El valle vasto se mira con un color a hierba penetrante, los aromas de la mañana fresca desenvuelven un pálido color turquesa, las estrellas aún se avizoran en el cielo, la cúspide del cerro de fundación aún respira con pequeñas fogatas encendidas, la neblina deja claro que el frío del temporal aún es temprano para recibirle, un caudaloso río suena feroz arremetiendo con su embestida a todos quienes se acerquen a tomar un simple sorbo.
Los soldados españoles que aún revisan el territorio se dan cuenta de un lugar propicio para asentarse, el capitán Nuño Beltrán de Guzmán ha abandonado el resguardo —después de días de penitencias— que se cubría por mantener en paz la zona a los pies del cerro de fundación, se ha dirigido a una nueva encomienda de Cortés, solo dejó instrucciones por escrito a los religiosos franciscanos de la zona, en donde adecuaban al conocimiento los ríos, elevaciones y el reducto hechizado de una ciudadela llamada Tlachco, donde aún se realizan ejercicios de brujería y blasfemias a Dios Nuestro Señor.
El Cerro de Fundación tiene una elevación que de rampa va desde lo más bajo cercano al río brioso hacia la punta, detrás de él un acantilado, lo rodea un pequeño destello de brecha por donde bajan las peregrinaciones chichimecas para hacer sus embrujos y ritos.
Al aceptarse la pantomima de conquista entre los españoles y los nativos —acuerdo hecho por el Conni líder de los nómadas para apaciguar la región— se está en espera de que limiten los terrenos, debido a que la zona ya es habitada en pequeñas casas de lona, donde se resguarda el escuadrón de conquista y algunos nativos que ya han aprendido el nuevo dialecto.
Pero el tiempo apremia y esa mañana llegaron los primeros franciscanos a conocer la zona, el terreno y las elevaciones debido a que serán los encargados de diseñar lo que se tiene como aún idea: un conjunto conventual con todo lo necesario para proporcionar resguardo y lograr fidelizar a los nativos de estas tierras.
El primer franciscano que logró medir la superficie hablaba de una extensión monumental, en donde cabría un templo rector estilo en cruz, capillas anexas, resguardos y arquería, enfermería, salón de comida y depósitos de agua —que se traería del río cercano— el proyecto estaba pintado sobre una tela que servía de guía para lograr la construcción, sin olvidar los dormitorios de quienes seguramente vendrían a oficiar la evangelización.
A los pies del cerro de fundación se decidió que fuera la primera zona del poniente en horizontal con el río —para aprovechar el flujo— debido a que la zona de acantilado oriente la elevación requería cimentación especializada, la fachada principal serviría de punto de intersección de todo lo previsto para fundar ahí una simple villa, el terreno era sólido y se veía que las lluvias eran temporales a ciertos días del ciclo —aún no cumplían un año de observancia para medir las condiciones del tiempo—.
Decidieron que el primer edifico a levantar sería el conjunto del templo franciscano, para ello solicitaron anuencia al nómada Conni, quien mandaba por orden de alianza la región, sería él quien dirigiera la orden de comienzo de construcción, mientras que los nativos les mostraban como armaban un material con cal, lodo y paja, mismos que estaba rodeado todo el valle, por ello, requirieron de la asesoría de constructores que ya llevaban adelantado en la ciudad construida por encima de las ruinas de la antigua ciudad que flotaba —aquella de los dos lagos— descubrieron que los maestros constructores eran nativos ya aleccionados, deberían de aprovechar tal bendición.
El encargado de la limitación del espacio fue Fray José de Arrivanera, hermano estudiado en construcción, pero que no solo tenía el tratado de las villas de Valencia, sino que sus estudios en levantamientos urbanos del reino de España le dejaban la experiencia de lograr la idea plasmada por los superiores en estas nuevas tierras.
Su casa de lona está ubicada en el primer perímetro de lo que será el templo del conjunto franciscano, a los pies de lo que será la fachada principal, por ello era importante la llegada pronta del Conni, para que permitiera el comienzo de trabajos.
A la par los maestros de construcción le presentan al fraile lo que será el comienzo de cimientos, el levantamiento de muros de lodo, cal, paja y excremento de animales —estos recientes que no se conocían, pero que se reproducen de manera pronta llamados “bueyes”— van descubriendo las resistencias, esto hace que se logre medir la altura, el soporte y así calcular el número de piezas a obtener.
