En tanto que sigue la discusión mundial sobre las acciones ambientales a tomar en las condiciones actuales de pandemia por parte de los gobiernos, muchas cosas están sucediendo como la demanda de 6 jóvenes a 22 Estados de la Unión Europea y algunos que no forman parte de ella, por la falta de responsabilidad frente al cambio climático y sus lamentables consecuencias en la salud humana. Otros (analistas) por su parte se han trasformado por completo en promotores-vendedores de los intereses de las empresas trasnacionales poderosas en el ramo de las energías renovables para presionar, como en México, a que los gobiernos terminen por entregarles la generación de energía, aprovechando la actual crisis de todo tipo, en verdad el oportunismo es un signo típico en las crisis. Así también, se está derrumbando el concepto de Desarrollo Sostenible, a la luz de que de las tres dimensiones (social, ambiental y económica), sólo se ha privilegiado la ganancia económica, por lo que ello ha conducido a una mayor exclusión y pobreza en el mundo, así como a una crisis ambiental gigantesca. Bajo el ropaje de la ecogubernamentalidad, lo único que se logra es hacer gobierno y ejercer poder al tiempo que reproduce el orden establecido y lo intenta perpetuar al amparo de una legitimidad ecoambigable. Y se trata, no de otra cosa, sino de atenuar la “angustia” e incertidumbre mediante el “consumo” (léase el mercado) responsable y sustentable, a manera de un tranquilizante para aminorar la dolencia de la crisis.
Y en México, la política gubernamental en materia de medio ambiente sigue entre ausente, desapegada y desvalorizada, no obstante que se acaba de aprobar una reforma a la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, que integra a la agroecología y el patrimonio biocultural y ahora se discute en el Senado una reforma Constitucional en su artículo 4° párrafo quinto, con el objeto de establecer el derecho de todas las personas a un medio ambiente sano que contribuya al cuidado del Planeta y a garantizar la coexistencia de todos los sistemas de vida, así como la corresponsabilidad del Estado y la sociedad a conservar, restaurar, desarrollar sosteniblemente y proteger la biodiversidad, los ecosistemas y el equilibrio ecológico. Tal postulado, más allá -de que persiste en una visión antropocéntrica y- que contempla el cuidado del planeta, omite lo más esencial, el bien común y la simbiosis social como forma de intermediación para reunir los actores en colaboraciones innovadoras. La palabra simbiosis es una forma de interacción entre especies de la naturaleza colaborativa e interdependiente. Las especies simbióticas intercambian materiales, energía e información de una manera beneficiosa para todas las partes.
Una cooperación local o más amplia en simbiosis socioambiental puede reducir la necesidad de materias primas de origen natural y el depósito de residuos, cerrando así el circuito de los materiales, una característica fundamental de la economía circular.
Por su parte, la agroecología es una disciplina científica, un conjunto de prácticas y un movimiento social que busca sistemas agrícolas integrados y compatibles con los ciclos de la vida y la materia, especialmente a través de la conservación de la biodiversidad del suelo
y del entorno productivo. En tanto movimiento social, persigue papeles multifuncionales para la agricultura, promueve la justicia social, nutre la identidad y la cultura y refuerza la viabilidad económica de las zonas rurales. En consecuencia, la pregunta de ¿Hacia dónde debemos ir para gestionar la incertidumbre?, es la de copiar a la naturaleza, es decir la Biomímesis que consiste en imitar la naturaleza a la hora de reconstruir los sistemas productivos humanos, con el fin de hacerlos compatibles con la biósfera. Riechmann, J. (2006)
Y dicho autor nos recuerda que la naturaleza es la empresa más exitosa que podemos conocer, de la que podemos aprender, ninguna empresa humana logró perdurar durante ese tiempo, lo que implica, un proceso de adaptación permanente a los cambios.
La naturaleza, “la única empresa que nunca ha quebrado en unos 4000 millones de años”, según el biólogo Frederic Vester, nos proporciona el modelo para una economía sustentable y de alta productividad. Los ecosistemas naturales funcionan a base de ciclos cerrados de materia, movidos por la energía del sol: esta es su característica fundamental, si los contemplamos con “mirada económica”.
Así, tal como nos enseña en su proceso de adaptación permanente, en la que los sistemas vivos tienden a diversificarse siempre, al ser capaces de combinar de manera virtuosa el azar con la necesidad. El azar como “combustible” de la variabilidad, las mutaciones genéticas, que de no ser así todos los seres vivos seríamos simplemente iguales. Y la necesidad de subsistencia y reproducción.
Tal como funciona la naturaleza deberíamos:
• Vivir del sol.
• Cerrar el ciclo de los materiales: metabolismo económico; “de la cuna a la cuna”.
• No transportar demasiado lejos: desarrollo sostenible es desarrollo autocentrado, producción limpia es producción de proximidad, tal como lo hacen las plantas.
• Evitar los compuestos orgánicos persistentes.
• No producir transgénicos: las modificaciones genéticas solo ocurren por mutación y selección natural y/o cultural.
• Y respetar la biodiversidad.