Diana Bailleres
Han pasado treinta y un años de aquellas imágenes y me parece estar de nuevo frente al televisor donde se estaba dando la noticia. Pero muchos jóvenes hoy habrían querido estar allí, trepar por las paredes o tomar un mazo y pegar en aquel símbolo de la limitación a la libertad.
La anécdota me la ha recordado Klaus Meine entonando Wind of change de Scorpions, es como viera el Parque Gorki, la Puerta de Brandeburgo y las multitudes que se acercaron al muro de Berlín sin otro propósito que echar abajo la ignominiosa manera en que un sistema político les había obligado a vivir casi sesenta años. Primero el Nacionalsocialismo, luego la ocupación de los Aliados y por último, la división de su ciudad en cuatro, como si se tratara de un pastel.
La división del botín que significaba la derrota de Alemania, comenzó a fraguarse años atrás. En febrero de 1945 se reunieron Churchill, Stalin y Roosvelt, líderes de los Aliados, en Yalta, en Crimea, lejos de la guerra. En primera instancia los asesores del presidente norteamericano, pensaron en transformar Alemania en un país agrícola confiscando su industria y trasladándola a su territorio.
El proyecto de Yalta fue más allá cuando a mediados de abril de 1945, las fuerzas armadas estadunidense al mando del general Eisenhower se encontraban en Magdeburg a escasos 130 kilómetros de Berlín y allí permanecieron estacionadas más de quince días mientras los soviéticos arribaban a la sede del Tercer Reich. Hitler se suicidó el fin de ese mes. La decisión que el comandante norteamericano tomó repercutiría desde entonces y hasta la temprana visión de lo que sería la Guerra Fría en los años 60.
Churchill escribió al presidente Roosvelt un cable en el que cuestionaba la decisión de que Eisenhower se estacionase a las afueras de Berlín; se le había otorgado poder pleno para finalizar la ocupación de Berlín. Como estadista, el ministro inglés percibía lo que políticamente significaba permitir que los soviéticos se hicieran con la victoria.
Eisenhower era un militar sin formación política y en ese tiempo, apostado a las puertas de Berlín se ocupó de revelar al mundo los campos de concentración, permitió a la prensa documentar el hallazgo en las cercanías de la capital alemana; personalmente se acercó a los pobladores aledaños a preguntarles si sabían lo que sucedía en aquellos terrenos cercados de los que provenía cada día el humo y olores de los hornos crematorios en los que desaparecían miles de prisioneros judíos.
Al capitular Alemania en mayo de 1945, mientras Eisenhower se reunía con el presidente Karl Dönitz, el ejército soviético ya había desmantelado 460 fábricas de la región del Ruhr y trasladaba su maquinaria hacia Moscú, sin ningún respeto a los acuerdos de Postdam. Stalin olvidó pronto la ayuda que había recibido de Roosvelt por el lado de Alaska, de pertrechos y alimentos para el ejército soviético contra el avance alemán.
Después de la rendición de Alemania, Berlín entró en un periodo de incertidumbre política, bajo el mando del Consejo Aliado de Control. Las tensiones, más figuradas que reales entre Estados Unidos y la Unión Soviética provocaron que en 1949 la zona occidental se constituyera en la RFA. La ocupación soviética en el Este apoyó la constitución de la RDA. El año anterior, las tensiones llevaron a un bloqueo hacia una Alemania destruida y vencida que puso al borde del caos a la población civil. Ferdinand Reuter escribió un discurso dirigido al mundo en el que clamaba que: miraran a Berlín no como un botín, sino como una ciudad con derecho a ser libre.
En junio de 1948, sin mediar un aviso, los soviéticos que ocupaban la parte oriental de Berlín declararon el cese de los transportes ferroviarios así como el cierre de las carreteras debido a “fallas técnicas” lo que imposibilitó la llegada de bienes de consumo para el sustento de los berlineses en el lado occidental. El 25 de junio, un día después de este cierre, los norteamericanos, con los mismos aviones con que habían bombardeado aquella ciudad, se organizaron para traer la ayuda humanitaria más extraordinaria de la Historia. Se hicieron 200 000 vuelos pues el puente aéreo era constante hacia el aeropuerto Tempelhof en Berlín, hacia Frankfurt en el sur y hacia Hamburg en el norte; se transportaron 1 800 000 toneladas de alimentos y víveres.