El valle amplio destaca de bosques que le rodean, al norte se levantan frondosos árboles con troncos de colores, que a la luz del llamado Tonatiuh tiende a levantar aromas de frescura y fuerte brisa, las caminatas para lograr atraer el mayor número de rocas lisas alineadas para llenar los cimientos aún dista en mucho de lograrlo, los nativos que se acercan a los españoles saben que serán la mano de uso —y abuso— de todo el proyecto de construcción, así que de ellos tendría que salir del lugar de los materiales adecuados.
El primer paso para definir por el fraile José era el sistema de medidas, cierto es que los naturales gozaban de la medición por partes de su cuerpo —igual de que las varas otorgadas por Hernán Cortés como sistema de medición— pero las proporciones cambiaban en sí, solo por algunos dedos de diferencia que en su medida monumental y a lo alto del Convento diseñado, podrían resultar en problemas.
Otro segundo caso para tomar en modo era que los europeos acostumbran al cálculo de las plataformas y estructuras por el método romano opus caementitium —afinado por la invasión a España de los árabes y el uso del álgebra como sistema de soportes en repartición de pesos— que facilitaba el cálculo de materiales, los naturales no están acostumbrados a construir de un tiro el total de los basamentos, es más, van construyendo capa por capa.
El maestro de la obra designado fue Mayatl —ojo de escarabajo—quien se distinguía por saber la talla de rocas por medio de otras rocas, con tal maestría que lograba casi un espejo de alguna cantera o “mármol” con líneas y vetas.
Así que el primer intento de lograr que se levantaran los cimientos era el de colocar lo que los naturales llamaban la calcaloatl, un polvo que al reaccionar con el agua se endurece pero que al agregar rocas y cactus de la región o magueyes endurece como la misma argamasa de la statumen —superficie de base— de las calzadas españolas.
Así que el fraile admirado por tal fuerza de materiales —comprendiendo lo monumental de la ciudad de dos lagunas— quedaba claro que la fuerza era resistente y el terreno propicio para realizar las formas de base frontal al edificio, se construiría el statumen, luego el nudus y al final el núcleo dejando que el pavimentum realice su trabajo en nivelar lo horizontal la plataforma de base, pero la duda le asaltaba:
Las rocas que cubrirán el muro madre ¿de dónde saldrán? el terreno rocoso que se observa detrás del acantilado del cerro de fundación hace mirar un conjunto de lajas y canteras, pero el color es demasiado pálido y afea el proyecto mostrado.
Cercano a los brotes de agua que mostraron las expediciones a lo que pareciera un asentamiento primario de resguardo de los nómadas —cercanos a una gran cañada— pareciera que hay material de roca volcánica llamada tezontle, ese puede ser el material que soporte el nudus, para colocar los primeros pilastros de cercanía del perímetro, pero la piedra que cubriría las paredes monumentales y los interiores del templo aún no se conseguía.
En el primer ensayo de pilares se llevó a cabo, una maniobra de maderos haciendo el modo de cajón vertical que era rellenado de roca del tezontle, el uso del mortero, la argamasa con el cactus hervido hizo de la resistencia y distribución de fuerzas ¡algo nunca antes visto por el fraile! así lograron levantar una pilastra de más de siete cuerpos de alto, esperaron sus movimientos naturales y acomodo de materiales para observar alguna anomalía —que al paso de los días no se presentó ni se cuarteó—.
En este ejercicio se estaba ya trabajando cuando llegó el Conni a la zona que se delimitaba, los ensayos de cimientos y calzada, que ya estaba algo avanzados, pero como simples pruebas de soporte de materiales.
Lleno de una gran reverencia el señor de estas tierras hace presencia de manera extraña, ataviado de gran señor —que a tientas se miraba incómodo, cuando estuvo acostumbrado a la desnudez de su tradición nómada— no era de esperarse la risa y la burla de los nativos que al ver a su gran señor no le distinguían pegándose codo en las costillas.
Todos los nativos que acompañaban al fraile José bajaron la rodilla al ya reconocerle, menos los españoles.
