Han pasado 24 meses desde que López Obrador inició como Presidente la República. Ha sido un período de nuevas formas, símbolos, guerra de narrativas, subidas y bajadas en las encuestas, de polarización, decisiones polémicas y controversiales, esperanzas de unos y desencantos de otros, construcción y destrucción, re-centralización y descentralización. AMLO es el primer presidente en el que la hiperconectividad es una realidad de la que estamos conscientes, en la que se informe y comunica un país diferente, dependiendo del espacio en el cual se vive y participa.
En este contexto el mensaje de mañana tendrá la suerte que han tenido los de cada cuatro meses, muchos lo aplaudirán, muchos lo criticarán. En un país en el que predominan dos posiciones que no buscan reconciliarse, es casi seguro que de poco servirá el mensaje presidencial para alinear una ruta de cohesión nacional. Veremos nuevamente los ataques al pasado como la causa de todos nuestros males, pero seguirá pendiente la propuesta que nos de un verdadero rumbo.
En estos dos años, hemos experimentado un debate agrio entre un presente lleno de errores, frente a un pasado en el que había graves deficiencias pero también cosas buenas. Frente a esta confrontación de visiones, la pregunta que prevalece es, ¿quién está pensando en cómo construir el futuro juntos?
El mandato principal sobre el que AMLO sustentó su voto el pasado 2018 fue el de combatir a la corrupción y los privilegios de la clase gobernante. ¿Qué tanto ha logrado AMLO en este período?
Hay que reconocer que el presidente ha logrado a través de su comunicación política que el imaginario colectivo perciba que se está combatiendo este flagelo. Al presentar los excesos de los gobiernos anteriores -García Luna, Odebrecht, la Estafa Maestra- mantiene evidencia continua y constante de aquello que lastimó gravemente a la sociedad. Sin embargo, al no tener políticas públicas específicas que vayan más allá de las personas, todo se queda en el escándalo mediático-penal sin nuevas instituciones que aseguren que estos excesos no se repetirán.
A dos años de gobierno las encuestas nos muestran que la gente mantiene su apoyo a la figura del presidente. Un presidente claramente descalificado por muchos, pero que mantiene mayoría de aprobación con un 58% a su favor según Mitofsky, mantiene aun entre sus votantes un importante grado de cohesión, coordinación y representación, especialmente por ejercer un liderazgo directo, sin intermediarios y que aprovecha su contacto con una sociedad que funciona cada vez más de una forma descentralizada.
No obstante, las encuestas también señalan que la administración y sus políticas públicas, están llenas de cuestionamientos. Según la mas reciente encuesta de GEA, a finales del mes de septiembre, las evaluaciones de todos los rubros, seguridad, salud, educación, combate a la pobreza, reducción del desempleo, impulso al crecimiento económico y combate a la corrupción están reprobadas con apenas un promedio del 10% de aprobación en promedio. Lo cierto es que AMLO es un presidente querido por la mayoría de los mexicanos, pero su gobierno está muy mal evaluado también por la mayoría.
El inicio del tercer año de gobierno debería servir para que el presidente haga una evaluación correcta de los avances y los rezagos que ha tenido su gobierno. No basta con ser un líder apreciado. Es necesario corregir el rumbo en distintos ámbitos, generar políticas públicas que trasciendan este sexenio, sentar verdaderamente las bases de una transformación que garantice honestidad en la vida pública y nuevas dinámicas institucionales que le den un rumbo diferente y positivo al país.
El presidente López Obrador llegó al poder gracias a la incidencia de una naciente #SociedadHorizontal mejor informada, con nuevas herramientas de comunicación y mucho mejores capacidades de organización descentralizada. Una sociedad que identificó en él una ruta de cambio, pero que exige