El encierro producto de la pandemia ha tenido consecuencias económicas y políticas. La económicas son las que más nos apabullan: una disminución de ingresos en el 75% de las familias; aumento de diez millones de pobres; pérdidas de empleos. Focalizados en estos problemas nos hemos olvidado de otras graves consecuencias como son las psicosociales. El encierro nos ha provocado una serie de emociones sorprendentes y desconcertantes. No es un asunto menor, una “e–moción”, es una acción que nos pone fuera de sí. Son expresiones corporales de un sentimiento tan intenso que pueden eclipsar la realidad; al ser rebasados olvidamos las otras partes del mundo.
La salud no es solamente la integridad física y no se debe dejar fuera de nuestras preocupaciones a la salud mental y emocional. La pandemia, por ejemplo, ha propiciado que mucha gente busque precisamente una fuga de lo que se está viviendo a través del alcohol. Durante el confinamiento y el distanciamiento social se registró un alza de 35.8% en el consumo de alcohol, de acuerdo con una encuesta elaborada por el Instituto para la Atención y Prevención de Adicciones. El consumo del alcohol es mayor en los hombres, 40.1%, en comparación con las mujeres 30.1%. También se incrementó el consumo de substancias adictivas.
La búsqueda de bienestar espiritual ha escudriñado satisfactores que antes tenían presencia pero no en las dimensiones actuales, sería el caso de las mascotas. No me refiero a los pobres que López Obrador les llama mascotas, sino a los animales domésticos. La convivencia con ellos nos provoca beneficios que antes no tomábamos ni en cuenta, gracias a la pandemia sabemos que elevan la distracción, la armonía, la felicidad, en suma, la salud personal y en el hogar.
Contradictorias han sido las consecuencias de la convivencia en las casas, pues de la misma forma que han provocado la revaloración de la familia, de las personas mayores y el entretenimiento puertas adentro, también las casas se han convertido en un espacio de agresiones, humillaciones y violencia. Muchas parejas en esta pandemia han iniciado procesos de separación y divorcio, quizá los problemas ya existían pero el encierro y la rutina han acelerado la crisis.
Muy positiva ha sido la utilización intensa del sentido del humor en la pandemia en sus dos frentes: el individual y el político. Ante la opaca y dura realidad los cibernautas han utilizado el humor para relativizar sus consecuencias y entregarse a la risa. El humor en la política ha estimulado el interés y la participación de los asuntos públicos. No ha habido mejores críticas que los chistes a la tozudez del Presidente de no utilizar el cubre bocas.
El incremento del consumo de las drogas son el síntoma de un gran problema de salud mental. Todos, autoridades y sociedad, debemos sumar esfuerzos para reforzar las instituciones sanitarias actuales dedicadas al estudio y solución de los efectos psicosociales por la pandemia. Incluso en el análisis de la creación de otras nuevas instituciones. La salud integral es antes que nada.