Donald Trump sabía de antemano que el voto popular no estaría con él en la elección y que al igual que en el proceso anterior, sería el colegio electoral el que propiciara su reelección, por ello, conocedor también de la solidez de su voto duro en las mayorías anglosajonas, pobres, poco intelectualizados y trabajadores, radicalizó aún más su discurso disminuyendo levemente las agresiones verbales a migrantes, consciente de su necesidad del voto latino para asegurarse enclaves importantes como Florida, en compensación de California donde se sabía perdido.
Sabía también, que el número de muertos resultantes de la pandemia y su desprecio inicial por la misma, le cobrarían factura, al igual que la falta de deslinde del supremasismo blanco y la violencia policiaca. No obstante, persistió en la estrategia que lo llevó al poder, la misma que hoy mantiene al pueblo norteamericano polarizado y a prueba las instituciones democráticas.
En forma irresponsable e inexplicable, si no fuera porque se ha evidenciado como un egocéntrico redomado, cuestiona y deslegitima el proceso, pretendiendo judicializar su causa perdida. Se entiende esa actitud viniendo de Donald Trump, pero no del presidente del país más poderoso. Afortunadamente hay más responsabilidad en los medios y en la clase política, aún de los republicanos, que no comparten esa actitud que puede llevar a la desestabiización del país.
Por su parte Joe Biden, después de lograr que el voto demócrata no se dividiera, como le sucedió a Hillary Clinton, se dedicó también a conservar su voto duro y a restar simpatizantes a Trump, particularmente centrado en señalar los desaciertos y fallas de la administración y los rasgos de intolerancia, racismo y vulgaridad del presidente.
Tuvo el impulso adicional que le diera el pésimo manejo de la crisis sanitaria y la falta de empatía con las víctimas de violencia policial. Todo ello, le redituó y hoy es el candidato presidencial más votado en la historia de USA. Lo paradójico de esto es, que teniendo muchos más votos que el presidente, la elección se haya cerrado al grado de no tener un ganador indiscutido una semana después de los comicios.
Parte de ello se debe a la estrategia desestabilizadora del presidente, que ve desvanecida su reelección, pero buena culpa tiene Biden y su partido por no haber podido entender al electorado, especialmente el segmento de voto persuasible del elector blanco de los estados columpio. Se ha comprobado que no basta una mala administración y señalar los errores de la misma, si no se acompaña a la crítica propuestas atractivas que puedan mover la intención de voto.
Los demócratas no han entendido que si bien el país muestra una composición multicultural, existe todavía una mayoría blanca que se niega no solo a compartir el país que sienten que ellos construyeron, sino también el derecho a decidir que tienen las minorías que hoy hacen esa otra mayoría que tiene dividido al país.
Concentrados, los demócratas, en consentir y asegurar su electorado, se han olvidado de construir una propuesta capaz de atraer al segmento que se siente protegido por el discurso nacionalista y conservador de los republicanos, pero a la vez, no aprueba muchas de sus acciones y actitudes.
El pueblo norteamericano ha quedado profundamente dividido y sus políticos no encuentran el discurso que unifique a la nueva sociedad que imperceptiblemente les cambió el país. Ya no es la sociedad homogénea de mediados del siglo XX, sus desigualdades y desequilibrios son evidentes y el discurso político no ha hecho más que profundizar en ellos.
Los políticos no entienden que la política es la búsqueda de consensos entre la diversidad social y que el verdadero triunfo en una elección no es la destrucción del adversario, sino el convencimiento de más personas hacia un proyecto que sientan común y se comparta colectivamente, pues tras el fragor electoral viene la ardua tarea de gobernar para todos.
En la elección de USA, ambos partidos se encargaron de subrayar sus diferencias y ahora necesita, el triunfador, entender a esa otra mitad que prefiere un presidente ordinario y gritón, pero que se identifica con sus valores y principios y le sigue dando el apoyo a pesar de una administración desastrosa y carente de resultados, pero llena de mensajes de esperanza contenidos en un lenguaje mentiroso y falaz. Tal vez no estén contentos con ello, pero no encuentran una alternativa mejor.
Lo visto en la elección norteamericana no es muy diferente a lo que podemos esperar en México en la elección intermedia. Sin duda hay muchos mexicanos desencantados con el gobierno actual y la avalancha de votos que llevó al poder al actual presidente no habrá de repetirse, sin embargo es difícil que pueda perder la mayoría pues no hay quien pueda articular una propuesta creíble y aceptable, para una sociedad que todavía mantiene la esperanza a pesar de una administración sin resultados, ideologizada y sin visión de futuro.