Octubre ha demostrado ser en el 2020 un mes de turbulencias políticas y sociales. Independientemente de que la pandemia tenga a una buena parte de la sociedad mundial contenida en sus hogares o en ambientes reducidos, las expresiones sociales siguen en diversas formas; las movilizaciones en Chile, las manifestaciones feministas en México, el activismo motivado por asuntos raciales en USA, y así podemos seguir sumando en el diario acontecer, las muestras de la creciente participación social.
Lo que mantiene la relativa estabilidad en las naciones es, sin duda, la vigencia de un marco democrático que permite dar salida a la presión social a través del voto. No es una forma perfecta, por el momento, para el desarrollo sostenido y creciente de los países, pero sí es una válvula de escape para la presión social que generan la pobreza, la desigualdad y el deficiente acceso a la justicia. El desarrollo no llega porque las elecciones han sido un eficaz termómetro del humor social pero a la vez, son el vehículo que lleva al poder a personajes con deficiente formación para ser estadistas y con suficiente vocación por el histrionismo, repletos de ideología pero faltos de proyecto. Ejemplos recientes tenemos de personajes que arribaron al poder impulsados por el hartazgo y la irritación de sus sociedades, pero que han tenido el desacierto de interpretar el pulso público según su particular visión.
Estamos en un momento en el que la diferencia la hace el sujeto gobernante, debido a que el sistema electoral representativo les permite llegar al poder con una minoría de votos respecto al total nacional, y sin embargo se asumen como representantes de una mayoría que, siendo relativa, se convierte en total porque así funciona nuestro sistema democrático. Esta particularidad y el hecho de que a partir de la revolución de las comunicaciones interpersonales el mundo es más transparente, ha ocasionado que seamos sociedades más enteradas y a la vez más divididas.
La unidad nacional en torno a un proyecto común es cada vez más difícil de obtener, especialmente cuando el discurso oficial es excluyente y no admite discusión sobre sus planteamientos, desconoce y descalifica a interlocutores de amplios segmentos económicos y sociales, al grito de “conmigo o contra mí.”
Esto no es privativo de este país, y se ha repetido en la historia desafortunadamente. Ejemplos existen de cómo el poder que adquieren estos liderazgos coyunturales los lleva a tratar de hacer proyectos políticos y sociales, no consensados ni aceptados por amplios segmentos poblacionales, como un proyecto nacional gracias a la acumulación de poder, logrado a través del uso del poder mismo. En el continente, Bolivia tuvo que recurrir a la fortaleza de una institución como el ejército, para impedir que un dirigente se perpetuara en el poder y no por rechazo a su proyecto social, sino para devolver al país a la institucionalidad, como lo han hecho al elegir un nuevo presidente por las vías democráticas este 18 de octubre, aunque represente a la misma corriente que desalojaron de la silla presidencial. Votaron por seguir con un proyecto, pero sin entronizar perpetuamente a un líder iluminado.
En USA hace cuatro años arribó a la presidencia Donald Trump, sembrando la división en una sociedad diversa y pluriétnica, al exacerbar el sentido de pertenencia del segmento blanco anglosajón. Hoy esa división, amplificada por un discurso presidencial excluyente y xenófobo, habrá de manifestarse el 3 de noviembre, de hecho ya lo está haciendo, pues se han emitido más de 40 millones de votos por correo y presenciales, observándose largas filas de votantes. Se prevé que la sociedad exprese el rechazo a esa política y discurso presidenciales con el voto mayoritario, independientemente de lo que arrojen los votos electorales.
En México, la burbuja de votos que llevó al poder a López Obrador ya sufrió un pinchazo en las elecciones locales del 18 de octubre. El rechazo social a la oferta de los partidos tradicionales le dio el triunfo en 2018, más han sido dos años de un discurso excluyente y divisorio lo que tiene a la sociedad mexicana polarizada y fragmentada.
No es remoto que esa expresión local, aun cuando se atribuya a operaciones políticas, refleje ya el desencanto con un régimen que, a pesar de la velocidad de sus acciones e intenciones no atina en encontrar soluciones a los más grandes problemas que aquejan a la población: la seguridad y la economía. Hasta ahora, lo rescatable es, que a pesar de la narrativa divisoria, la sociedad en los tres países, no obstante las actitudes y acciones violentas de algunos sectores, todavía acude a los canales democráticos para expresarse y definir el rumbo al que como sociedad aspira. Lamentable será que la violencia de las redes o el intolerante discurso gubernamental despierte al México bronco al que tanto se referían los opositores al gobierno en los albores del siglo.