El debate que se plantea en torno al papel de los intelectuales en México, no es del todo nuevo, ya desde varias décadas atrás, se ha venido polemizando acerca de cuál debe ser el rol del intelectual. En tal sentido, ya Gramsci había señalado que “No existe una clase independiente de intelectuales, sino que todo grupo social tiene su propio sector de intelectuales”, así con la reciente carta firmada por un grupo de intelectuales que apelan a la “libertad de expresión”, asistimos sin duda alguna a un escenario de vinculación entre dichos intelectuales y un determinado grupo social, lo cual no es casual, pues tiene su razón de ser en el papel que éstos han y siguen desempeñando, o sea, darle a la clase o grupo que representan continuidad, homogeneidad y conciencia de su propia función en los campos económico, social, político y cultural, de esta manera, no se trata de otra cosa, que de la función política.
Así tenemos, que en el ámbito de la “sociedad civil-política” existen los intelectuales como educadores, comunicólogos, escritores, ambientalistas, ideólogos, artistas etc., que fungen con un rol funcional, que evidentemente defenderán a costa de todo, pues ahí han hallado su modus vivendi. Pero cabe señalar, que los 600 firmantes, ni son todos intelectuales, ni tampoco, representan a la intelectualidad en México, muchos de ellos, son un producto comercial solamente.
En México, podemos apuntar una característica muy peculiar, la cual consiste en que desde las décadas de los 80s y 90s los llamados intelectuales, se han apartado de las causas populares, y del propio pueblo, para ir conformando un sector de un grupo social determinado, que los ha acogido, promocionado y retribuido económicamente, pero que no representan a la gran mayoría en cuanto a la visión social, política y cultural que plasman de distintas formas. En esta medida, los susodichos intelectuales, se perfilan entonces como los organizadores de la producción, de la modernidad y encargados de impulsar la hegemonía en los múltiples ámbitos de la sociedad, al servicio de un grupo económico y social determinado.
Es decir, se trata de intelectuales funcionales que se han conformado en un bloque, para difundir una concepción de la realidad social, económica y política del país, poniendo énfasis en el sentido político de dichas funciones, lo cual los vuelve una “masa de intelectuales” ligados a un poder estatal de sexenios pasados.
No hay tal censura, ni prohibición de la libertad de expresión, lo que existe es un debate abierto, actual, claro y profundo, de lo que fue e hicieron los gobiernos pasados y de lo que hoy se plantea. Sería mejor que dejaran de lado las falsas pantallas y expusieran abiertamente sus posiciones, sus aspiraciones e intereses que defienden.
El rol histórico del intelectual, tiene que ver con el compromiso social y político, que establecen, no con el poder en sí mismo, sino con las clases sociales desposeídas que necesitan de la guía, orientación y propuestas para salir adelante, bajo principios y valores éticos, basados en la honestidad, equidad, responsabilidad, trasparencia, cuidado del medio ambiente y distribución de la riqueza, más no, en la continuidad de modelos que han probado ser un fracaso, y aquí aplica, que el “remedio no es el mal”, como en la modernidad se dice, que lo único que salva al fracaso anterior es modernizar lo pasado, Por el contrario, la acción debe poner énfasis en lo disruptivo, en el cambio real de paradigmas, por el bien común.
En el México actual, hay muchos intelectuales locales quizá desconocidos comercialmente en el plano nacional, pero que éstos están cumpliendo mejor que los otros un papel histórico en el cambio, trabajando arduamente y sin esperar recompensa económica alguna, en el bien común de sus comunidades, localidades y estados.