El valle vasto se mira con un color a hierba penetrante, los aromas de la mañana fresca desenvuelven un pálido color turquesa, las estrellas aún se avizoran en el cielo, la cúspide del cerro de fundación aún respira con pequeñas fogatas encendidas, la neblina deja claro que el frío del temporal aún es temprano para recibirle, un caudaloso río suena feroz arremetiendo con su embestida a todos quienes se acerquen a tomar un simple sorbo.
Los soldados españoles que aún revisan el territorio de los llamados Toltecatl —aquel de un día de camino rumbo a los espacios del río de perfumes de flores— se encuentran asombrados de lo majestuosos del sistema de más de trescientos sesenta y cinco juegos de pelota, así como de la estructura de operación de aquella parte del territorio recién descubierto, además de lo sanguinario del episodio vivido con el hermano del capitán Nuño ¡van más por la venganza que por el tributo de estas tierras!
No hubo tiempo de realizar una fogata —les delataría— el capitán Nuño Beltrán de Guzmán quien junto con el capitán Boca de Negro estuvieron caminando alrededor de los espacios con extrema cautela, los apenas ciento doce soldados del escuadrón que se comanda no respiran ni de soplo fuerte, para no ser delatados por el vaho de sus bocas ante el intenso frío de la madrugada.
Los caballos fueron dejados varias varas detrás para no descubrir el ruido de sus relinchares y bufares.
Con cautela, se acercan al frontispicio del basamento principal de entrada de la gran ciudadela rodeada de varias construcciones ceremoniales monumentales, una descripción del mapa recién hecho daba para el sur una pronunciada colina con escaleras hacia un pequeño templo, por el frente un solo templo enclavado en una forma cuadrada de considerable altura de unas treinta varas, rodeado por un gran juego del ritual llamado del sacrificante, que sería el centro del conjunto.
A cada uno de sus lados se extiende una calzada que llega por un lado hasta el fondo de un gran cerro, por el sur un montículo y por el oeste se observa un levantamiento de cerros que dan una cadena como si fuera el camino del llamado Quetzalcóatl, esa imagen principal de adoración que la alinean con el llamado planeta Venus, aquel de los romanos, que es a quien sacrifican los cuerpos de los ganadores de este bestial ensamble de danza y entretenimiento macabro.
El capitán Nuño está seguro de la falta de hombres en comparativo con los cientos que se miran de los también llamados “maestros constructores”, el orden de la ciudadela inclina la balanza a una posible confrontación en la planicie, pero los emisarios españoles que con anterioridad se les indicó la misión ¡fueron devorados por el rito de los nativos! un acercamiento por parte del escuadrón daría por igual, mismos resultados.
—Dime capitán Bocanegra, ¿será propicio el enfrentamiento? estamos en desventaja de uno por cinco hombres, teneos las armas y fiereza de las montas, que de brío y casco nos dan preferencia, pero les miro acondicionadas sus figuras para la guerra a pesar de ensayar este rito de jugarreta.
—Seremos cautos mi capitán, es solo cuestión de lograr contar con una estrategia, intervengamos en la ciudadela y tomar el templo principal, lograr aniquilar a los sacerdotes quienes rinden obediencia, haremos a rendición de tan sanguinarios contrincantes.
—No veo la intención, ni el resquicio para lograr pasar a los hombres en camino hacia el templo principal, los desniveles nos dan a desventaja, de ir cuesta arriba tendríamos la oportunidad, pero cansamos a los caballos y podrían tumbarnos de la monta, el resguardo cuerpo a cuerpo es peligroso con estos hábiles hombres, he visto en la ciudad de los lagos la destreza de sus figuras, como animales endemoniados que son.
—Hagamos de ya el intento ¡es hora precisa! la mayoría de ellos descansan, la sorpresa es nuestra aliada… ¡ah por ellos capitán!
Volvieron caminando al lugar de los caballos, se prepararon en la total oscuridad —solo anidados algunos destellos de luna que temerosa se escondía pertinazmente cada nubarrón que le intervenía— todos los soldados sabían de la hechura de aquellos guerreros, apasionados, diestros en el combate no se rinden, su fama de gladiadores de los campos del llamado juego del sacrificante, aún podía hacer valer su destreza en condiciones extremas, peligrosos y llenos de barbarie, son fieros ejercitados para hacerse de un lugar en su llamado Mictlán, de donde son sacerdotes y vigías, para ellos morir es una bendición.