En este proceso Eisenhower desestimó el poder de expansión de los soviéticos y después Kennedy quien estaba atento a lo que la URSS estaba a punto de llevar a cabo: el emplazamiento de misiles en Cuba; Churchill, había perdido una elección y se había retirado; detrás del telón de acero, estaba Stalin, quien había actuado con el sigilo de una serpiente, primero aparentando que la situación política de Alemania sería democrática, luego Khrushov con un estilo abiertamente ofensivo y arrogante que le valió su destitución en 1964.
Pese a las tensiones de la Guerra Fría, los berlineses vivieron durante una década en una ciudad en la cual podían transitar de uno a otro lado occidental u oriental por un puente fronterizo. En realidad, habían huido al Oeste 150 000 personas. Lo que más les incomodaba era el control ideológico que a la manera de la Unión Soviética se ejercía en Alemania Oriental o supuestamente democrática.
El 13 de agosto de 1961 a la hora cero, en Berlín Oriental se cerraron seis puntos de entrada que eran ocho. Un ejército de voluntarios comenzó a emplazar postes de hormigón y alambradas de púas a lo largo de la línea divisoria de la ciudad. Al día siguiente la sorpresa fue general. Las familias quedaron separadas; no se volverían a ver hasta 1989; al día siguiente se construyeron muros que tenían de 3 a 4 metros de altura y un grosor de 30 centímetros. El muro alcanzó en esta fase 120 kilómetros.
El alcalde Willy Brandt escribió una carta personal e informal al presidente Kennedy buscando apoyo para una reacción hacia la Unión Soviética. El presidente le envío una respuesta en propia mano de su vicepresidente Lyndon Johnson. Pero no hubo más. La Casa Blanca tenía bastante con lo que le significaba la cercanía de Cuba con la URSS, tanto. que los aviones espía habían detectado submarinos soviéticos en las playas de la isla; se sabía transportaban cabezas nucleares, así como la construcción de plataformas de emplazamiento para misiles, frente a Florida.
Para quienes vivieron el comunismo real, el muro simbolizó uno de los aspectos más oscuros de la Guerra Fría. Podemos imaginar lo que fue aquel atropello para la población. Durante años muchas vidas se perdieron en el intento de huir de la parte oriental pues además se sembraron minas, detectores de pisadas, perros policía y la orden de disparar. Algunos se atrevieron a desafiar a la policía y fueron acribillados; grupos numerosos lograron atravesar de un lado a otro por túneles y fueron rescatados por sus amigos en el lado occidental.
La división ideológica que sustentó a los dos bloques creó un ambiente de desconfianza que alcanzó niveles indeseables como un estado policial de denuncias entre familias y amigos, así como el espionaje que ejercieron ambos sistemas. Berlín fue el escenario de intercambios de espías en el Checkpoint Charlie, entre las dos potencias.
Eran pocas las noticias que lograban salir del otro lado del muro; parecía que aquella parte del mundo no existió durante las décadas posteriores a la guerra; del mismo modo las imágenes de Occidente eran desconocidas para ellos; todo lo que podía transitar hacia cualquiera de los dos rumbos era bajo la más estricta clandestinidad: la música, la literatura, la tecnología. Imposible tener libertad, ni de sentir ni de pensar.
Las presiones para tener más salidas al extranjero obligaron al estado a ceder. El líder de la RDA, Erich Honecker, renunció el 18 de octubre de 1961; la noche del 7 de noviembre se dijo de manera informal que se permitiría la salida hacia el Oeste. El día 9 de noviembre, Günter Schabowski miembro del Politburó del partido mayoritario, por equivocación anunció a los medios, que las leyes para viajar al extranjero habían sido derogadas. Un periodista preguntó cuándo entraría en vigor tal disposición y contestó que de inmediato. Miles de personas se dirigieron al muro y comenzaron a derribarlo como quedó en las imágenes del evento.
El chelista Mstislav Rostropóvich asistió al muro con su violoncelo como fondo musical. Él había tenido que exiliarse al Oeste. En una serie de trámites propios de la política, comenzó el proceso para la unificación de Alemania y al mismo tiempo, sería la primera fase del fin del socialismo. La confrontación de las dos potencias fue un continuum de las heridas que había dejado en la población civil, la Segunda Guerra Mundial en Europa, como si no hubieran sido enormes las pérdidas, el dolor y el sufrimiento.