Entre el artista brasileiro y yo siempre ha habido algo personal, porque nos inspira al amor, al amor incondicional al próximo, al enamoramiento, al desamor y a luchar contra la contaminación ambiental que no solamente se está llevando su Amazonia querida sino a todo el planeta.
Pues bien, cuando el artista y compositor decidió grabar en idioma español en 1970 sus grandes canciones, las cuales solamente estaban en portugués, pues nos atrapó a los nacidos en los años sesenta con “Un Gato en la Oscuridad”, “Las Flores del Jardín de Nuestra Casa”, “Amada Amante” y sobre todo “Jesús Cristo”, la que compuso después del terrible accidente automovilístico donde salvó la vida pero perdió una parte de un pie. Se comentó mucho que en ese siniestro conducía en estado etílico y bajo el influjo de la mariguana, por lo que se había convertido en un seguidor de Cristo totalmente y compuso tan bella canción. Esa hermosa y juvenil pieza musical llegó a Querétaro a la venta en “Grabaciones Selectas” de Tere Ortiz en 1972, porque lo nuevo en Cine y en Música llegaba a mi levítica ciudad dos años más tarde si era producción extranjera y un año después si era producción nacional, así estábamos de jodidos. Ahora si se estrena un cd o un dvd en París el 1 de noviembre de 2020, ese mismo día Querétaro y CDMX lo estrenan al unísono.
Pues bien, en ese 1972 yo apenas iba a cumplir nueve años e iba a comenzar mi tercero de primaria cuando decidí sacar todos mis ahorros escolares en BANAMEX y gastarme trece pesotes en comprar allí cerca, en la calle 16 de Septiembre, en “Grabaciones Selectas”, el disco de 45 revoluciones por minuto, chiquito, de vinil, de Roberto Carlos con “Jesús Cristo”, que los nacos pronuncien Jesucristo es su problema. En la otra cara del disco de dos canciones venía otra pieza que no pegó. Me extrañó que Tere Ortiz no me diera la funda sencilla de papel en blanco donde solamente se adivinaba la serigrafía del disco, sino que me lo dio en una funda de plástico con portada y contraportada, que era lo usual en los discos chiquitos de cuatro canciones. En la portada se veía la fotografía de Roberto Carlos con audífonos de grabación, camisa azul marino y un rostro “raro”, con profundas ojeras, quizá con huellas del percance carretero.
Raudo y veloz llegué con mi disco a tocarlo como loco en el tocadiscos de mi madre y lo coloqué en el lavadero de mi casa ubicada en Ocampo 15 norte, frente a Carmelitas, en un pasillo que daba hacia el departamento de mis primas Aguilar Mendiola y la hermosa huerta. En esas estaba hasta aprenderme la letra y música cuando se aparece una “Hija de…María”, sí señores, en Querétaro siempre ha existido esta asociación religiosa de “Hijas de María” y que además se reunían cerca de mi casa, en Ocampo Sur en la casa de la Acción Católica. Pues qué les cuento: mi prima Patricia Aguilar Mendiola se me fue encima como Godzilla y agarró mi preciado disco y lo hizo cachitos delante de mí, impotente flacucho de treinta kilos contra setenta de ella, llevándome a jalones de oreja y brazo ante la jerarca de ese hogar, mi abuela materna, Josefina Pérez Uribe viuda de Del Toral, para acusarme de que estaba oyendo una canción diabólica y que Roberto Carlos la había compuesto y grabado drogado, que así le habían dicho a ella en las “Hijas de María”, que bastaba ver la foto de la portada del disco para probar ese argumento.
En lugar de darme la razón a mí, mi abuela Josefina, profundamente devota del catolicismo, se le dio a mi inquisidora prima Patricia y me quedé con un dolor profundo de alma y cuerpo, y sin disco. ¡Yo qué culpa tenía que el obispo Alfonso Toríz Cobián se hubiere peleado con curas reformadores como el doctor Mariano Amaya Serrano, entre otras cosas, por introducir en su parroquia de La Merced música a go-gó en las celebraciones religiosas! Entre otras piezas musicales señaladas como diabólicas no estaban solamente las de The Beatles sino la ya famosa y pegajosa “Jesús Cristo”.
Me quedé profundamente decepcionado de esa actitud de la extrema derecha pero aun así continué de acólito en Carmelitas con el padre Eusebio Mendoza hasta el secuestro de Pablito Meré Alcocer en 1973. MI prima inquisidora y gran maestra de Matemáticas, Física y Química dejó mi casa en diciembre de 1975 y así pude comprar hasta 1979 el álbum triple de Roberto Carlos que contenía entre treinta y seis piezas la de “Jesús Cristo” en español y portugués.
Pasó el tiempo que todo lo cura y me voy de regidor en la fórmula de Ayuntamiento del licenciado Braulio Guerra Malo para el trienio 1988-1991, pero el 7 de octubre de 1988 pedí licencia a mi regiduría para ser designado Secretario del Ayuntamiento capitalino. Entonces ocurre que un representante de Roberto Carlos llama por equivocación a mi oficina para ofrecer un concierto gratuito en ese abril de 1990 para el día del cumpleaños de doña Lady Laura, la mamá del artista, quien cada año regala un recital como homenaje del amor de su madre a los más necesitados. Raudo y veloz le dije al interlocutor que yo no tenía competencia para ese tema y lo transfería con la cara amable de la administración municipal capitalina, el secretario particular de BGM, licenciado Augusto Aubert Peñaloza, a quien el maestro Juan Francisco Durán llamaba “El licenciado Bonito” en la administración de Toño Calzada Urquiza.
Se armó el concierto en el auditorio Josefa Ortiz de Domínguez para ese mes de abril-venus y don Braulio Guerra me encargó localizar un terreno municipal para construir con los 64 millones que recaudaríamos un lugar digno para el DIF Municipal, encabezado por la señora Celia Urbiola de Guerra. Para el concierto gratuito Roberto Carlos exigió que lo recogiéramos en el aeropuerto Benito Juárez de la CDMX en una limusina blanca, con chofer uniformado del mismo color, que su camerino fuera albo y que consiguiéramos una imagen de la Virgen de Aparecida, patrona de Brasil (es católico todavía) y tres botellas de whisky Etiqueta Negra: una para el trayecto CDMX-Querétaro, otra en el camerino mientras rezaba y salía al escenario y otra para el viaje de regreso, Querétaro-CDMX pues no deseaba pernoctar en nuestra ciudad. Él cantaría con traje blanco.
Vestimos de blanco a mi compadre Gilberto Alaníz, chofer de lujo de don Braulio, con cara ceniza como Ricardo Palmerín; Augusto Aubert le entregó los tres pomos y el concierto fue todo un éxito, lleno total e interpretando el artista amazónico cuarenta canciones con una entrega total y con una gran orquesta que él mismo financió. Me dijo mi compadre Gilberto Alaníz que don Roberto Carlos se tomó puntualmente sus frascos de scoth sin hielo ni agua puntualmente, es decir, uno en cada trayecto y el otro en el rezo y concierto y que jamás lo vio tomado o que tirara aceite. ¡Esto es aguante! No como otros que con una coca cola y una media vuelta se ponen pendejos. Les vendo un puerco aguantador, otro intolerante e inquisidor y otro más muy filantrópico. Muchos años más al inmenso cantautor, Amigo de México, que tiene la misma edad que su paisano Edson Orantes Do Nascimento, “Pelé”.