¡Lo hacen valer!
… unos truenos se dejaron escuchar por la entrada principal de la calzada hacia el templo principal, un rugido como el del viento llegó desde el escarpado bosque que, de frente desnivela el valle, al ir pisando lo verde, que en oscuridad total solo desperdiga el aroma de más, algunos vigías del templo se dieron cuenta de una arremetida de hombres de grandes cuerpos y zancadas, corren sobre algo que parecen cervatillos —pero de gran tamaño— arremeten contra los principales de la calzada y les cortan las cabezas —como en rito—.
Los cornos del atecocolli —la concha rosa llegada del mar— levantan a los guerreros que a esas horas están en trance por el consumo de los hongos de aspiración que los levantan hacia el Mictlán, para lograr conversar con sus ancestros, se apremian de manera inmediata y distinguen a los hombres de grandes cuerpos brillantes y zancadas, logran derribar a algunos sabedores de que al caer se desprenden de sus grandes cuerpos que respiran aire y despiden calor, les tratan de dañar pero el macuahuitl se rompe al chocar con el cuerpo de brillante espejo que les cubre.
Los menores que entrenan —de igual destreza a los mayores— logran escabullirse corriendo entre los cuerpos de grandes zancadas y se suben detrás de los hombres que reflejan los destellos de la Metztli, con una soga atrapan sus cabezas por el cuello y aprietan con ferocidad ¡un movimiento que no esperan los que asaltan la ciudad! logran despegarlos de su gran zancada.
Detrás de ellos los capitanes Boca de Negro y Nuño arremeten con el resto del escuadrón —más de cincuenta hombres a caballo— al mirar que se despliega la ciudad en el primer embate.
—¡Ah por cada uno de los vigías del templo principal! —gritó el capitán Nuño — ¡sin piedad mis hombres, no temed la caída, sino la salvación de las almas de estos paganos…! —enfiló con fuerza por la calzada delante de sus hombres, quienes le admiran e idolatran.
En la propia calzada le esperaba un fuerte y ornamentado guerrero con su cabeza cubierta por piel del llamado ocelocoatl —un felino de tono de llamarada con pintas negras de tierras lejanas a esta región— le atavía todo un cuerpo de guerreros detrás de sí, copiando la misma embestida de los hombres a caballo, la confrontación de fuerza y fiereza se esperaba en desventaja por las magnitudes de los contrincantes.
¡El capitán alentaba a sus hombres a imprimir mayor rapidez a sus bridones!
En pleno del centro de la ciudadela —aquella a un día de camio de la batalla de fundación—se observa la fuerza de los hombres a caballo —llamados de grandes zancadas por los oponentes — cuando se acercan más guerreros bajan a la calzada para lograr una fuerza de detención en conjunto, todos los guerreros por detrás del hombre de cabeza de ocelotl, se toman de los brazos creando una cadena de fuerza.
¡Los hombres de las grandes zancadas se dejan ir a toda la fuerza posible! los jugadores del rito del sacrificante están en pose de batalla inmóviles, esperando el choque…
¡Nuño alza la espada para indicar mayor fuerza y sabedor de que la potencia de ellos es mayor al soporte de los defensores!
… o al menos eso pensó.
Cuando estuvieron a poco más de dos varas del enfrentamiento, el conjunto de los guerreros, al único grito de cara de jaguar, se amorran debajo, de un gran salto ¡logran colocarse a la altura de los hombres de monta! con sus dos manos y lazo se hacen diestramente del cuello de los invasores y logran tirarles de la monta.
Los hábiles jinetes españoles una vez derribados, son atravesados por dardos y lanzas en el rostro —el lugar de exposición del cuerpo— el veneno solo deja que en poco tiempo se presenten los delirios de los oponentes.
Un silbido de flautas y tambores logra hacer de la batalla un extraño rito de muerte y desesperación.
¡El veneno entró al cuerpo! con destreza el choque de los batallones puso en desventaja a los invasores. El capitán Nuño se vio atribulado por el gran guerrero jaguar —quien lo había ya tumbado del caballo con ligereza del movimiento— de un salto logró reincorporarse —a pesar de lo pesado de su armadura— la batalla ahora era cuerpo a cuerpo, por alguna razón el veneno no le hace efecto, pero observaba como se revolvían de dolor algunos de sus hombres ¡hasta morir!
