La acusación es reiterada y me la hacen amigos de todos los partidos políticos, me reclaman diciendo que yo padezco la enfermedad crónica de todos los intelectuales la que se resume así: son muy buenos para criticar y muy malos para proponer. En otras palabras, la queja pretende que los que nos dedicamos simplemente a opinar y, en mi caso, a veces con ligereza y osadía, les demos a los políticos el kit completo: el remedio y el trapito. Me viene a la memoria la anécdota del torero Lorenzo Garza. El llamado “Ave de las Tempestades” estaba haciendo una faena muy mala y un aficionado le increpaba duramente, hasta que el torero lo encaró y le gritó: “Bájate tú a torear”. Grande fue su sorpresa cuando el aficionado le respondió: “Por supuesto que me bajo a torear, pero antes dame el dinero que a ti te pagan”. Los opinadores estamos conscientes de que criticamos desde la tribuna, pero los políticos deben estar también conscientes de que la principal responsabilidad es de ellos, para eso les pagamos.
En entrega pasada hemos afirmado que las próximas campañas se harán en una atmósfera terriblemente arisca de aumento de la pobreza, incremento del desempleo, profundización de la desigualdad social y, como remate o puntilla, el dolor de nuestros muertos y el temor al contagio. El gran reto de los candidatos y partidos será cómo despertar la atención a sus mensajes, el interés por las campañas y el punto “G” del discurso electoral: que la gente participe y vote el día de las elecciones. Un reto descomunal.
Jaime Labastida, quien respecto al discurso político escribía: “¿Qué debe ofrecer un discurso político a un pueblo que se encuentra en un áspero agujero? Por encima de todo, realidad. Inteligencia y crudeza para identificar los problemas de la su situación actual. Para tocar las llagas y determinar con precisión quirúrgica pero también realidad para encontrarles solución. Con otras palabras, realidad en el examen presente, realidad en el dibujo del futuro”.
Mi buen amigo Raúl Olmedo, respecto al tema que nos preocupa, escribía: “El discurso político tiene que convertirse en uno filosófico para poder recuperar su eficacia. No un discurso abstracto, compuesto de generalidades que no tocan al corazón del ciudadano. Al contrario, el filosófico es el único que llega al corazón y al cerebro del individuo y de la masa, el único que es capaz de traducirse en prácticas, en modos de pensar, de vivir, de ser; el único que transforma y convierte; que produce conversión, como cuando el pagano se convierte en cristiano. El filosófico es el discurso político llevado a su máximo potencial de eficacia transformadora. La filosofía es política”.
Creo que el discurso político de los candidatos debe huir como del Corona Virus, lo que ya se ha agotado en las Mañaneras y es objeto de burlas: Acusar al pasado de los problemas de hoy; no al discurso polarizador y rupturista; recurrir a otros datos que nadie conoce; quitarle a las palabras los tintes de religiosidad; no injuriar ni poner apodos a los adversarios; olvidarse de las camorras históricas; no trivializar los graves problemas; no recurrir a la existencia de conspiraciones. Todo esto, por favor, ya no. Sería mi primera sugerencia al discurso electoral.