Muerto Mario Molina, México se queda sin ningún Nobel vivo.
Los tres mexicanos ganadores de esa importante distinción han sido Alfonso García Robles, quien lo compartió en 1982 con Alva Myrdal Relmer (lo cual lo hacía “medio” Premio Nobel); Octavio Paz (1990, él si ganador único) y el propio Molina (también compartido con Paul J. Crutzen y Frank Sherwood Rowland, en la rama química).
Los otros dos fueron de la Paz y de Literatura. Octavio fue el único ganador individualmente.
Debe ser difícil obtener ese premio. Apenas anteayer se supo de dos mujeres extraordinarias cuyas investigaciones las llevan a sentarse este año, en la misma gloria de Madame Curie, quien lo obtuvo en dos ocasiones. Ellas son Emmanuelle Charpentier y Jeniffer Doudna, quienes lograron abrir el candado del código genético.
Pero si a Mario Molina le costó mucho tiempo de laboratorio desarrollar sus tesis sobre la fractura de la capa de ozona ocasionada por los clorofluorcarburos en la atmósfera y su relación con el calentamiento global y el deterioro ambiental, más trabajo (e infecundo, además), enfrentó para (no) convencer a un gobierno necio y terco de frenar la propagación del coronavirus con el sencillo recurso de taparse la boca y la nariz con una tela compacta.
Pero tuvo también otra batalla perdida: el fomento de la investigación científica. José Sarukhan, en el discurso de respuesta al ingreso de Molina al Colegio Nacional, decía cómo la cantidad de premios Nobel se parece a un juego de lotería: mientras más científicos haya, más posibilidades hay de llegar a ese punto de distinción.
Molina decía: debemos apostar al conocimiento. El científico tiene como obligación advertir condiciones probadas; los demás, llevar acciones a cabo para reorientar acciones públicas.
Pero nadie les hizo caso.
Como una macabra coincidencia el día de su fallecimiento fueron desmantelados los fideicomisos con cuyo volumen financiero se becaba a jóvenes y se sostenía a investigadores, mientras la Academia Nobel de Suecia anunciaba los nuevos premios de química a las ya mencionadas maestras.
Pero aquí el subdesarrollado Conacyt cayó en manos radicales cuya obsesión política y torcida en cuanto a la “ciencia neoliberal” (una absoluta idiotez), lo ha conducido a la ceguera científica cuyo atraso se prueba en la ufanía de promover respiradores artificiales, con muchos años de retraso, como si fuéramos pioneros en la investigación y fabricación de equipos médicos de apoyo.
Pronto nos querrán sorprender anunciando una investigación para descubrir la rueda y el tornillo.
Mario Molina siempre fue políticamente prudente. En público. En privado decía otras cosas. Y uno de sus dichos públicos era este, en torno a las políticas públicas en cuanto a la ciencia y la Cuarta Transformación: es un error garrafal apostar contra las energías limpias.
Y en la insólita batalla de los cubrebocas, cuyo uso ya se ha convertido en una exhibición ideológica, no en una medida sanitaria simple, decía:
“…Se acostumbra uno fácilmente a usarlos, pero hay que tener los cubrebocas puestos todo el tiempo. Eso es lo que queremos explicarle a la sociedad, para que cuando salgan a la calle, o cuando los niños vayan a las escuelas como en China y Asia, estén usándolos, porque así se evita la transmisión de la enfermedad…“.
Pero nada de eso vale cuando las posturas carecen de apego a la ciencia o al menos el sentido común.
Las recomendaciones de Molina fracasaron en México casi en todos los momentos. Sus observaciones sobre la calidad del aire en la capital del país, fueron sustituidas por las ocurrencias.
“…Algunas recomendaciones en el ́ámbito de la planeación urbana incluyen el desarrollo de un Programa de Ordenamiento Territorial a escala megalopolitana, y la actualización del Programa General de Desarrollo Urbano de la Ciudad de México, que integren la planeación urbana y la ambiental en un sólo instrumento. Dichos programas deberán tener un enfoque que fomente la ciudad compacta, la mezcla de usos de suelo, y la consolidación de poli centros… “
Por eso en relación con el uso de los combustibles fósiles, soltó una frase digna del futuro de México, con un gobierno obsesionado por la historia y tan desentendido del porvenir:
“…México está retrocediendo al siglo anterior o al anterior, en un momento en el que todos los expertos del planeta están totalmente de acuerdo en que estamos en una crisis climática…”.
Pero apostamos por el carbón, por los combustibles fósiles por la refinería de Dos Bocas, por la infinita quiebra de Petróleos Mexicanos.