Un sabor a hierro recorría su boca, a polvo y tierra, las luces de las antorchas le observan, el guerrero jaguar le atina a lastimar la rodilla izquierda, Nuño no se daba cuenta de lo que pasaba, al voltear a sus espaldas observa como sus hombres son asaltados diestramente por sus oponentes, la pesadilla le aterra cuando observa los ojos de color azul del guerrero jaguar, su nariz deformada y sus dientes con filo como el felino.
¡Casi por reflejo levantó la mano con la espada! y evitar así que el hacha de piedra negra del oponente le cortara la garganta.
La otra arremetida del guerrero ocelotl logró evadirla por hincarse —con sorpresa del oponente—al levantarse incrustó su espada en el estómago del hombre de ojos de cielo… ¡en un salto hacia atrás el guerrero se desprendió! un hilo de sangre brotó, el hombre no disminuyó su furia y de un fuerte mazo ¡logró desfundar el morrión de la cabeza del capitán! en un felino movimiento giró sobre su pie y por el filo de su hacha de piedras negras ¡le abrió el rostro con una delicada línea desde la ceja hasta la barbilla!… Nuño tiró su espada y se tomó el rostro con ambas manos, ahí el guerrero logró tocarle por debajo de su fuerte armadura entre la cadera y el bajo estómago, ¡un preciso estoque con una daga de piedra transparente la cual dejó incrustada! la empujaba a cada esfuerzo que hacía el capitán, a quien el guerrero le dijo:
—Motepolsotl tlacachiua souatl.
Los ojos del capitán se abrieron a su máximo, quien apenas balbuceó: —¡Eres el demonio mismo! satanás…
¡Se percató el capitán que había muerto!
El valle vasto se mira con un color a hierba penetrante, los aromas de la mañana fresca desenvuelven un pálido color turquesa, las estrellas aún se avizoran en el cielo, la cúspide del cerro de fundación aún respira con pequeñas fogatas encendidas, la neblina deja claro que el frío del temporal aún es temprano para recibirle, un caudaloso río suena feroz arremetiendo con su embestida a todos quienes se acerquen a tomar un simple sorbo.
Los soldados españoles que aún revisan el territorio se dan cuenta de un lugar propicio para asentarse, llevan ya varios días tratando de aplacar a los hermanos chichimecas, una tribu poderosa de la región, comandada por varios mandos, de los cuales el principal es el llamado Conni —un pochteca mando superior que domina todas las tierras, es proclive a la corrupción, pero en general mantiene un férreo control de estos lares—.
—¡Capitán!… capitán —la segunda voz fue ya en tono más alto —¡despierte capitán!…
¡Nuño se levantó de inmediato! aun sudando, jadeando… miró a todos sus hombres ¡incluyendo a quienes había visto morir en la batalla de la gran ciudadela de Tlachco.
—¿Pero por Dios? ¿qué es esto? — preguntaba aún con mareos…vio a su hermano tomando apenas un sorbo del frío hilo del río brioso, tomó de su cara y le dio un fuerte abrazo… —¡no estás muerto hermano! —.
¡Todo el escuadrón le miraba asombrados de algún delirio!
—¿De qué habla capitán?
¡Nuño tomó camino en su brioso caballo hacia la ciudadela! —aquella a un solo día de camino— cuando entró, le observó abandonada, derruida ¡no había piedra sobre piedra! solo grandes árboles sostenían apenas algunas estructuras, al fondo de la gran calzada solo un montículo dañado por la naturaleza de los árboles y las grandes raíces revientan las rocas que debieron lucir en su esplendor ¡él recién lo había mirado!
Avanzó con el brioso caballo aún bufando del cansancio ¡desmontó! continuó observando que la majestuosidad de la ciudadela era solo eso ¡un endemoniado sueño de horror!
—¿Pero qué hechizo me ha hecho desvariar?
Un hombre de torcida figura que se encontraba sentado a los pies del templo principal de la abandonada ciudad le hizo con la mano la indicación que se acercara, una vez teniéndole de cerca, Nuño precavido tomó su espada por la empuñadura sin desenfundar.
Regresó a su boca el sabor a fierro, a polvo y tierra, el hombre se descubrió su rostro, así el capitán pudo percibir quien era ¡volvió a sentir el mismo hueco en el pecho que le aprisionaba! le consumía y le llenaba los vacíos de sus temores que no le dejaban pernoctar…
Era el ahora anciano… ¡el guerrero jaguar, su nariz deformada y sus dientes con filo como el felino!
Continuará…