El valle vasto se mira con un color a hierba penetrante, los aromas de la mañana fresca desenvuelven un pálido color turquesa, las estrellas aún se avizoran en el cielo, la cúspide del cerro de fundación aún respira con pequeñas fogatas encendidas, la neblina deja claro que el frío del temporal aún es temprano para recibirle, un caudaloso río suena feroz arremetiendo con su embestida a todos quienes se acerquen a tomar un simple sorbo.
Los soldados españoles que aún revisan el territorio se dan cuenta de un lugar propicio para asentarse, los frailes que llevan varios días trasladándose hacia Tlachco procuran tener en cuenta que el edificio del convento será solo para una simple villa, no habrá asentamiento de españoles cercano, el capitán Cortés ha decidido mejor fundar una ciudad en el alto camino hacia la ciudad nueva —San Juan le llaman— y este lugar solo será de paso.
Las rocas extraídas de la ciudadela abandonada —aquella de un día de camino— son interminables y les permite tener ya el cimiento, el primer plano de cuadro para lograr levantar el convento se mirará de grandes dimensiones, el terrateniente de estos lugares Hernando de Tapia, ha dado la anuencia, aunque no hadado la cédula de limítrofe del terreno, los religiosos no piensan apoderarse de nada más.
¡lo justo medido!
Las condiciones para la siembra son propicias y la extensión es vasta, el agua es abundante será un buen comienzo para rehacer estas tierras llenas de hechiceros y chamanes, brujas y sibilas, mujeres que con su candente piel hacen pensar en atrocidades carnales, mismas que atormentan a los soldados de la escuadra, vigilantes del cerro de fundación.
Las excursiones para lograr traer el total de los materiales hacia la nueva construcción han dado por fatigados a nativos y religiosos, así que entre lograr el camino y pernoctar, han decidido hacer los talleres de talla de las rocas desde la ciudadela misma, esto ahorra tiempo y permite llevar el material exacto, no cargar peso de más.
Los soldados acompañan a los devotos quienes aprovechan la ocasión para platicarles algunas buenas costumbres de la vida de los frailes —todos formados en la obra por el semejante y corazón— los hombres de armas pertenecen a los alabarderos de la guardia del Excelentísimo Señor Virrey, los menos a las compañías presídiales —aquellos que custodiaban a los delincuentes—.
—A bien vaya usted señor soldado… ¿cuál es su nombre?
—Sanpablo de Villasante, alabardero del tercer guarda de la región.
—¿Sabe Usted señor quién fue San Pablo?
—Mi santa madre contaba añoranzas y létrares de una persona buena, que conoció a nuestro Señor Jesucristo… ¡solo eso! ya en estas tierras uno se confunde con la existencia de lo que nos enseñaron en la primer infancia, estos nativos viven en la naturalidad, no hay pena ni vergüenza y adoran a ídolos, pero ya cercanos en la batalla, uno se da cuenta de que son naturales que sangran, sufren y lloran por igual a nosotros… en ellos veo una semejanza que cansa mis pensamientos ¡me confunde!
El fraile instruyó al joven en lo quehaceres de la palabra cercana a su capacidad, debido a que él solo sabía de la instrucción hermanal de la orden, hablar de San Pablo para ellos era solo la cercanía de considerarle un pilar de la Iglesia, junto con San Pedro, pero para ello debía de preparase de más.
Cuando llegaron a los recién armados talleres comenzaron a observar el terreno de la ciudadela, imponente terreno de rocas afiladas e interminables caminos ¡todo convergen al montículo pequeño! una construcción con escalinata al centro, que constantemente suben y bajan los lugareños, pero cuando observan a los religiosos ¡corren a esconderse en pequeñas casas blancas!
—¡Joven Sanpablo quiero me permita dirigirse e investigar lo sucedido! no me parece natural que cada vez que nos vean ¡corran a resguardarse! puedo asegurarle que continúan haciendo sus brujerías.
—¡Sí señor!
Un puñado de hombres van detrás de los lugareños que entraron a esas pequeñas casas de color blanca con una simple puerta —sin ventanas— esperando encontrar a los seis que ingresaron apretados dentro de la habitación… ¡descubren que no hay nadie!
—¡Pero qué maldad es esta? — instaba el joven soldado enviado por el fraile
Con cuidado observaron el lugar ¡parecía que la tierra se los había tragado! informaron al religioso, quien apresurado se dirigió hacia la pequeña casa de color blanco, se arrodilló y comenzó a soplar en el suelo —los soldados se miraban entre sí, en suspicacia de la salud de la mente del fraile— cuando dejó de hacerlo su mano acarició un pequeño filo que sobresalía, levantó una delgada capa de laja, que al quedar totalmente fuera de su lugar dejaba ver una escalera que bajaba hacia un profundo pasadizo.
¡Los soldados quedaron impresionados!
—¡Vamos señores entrar y acompañarme! hagan el favor de encender antorchas, porque esto parece ser la entrada de algo escondido, por la magnitud de lo que vemos encima ¡seguro debajo será igual de monumental!… ¡vamos seguidme!
Todos bajaron por la escalera, quien gozaba de dibujos y relieves interesantes, donde se observaba un animal constante dentro de todos los dibujos mostrados…
¡Un jaguar de ojos de cielo y temibles colmillos desproporcionados!
