Fue todo un gozo humano ser amigo de Arturo García Peña, tan temido por sus adversarios en el litigio como querido por sus alumnos en la UAQ, El famoso “Burro”. Era un hombre elegante, lúdico, erótico y con un sentido del humor, que en cualquiera se pone a prueba cuando se trata de reírse de sí mismo. Arturo lo hacía. Desde joven fue calvo y tenía un hermano, de seguro copetón, que lo molestaba por su calvicie. Arturo, me platicó, que estuvo pensando una defensa ante esa burla y la encontró en el siguiente argumento: “Pues sí, soy calvo, pero debes saber que se es calvo porque se tiene una mayor virilidad que los greñudos”. El hermano le contestó: “Pues sí, a lo mejor eres calvo porque tienes más virilidad, lástima que calvo y feo, tienes menos oportunidad de encontrar con quien comprobarlo”. En alguna ocasión le sugerí que se dejara el bigote, desdeñoso me respondió: “Soy calvo, compensaciones de pelo en la boca, mejor no”.
Yo, como soy lampiño, soy un criticón feroz del bigote. No es un vello que, como otros en otra parte del cuerpo, se esponje y ni siquiera se pone eréctil al contacto con una caricia, si se pusiera eréctil el portador parecería morsa. Crece en ese espacio donde se recogen los residuos de las otras partes del cuerpo, nariz y boca, de la que es vecino. Actualmente son un invernadero del virus. Como prueba de mi liberalismo y tolerancia, les transmito una defensa del bigote El gran novelista francés Guy de Maupassant que, por supuesto, era bigotón, hace una apología al respecto:
“Nunca te dejes besar por un hombre sin bigote; sus besos no saben a nada, ¡a nada, a nada! Ya no tienen ese encanto, esa blandura y esa… pimienta, sí, esa pimienta del verdadero beso. El bigote es el condimento”. Sigue Maupassant.
“Imagínate que te aplican sobre el labio un pergamino seco… o húmedo. Así es la caricia del hombre afeitado. Con toda seguridad, ya no merece la pena”. Encarrerado, argumenta.
“¿De dónde viene pues la seducción del bigote?, me dirás. ¿Lo sé acaso? En primer lugar, hace unas cosquillas deliciosas. Lo sientes antes que la boca y hace pasar a todo tu cuerpo, hasta la punta de los pies, un estremecimiento delicioso. Es el bigote el que acaricia, el que hace temblar y estremecerse la piel, el que da a los nervios esa vibración exquisita que provoca ese pequeño «¡ah!», como si una tuviera mucho frío”. Concluye, el novelista. “¡Y el cuello! Sí, ¿has sentido alguna vez un bigote en tu cuello? Te embriaga y te crispa, te baja por la espalda, te corre hasta la punta de los dedos. Hace que una se retuerza, que sacuda los hombros, que eche hacia atrás la cabeza; una querría huir y quedarse; ¡es adorable e irritante! ¡Pero qué bueno!”.
Del ícono del romanticismo, Gustavo Adolfo Bécquer:
“Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso… yo no sé
por un beso… yo no sé
qué te diera por un beso”.
Chance con un beso te daría el corona virus. Pero, ni modo.