No podemos permitir que, por el acoso de la pandemia, se pierda uno de los grandes símbolos de la cultura: el beso. Es tan grave como prohibir la risa o las lágrimas. La humanidad perdería una de las grandes divisas que nos otorgan el título nobiliario de seres racionales, pero también emocionales. El más famoso de todos los besos es el de Judas: el beso delator. Judas llega al Huerto de Getzemaní, después de haber adiestrado a los soldados: “Al que yo besare, ese es: prendedle”. De entrada lo besa en la mejilla, cuando a los maestros, como era Cristo, la costumbre era besarlos en la mano. Lo saluda: “Salve Maestro”. Jesús le responde “Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre?”. El beso de la traición.
En el cine, el beso más famoso es el de Burt Lancaster y Deborah Kerr en la película, “De aquí a la eternidad”. Es un beso de los dos tumbados en la playa al mismo tiempo que los alcanzan las olas del mar y bañan sus cuerpos, pero el agua nos les llega a la boca, pues de haber sido así se hubieran atragantado con espuma, agua, saliva y arena. La escena besucona agregaba un toque hasta entonces desconocido en el cine: el tema de la infidelidad.
Imposible no mencionar el beso del vampiro que ha tenido su expresión en la novela y en las películas del mismo nombre, el famoso personaje creado por Bram Stoker, ni más ni menos que Drácula. El vampiro se alimenta de sangre de jovencitas y vírgenes (me imagino que cada día tiene más problemas para consumirla, circunstancia que lo obliga a bajar el umbral de la edad). El beso del vampiro, ojo, es en el cuello. Drácula no se anda con cuentos de besar en la boca y chupa directo la sangre. Si antes mordiera haría un auténtico batidero. Nada de eso, sin mayor preámbulo, Drácula se va directo a la arteria.
Lo interesante de este beso es que la supuesta víctima, como que no quiere la cosa, extiende el cuello para que los colmillos penetren con más facilidad, el pelo no le estorbe y la sangre se acumule buscando atropelladamente la salida. Todo listo para que Drácula no ande como enfermera de consultorio «patito» clavando los colmillos aquí y allá, o se agote chupando desesperadamente. Toda la actitud, cuando menos en mi tiempo, es muy femenina, la resistencia y el abandono, el sí pero no, el válgame Dios, ¿qué vas a pensar de mí? Pero…, aquí estoy, con mi remilgosa pero plena disposición, ante la fatalidad de un deseo que avasalla.
El último beso que se ha puesto de moda, es el del “Hombre araña. Por sus costumbres arácnidas lo da mientras está colgado de cabeza. Nomás se quita la máscara y vamos a darle que hay mole de olla. No les recomiendo que se cuelguen como piñata para practicarlo, en una de esas su pareja se emociona y lo jala… y al suelo, puede acabar con fractura de cráneo. Si lo quiere practicar, mi recomendación es que lo haga mejor acostado a la orilla de la cama o en el sofá. Ciertamente colgando la cabeza, pero en el caso de una caída a lo más que le sale es un chipote.
“Los labios, dice Grecco, son las manos de la boca”, prueba de ello es que cuando se piensa que ya no se puede inventar una nueva forma de besar, los labios siguen estimulando la imaginación de los amantes. No lo podemos dejar que se pierda.