El bosque que rodea a la ciudadela abandonada —de turquesas neblinas por la mañana y fuertes rayos del sol por la tarde— ha hecho crecer una variedad de plantas que no se conocían, hermosas, aromáticas y pequeñas flores que al contacto se impregna el elixir, delatan al natural de la llegada de visitantes que son sorprendidos, capturados de inmediato por los hombres pintados de rostro de jaguar.
Ante ellos les son conducidos el fraile y los soldados que le acompañaron a buscar el final de aquel pasadizo descubierto en la blanca casa, quienes previamente han sido pinchados con espinas del meyegual en la lengua y las orejas.
—Ollin axayactl chanehque…
El fraile comprendió la oración y procuró traducirles a los soldados…
—Nos llama rostros de agua por el color de nuestra piel y nos pregunta que a quien resguardan ustedes, no crean que ellos saben de nuestras formas de organización, solo preguntan de lo que ven, no les interesa quien nos manda o que intenciones tenemos ¡somos invasores para ellos!
Los soldados fueron despojados de sus vestimentas, armaduras, quedando completamente desnudos, al fraile le dejaron su hábito —que era todo lo que tenía puesto—.
—Ehecatl Ilhuicamina Xipetotec…
—Nos pregunta que dios de los suyos nos envía y porque tenemos esas ropas tan diferentes entre ustedes y un servidor.
Los hombres pintados de cara de jaguar se llevaron a los soldados aparte, quedándose solo para hablar con el fraile, quien entendía bien el nuevo dialecto, logrando comunicarse de mejor manera.
—¿Qué tienes que visitar en este lugar señor de cabello en tu rostro?— de voz ronca el cara de jaguar le instó.
—¡Solo estamos recolectando las lajas de la ciudadela abandonada! nos permite construir un lugar en donde mis hermanos daremos atención a estos lugares.
—Los templos no han sido abandonados mi señor y las piedras que llevas son sagradas, talladas por el universo de mis antiguos señores Toltecas, aquellos grandes constructores, que lograron levantar las ciudades a nuestro señor dios flor —venus—.
El fraile se mantenía fascinado con el lograr comunicarse con los nativos ¡una exploración de su visión de lo natural que lo rodea! ideas y perspectivas que se diferencian en mucho con la visión religiosa, se habla de dioses, fenómenos de las estrellas, un aspecto llamó la atención del religioso más allá de lo imaginable, el concepto de un solo dios por encima de todos, así que no era un pueblo lleno de deidades como los romanos o griegos, creían en uno solo y los demás eran quienes acompañaban a una mitología.
—Perdone mi señor cara de jaguar, deseo saber si es posible aquella escultura de piedra que representa a un hombre acostado, que sostiene una vasija afuera de su templo principal ¿qué es?
Los señores de cara de ocelotl callaron, caminaron junto al fraile y lo dirigieron hacia el lugar mismo en donde se encontraba aquel señor semirecostado con la vasija en su vientre y el rostro volteando, una vez que ingresaron…
¡La sorpresa del religioso fue que la ciudad reverdeció en sus mejores momentos!
Caminaron cerca de cada uno de los canales, las piedras levantadas por aquellos nativos que las trasladaron hacia los pies del cerro de fundación ¡volvieron a su lugar! el agua corría por entre los campos del ritual “del sacrificante” unos orificios en la ciudadela hacían de pequeños receptuelos de agua, que al mirar el ocaso, replican el mapa de las estrellas del cielo, haciendo dos noches y multiplicando un gran espejo ¡había dos ciudades! una por encima y la otra por debajo —que era el simple reflejo— a los pies del templo principal está la escultura a la que se refería el fraile.
Varios sacerdotes que no había distinguido, sostenían uno de cada pierna y brazos a un joven guerrero con el rostro pintado de azul, un sacerdote tomó una daga con el filo de hermosa transparencia ¡lo clavó debajo de las costillas del guerrero! — yacía de dolor y gritos— luego le extrajo el hígado, posterior metió la mano y sacó el corazón ensangrentado de manera casi inmediata, lo levantó en señal hacia las estrellas, lo depositó en la vasija de la escultura del hombre de piedra semi recostado…
… en donde le prendieron fuego, se levantó una gran llamarada que duró solo un instante.
¡El fraile volvió el estómago de la impresión!
—¡Hermano!… Hermano.
El joven nativo encargado del taller de las lajas le hablaba al religioso franciscano que recién había vuelto el estómago estando dormido.
—¡Dios que me pasa!…
“A partir de ese momento quedó claro que esta ciudadela debía de ser por completo desarmada, el religioso Fray José de Arrivanera había tenido suficiente con aquella alucinación, aquel cruel engaño, aquella figura viva que solo le hacía volar su mente hacia realidades inexistentes”.
Así, de tajo, se determina que la ciudadela deberá de ser desmembrada y que cada uno de los materiales a utilizarse deberá de servir para que ahí se levante una ermita a favor de María Santísima, para lograr de una vez y por todas, terminar con este sitio dedicado a los sacrificios de personas, que seguramente siglos tardarán en lograr santificar estas tierras dedicadas a la ofrenda de vidas a dioses heréticos.
¡Que Dios colme de bendiciones estas tierras! que se logre arrebatar de la infamia a estos lares que durante siglos se dedicó a profanar la creación y dignidad de quienes aquí poblaron.
A 5 de marzo de 1632… Villa de lugar del cerro de fundación —aún sin cédula—.
Hermano de la Caridad de la orden de Nuestro Seráfico Señor San Francisco…
Fray José de Arrivanera…
FIN