—¡A bien recibo al señor Hernando De Tapia! esperamos su venida señor, para que limitemos el terreno de lo que será nuestra santa casa, espacio y convivencia para lograr apaciguar en nombre de nuestro Señor Jesucristo estas tierras.
Un bajo de estatura y narigón escribano —que realmente no se sabe de donde había llegado— hacía de anotar todo lo dicho por De Tapia.
—Mire señor fraile —en acentuado castellano— hemos delimitado las audiencias y un servidor, hacerles de tanto y cuanto en varas se haya logrado la medición y honrosamente le menciono que de más de las trescientas varas al pie del cerro de la fundación les son otorgadas…
—¿Podrían sus mercedes indicarme en la cédula del escribano el plano y las peculiaridades de lograr la promoción y cédula de propiedad a nuestra santa orden de nuestro seráfico señor San Francisco?
—¿Qué dice mi joven fraile? ¿no confía en la voz de quién observa?
—¡No es en mi caso tal agravio! deseo solo tener a título de propiedad como marcan los estatutos del Reino de México y Gran Audiencia a la que me adhiero como orden.
—¡Mi voz basta! — esgrimió en el plano unos garabatos de tela que estaba sobre sencilla mesa su autorización del límite y condiciones de espacio y altura de gran obra.
El fraile agradecido le extendió la mano para saludarle a lo que el señor Hernando De Tapia solo acercó con el rostro un ademán de comprensión, cuando miró el plano solo estaban algunas rayas y a menos de entenderse algunos rasgos de escritura, de difícil lectura.
En los días posteriores a este encuentro el maestro Mayatl caminó por varios días acompañado por el fraile encargado de la construcción del conjunto franciscano que apenas se vislumbra como una simple idea, los materiales de base y cimentación de la gran nave ya están resultados, pero debe irse planeando que laja o piedra de cubierta utilizarán, debido a que se debe calcular el peso de toda la estructura antes de echar el cimiento.
Llegaron a lo que los nativos llaman Tlachco, una ciudadela abandonada y armada por grandes bloques alineados de una piedra lisa y buena vista, el fraile estaba admirado.
—¡Bendición de Dios! podemos tomar de aquí varias de las partes de forma, pero con el cuidado de lograr tallas y veo la dureza de estas canteras marmóreas de difícil lineamiento— mientras acariciaba cada una y caminaba a lo largo de la gran calzada.
Uno de los nativos tomó una de las rocas porosas —tezontle— mojó con un valde una de las piedras lisas de la antigua construcción y comenzó a tallar de tal forma que saliera un circular solo un rato de hacerlo, logró domar la forma. ¡El Mayatl y el fraile estaban encantados de la facilidad de la piedra lisa! así que sin dudarlo, lograron hacerse de varios bloques para medirles ¡en lomo de los nativos se cargaron varias piezas que en más llevaran!
Al llegar a los pies del cerro de fundación —después de dos días de carga— observaron a un emisario del capitán Cortés que traía un aviso para el joven fraile, envuelto en un amarre de papiro:
«… en mucho agradeceré su excelentísima que me conceda que la primera de las eucaristías expuestas para la operación del altar de tan ambicioso proyecto conventual sea para el descanso de mi señora esposa… en lo que respecta a las obediencias y patrimonios de construcción se adhiera a la figura del excelentísimo señor Hernando de Tapia, quien funge ya ahora con el título de nobleza del reino de México, y señor de estas tierras que usted y su orden observan, con ello atinadamente ante cualquier recomendación sirve atenderle como si fuera su capitán mismo a quien le concede esta remisión…»
El fraile solo levanto la ceja y guardó en su morral la misiva, el mismo emisario le otorgó otro amarre, pero esta vez del capitán Nuño de Guzmán:
«… que de viento y fuerza requiera que la ciudadela a la que los nativos llaman Tlachco sea demolida en su totalidad, que levante altares a Dios Nuestro Señor y no deje piedra sobre piedra señor, el alma de los que ahí habitaron subsiste y llena de locura a quienes pernoctan, es un lugar embrujado a tal modo que supera por mucho al cerro de fundación, en donde se observan aún ritos paganos… sea a su voluntad, que una hermosa señora me ha dado el lugar exacto para una ermita, logre a bien regresar a tal lugar para darle mejores ubicaciones…»
Continuará…