La exigencia central del movimiento “Frena” (Frente Nacional Anti AMLO) es el principal obstáculo para su progreso.
Pedir de la noche a la mañana, sólo por una inconformidad válida o no, la renuncia de un presidente cuyo ascenso al poder se produjo tras una arrolladora victoria electoral legítima y legal, resulta, por lo menos, ingenuo.
En los tiempos de la ira poselectoral contra Felipe Calderón, Andrés Manuel López (2006) tomó la Plaza Mayor (como quisieron hacer los manifestantes ahora instalados fuera de la Alameda), y dijo:
“…Propongo que nos quedemos aquí en asamblea permanente, hasta que resuelva el Tribunal, que permanezcamos día y noche hasta que se cuenten los votos y tengamos un presidente electo, con la legalidad mínima que nos merecemos los mexicanos… les informo que yo también viviré en este sitio mientras estemos en asamblea permanente…”
Ni siquiera en aquellas circunstancias se demandó la renuncia. Fue preferible — por desconocimiento del triunfo– colgarle la etiqueta de presidente espurio; por eso él, se auto invistió como “presidente legítimo”.
Sin embargo, Andrés Manuel sí pidió la renuncia de Enrique Peña Nieto.
El 20 de marzo del 2015, en Michoacán, dijo:
“… (La jornada). – Ante el clima de inestabilidad en que se encuentra México, Andrés Manuel López Obrador planteó la necesidad de que renuncie Enrique Peña Nieto a la Presidencia de la República, y se reforme la Constitución para que se convoque a elecciones y el pueblo decida quién será el mandatario sustituto.
“De lo contrario, advirtió el dirigente de Morena, el Congreso de la Unión nombraría al suplente y el que controla a la Cámara de Diputados es “Don Corleone”, Manlio Fabio Beltrones…”
Una renuncia presidencial es algo olvidado en nuestra historia. El último caso fue de Pascual Ortiz Rubio (1932). Quien lo puso, lo quitó:
“(Calles) me pidió que aceptara ser Precandidato a la Presidencia por el Partido por él organizado, compitiendo con Sáenz para el que me dio a entender que la mayoría tal vez no lo aceptaba y había el peligro de disolución de la familia revolucionaria; que yo estaba en condiciones excepcionales para encabezar el partido por mi ausencia del país de muchos años y mi ningún compromiso político con las facciones reinantes… Me entregaba, en caso de mi triunfo, un grupo completamente adicto a él, más bien dicho servil a Calles, y era de presumirse lo difícil de manejarlo. Pero no había más remedio: acepté ser candidato de su partido y tenía que cumplir mi compromiso.”
“…para que con mayor unidad de acción en el futuro –ya que no de pensamiento- se logren plenamente las altas finalidades que todos perseguimos… me convencí de que, o acudía a la violencia para imponer mi autoridad, o renunciaba; a pesar del apoyo militar que tenía, resolví lo segundo, porque dados los elementos con que contaba el enemigo tendría que ofrecer seria resistencia y se podía provocar una nueva guerra civil”.
Hoy no estamos al borde de una guerra civil ni hay un Ejército capaz de empujar al presidente a la renuncia como hicieron los leales a la embajada estadunidense para quitar a Madero y luego asesinarlo; poner 45 minutos a Lascurian y trepar a la silla a Huerta. Eso ya sucedió y seguramente nunca volverá a ocurrir.
La descocada exigencia anula la viabilidad del movimiento Frena, pero no lo borra del escenario. Es una corriente en aumento, incipiente (y quizá insipiente con “s”); insignificante ahora ante el poderío creciente del poder y el control presidencial, pero no por eso inexistente.
Las protestas de automovilistas enojados (claxonazos en vez de cacerolazos), las frecuentes protestas femeninas y feministas, las tomas de edificios, los conflictos por el agua en Chihuahua, los recurrentes desplegados de artistas, intelectuales y figuras públicas de la cultura; la desilusión ante la pandemia y la crisis económica en aumento y algunos otros brotes de inconformidad –como los dolientes padres de niños muertos por negligencia en el tratamiento del cáncer–, tienen –para el gobierno– la desventaja de estar inconexos y desorganizados, pero quizá no lo vayan a estar así toda la vida.
Públicamente el presidente desdeña todos estos plantones e inconformidades. Los envía al oscuro rincón del reaccionarismo, pero eso es simplemente un recurso oratorio.
Como todo enorme “animal político” reconoce a sus enemigos y en política no los hay pequeños. Su historia personal lo prueba. En los comienzos de su lucha muchos priistas lo veían como un solitario al cual, podían controlar. Y no.