A menudo los medios de comunicación llaman la atención sobre profesores universitarios o políticos que plagiaron parcial o totalmente los contenidos de sus tesis. Pero, ¿qué pasa con aquellos individuos que jamás se inscribieron en programa de posgrado alguno –ni presencial ni on line–, y que, a pesar de ello, ostentan títulos universitarios de nivel doctoral?
El caso más sonado en México de ostentación de título doctoral sin poseerlo, fue el de Fausto Alzati, funcionario público que en la década de los 90’s del pasado siglo XX ocupó la dirección del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), y después fue secretario (ministro) de la Secretaría de Educación Pública.
Cuando la prensa hizo público su engaño, y por la dimensión del escándalo, la persona se vio forzada a renunciar. El principal señalamiento fue el de que firmó documentos oficiales en los que se asentaba el título de doctorado que no poseía. Perdió su cargo, pero no se le penalizó ni se le inhabilitó para ejercer puestos públicos. Paradójicamente, este señor sin título fue quien estableció que para poder ingresar al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de México, los aspirantes deberían de tener el grado de doctor en alguna disciplina científica, tecnológica, social o humanística.
El presidente Ernesto Zedillo, en cuyo régimen ocurrió el hecho y quien ya había sido ministro de educación, pronto sustituyó al ministro caído en desgracia. De inmediato, las instancias federales de educación ordenaron a las autoridades de las instituciones de educación superior del país que revisaran el estatus legal de los títulos universitarios de todas aquellas personas bajo nómina del erario público. Así, pronto se descubrieron numerosos casos de profesores, investigadores, directores y hasta rectores de universidades que ostentaban títulos de maestría o doctorado sin tenerlos. Tampoco hubo penalización a los impostores que fueron descubiertos, ni se les obligó a abandonar cargos. Muchos de los certificados de exámenes de grado y títulos universitarios de aquella época, fueron firmados por individuos sin el grado mínimo requerido.
No obstante lo sonado del caso Alzati, en pocos años todo volvió a la calma y atrás quedaron los tiempos en que no únicamente se tenía que mostrar físicamente el título que se decía tener, sino también comprobar fehacientemente que no era un cuero o papel falso, en especial los títulos procedentes del extranjero. Como quien dice, las aguas volvieron al nivel anterior a 1995.
Y aunque existe una forma oficial llamada ‘apostilla’ para legalizar y garantizar la autenticidad del título universitario extranjero, trámite que comenzó en México precisamente a partir del suceso mencionado, muchos de quienes estudian fuera del país y regresan a trabajar no la aplican a sus títulos. Tampoco gestionan la cédula para el ejercicio profesional pertinente a sus grados.
Este ‘olvido’, y la no exigencia de pruebas, ha dejado abiertas las puertas para que muchas personas obtengan títulos falsos de las llamadas ‘universidades patito’ que por internet venden grados de doctor a la medida, o de las ‘fábricas de títulos’ que se dedican exclusivamente a este negocio. En consecuencia, tanto individuos que requieren los títulos apócrifos para buscar empleo o ascensos, como aquellos sujetos que desean alardear en sus círculos de amistades o de negocios, compran títulos a bajo costo.
Abundan los ‘doctores’ falsos en la educación, en la política, hasta en la empresa privada. Incluso, algunos de esos supuestos ‘doctores’ firman convenios con centros de investigación y obtienen financiamientos de CONACYT, pues las instituciones no verifican si los títulos que dicen tener los firmantes en verdad existen.
Muchos de los que se enamoran del grado de Doctor y que a toda costa lo quieren anteponer a sus nombres, lo buscan por la vía libre –cueste lo que cueste– y no por la de los estudios. Por otro lado, han sido contadas las personas que utilizaron el título de ‘doctor’ sin presumir tenerlo ni hacer creer a los demás que poseían el diploma del caso.
Los que utilizaron legal y públicamente el título sin tenerlo, y además vivieron de él, son: Jorge Marrón, el Dr. I.Q., locutor de radio; Tom Kennedy, Dr. I.Q. The Mental Banker, presentador de televisión; el Dr. Caronte, luchador; y el Dr. Seuss, escritor de cuentos infantiles.
Recordando las frases locas del Dr. Seuss, cabría preguntar a esa gente: ¿Cómo es que llegaron tan pronto si jamás empezaron? Pues, como dijo el doctor Caronte: “Es bueno que lo sepas, yo soy el Doctor Caronte”.
*Publicado el 30 de diciembre de 2017 en Publica o Perece