cruzada personal para luchar al lado de su jefe en contra del uso de cubrebocas.
“Solo crea una falsa sensación de seguridad”, ha dicho como uno de sus principales argumentos contra el filtro, pues eso y no otra cosa es el trozo de tela en nariz y boca.
Pero por desgracia la excesiva propaganda en torno de las 250 mil vacunas (no se ha aplicado ni una todavía) crea una falsa sensación de alivio social en una población esencialmente desinformada pero aturdida y manipulada.
La cantidad de dosis supuestamente aplicable en este agónico mes, es ínfima. Ridículamente pequeña para la verdadera necesidad. Hacen falta hoy (no mañana), cien millones de dosis, por lo menos. Ni se tienen ni se tendrán en mucho tiempo. El mejor escenario ha sido adquirir para el año siguiente y mediante un notable esfuerzo diplomático, un cuarto de millón de inyecciones inmunizantes.
Pero eso tampoco soluciona nada. El personal médico nacional (del cirujano a la enfermera, el paramédico, el radiólogo, los técnicos y hasta los de lavandería), es de casi un millón de personas . Y ellos han registrado altísimos índices de mortalidad en la epidemia.
Mientras se vacuna a una pequeña cantidad de ellos, los no vacunados –100 millones–, seguirán propagando y contagiando el virus. Lo disponible es insuficiente.
El calendario de vacunación propalado con tañido de campanas jubilosas, no muestra sino la falsedad de la propaganda y su mayor riesgo: inducir a la manipulable población la idea de un riesgo vencido, (una vez más), de una pandemia domada. El riesgo no disminuye por la (lejana) posibilidad de aplicarse una vacuna en tren de producción en los laboratorios donde las han desarrollado.
Si se sigue sembrando la idea de una poderosa nación cuya capacidad de negociación ya la ha dotado de vacunas y por lo tanto ya tiene el problema resuelto, se estará cometiendo un crimen.
Es el tiempo mejor para extremar las medidas de protección, los cubrebocas, la higiene, la separación, la inasistencia a grupos, la reclusión, la disminución del tiempo de exposición y el freno a los entusiasmos navideños y la convocatoria gregaria.
Y en este sentido nada costaría una autoridad humilde. Un presidente responsable y no un rebelde caprichoso.
Sí es un logro haber puesto a México en los primeros lugar de la fila de compradores a precio confidencial. Nadie lo puede regatear.
Pero también es tiempo para recordar a Dickens, en “The great expectations (cap. XXVIII) ”:
“…Todos los estafadores del mundo no representan nada junto a quienes se estafan a si mismos…”
HUATULCO
Y en anticipación del porvenir, Alejandrom Murat exhibe el proyecto en desarrollo del Centro de Convenciones de Huatulco, el cual es obra del conocido arquitecto Enrique Norten. Tan bonito como es, parece de Calatrava.