Hoy por la noche, en contra de la corriente de “cívico reventón” de harina y cáscara de huevo, matraca, corneta de cartón y bigotes postizos; los mexicanos aún no expulsados del país, sustituiremos a Miguel Hidalgo, encarnado en el presidente en turno desde el lejano festejo de López Rayón o Guadalupe Victoria (otra vez Guadalupe, de Dolores al Palacio Nacional), por una pantalla de televisión.
Nadie gritará en masa por la muerte del mal gobierno y ninguna voz llamará a ir y coger gachupines.
Esta noche, tanto como muy pocas similares en potos años, debemos recordar aquellos versos tan caros a José´
Emilio Pacheco quien recordaba a Francisco de Terrazas, cuyo espejo nacional perdura como algo definitivo e imborrable a lo largo de los siglos:
“…Llorosa Nueva España que desecha te vas en llanto y duelo consumiendo”. Patria dolida por los siglos, cuya laguna de sangre se cambió por el valle de lágrimas, como dijo también Ramón López Velarde, “mientras los gatos erizan el ruido y forjan una patria espeluznante…”
Hoy la patria no nada más espeluzna. Duele y ve morir a sus hijos.
Por primera vez en más de doscientos años no habrá en la Plaza Mayor capitalina un “grito”. O, mejor dicho, habrá un grito simulado, porque de nada sirve la voz si no hay debajo del balcón alguien atento a la arenga simbólica cuyos ecos llegan a Dolores.
Sólo las lenguas fuego de una insólita e incomprensible antorcha, cuyas llamas, como si fueran el “Fuego Nuevo” de las mitologías mexicas, responderán a la proclama presidencial, cada vez más autista; solitaria y encerrada en sí misma.
–¿Para quién gritará el presidente el enlistado heroico de la insurgencia a la cual se le agregan sexenalmente los caprichos del Ejecutivo como si con el coro insensato se legitimara el discurso con el respaldo de la gritería popular?
Gritará para el ojo nictálope de una cámara de televisión.
–¿Tiene esto alguna importancia, significa algo más allá de una simpleza anecdótica?
Pues no.
La verdad cada vez menos cosas tienen importancia. Ya no digamos a cuantas cosas se les da importancia.
–¿Setenta y tantos mil muertos por la epidemia?
No importa, la peste nos ha tratado mejor de cómo lo hace con otros países, y en esa comparación sin sentido debemos hallar el consuelo de velorios no atendidos.
–¿Velar a los difuntos, despedirse de ellos?
Tampoco tiene importancia. Ya vamos saliendo, ya vendimos los boletos de la rifa sin rifa. ¿Para qué? Para nada. Para dotar de equipo médico a los médicos capaces de entregar el equipo. El propio, el pellejo suyo.
Sin embargo, un gobierno como este puede renunciar a todo, excepto a su propia glorificación y su capricho.
Por ejemplo, dice Hugo López-Gatell, responsable de esta estrategia irresponsable:
“(La jornada) … Durante 15 días les dije que teníamos que cerrar el país y sólo hasta que lo enfaticé, algunos secretarios de Estado se sorprendieron y dijeron que se informara al Presidente. Fue lo mejor, dar un primer impacto que hiciera el choque cultural rápido para incorporarse al modo de sana distancia”.
Esa declaración hecha en el Diario Oficial (no de la Federación, sino del “morenismo”) solamente revela lo ya sabido: este gobierno nos puso desde el principio a jugar a la Ruleta Rusa.
–¿Quiénes fueron los secretarios reacios a llevarle oportunamente la información al Presidente?
Pues por áreas debemos pensar inmediatamente en Gobernación, Relaciones Exteriores y Salud.
¿Fueron ellos? El incompleto reportero no se lo preguntó a López Gatell, o lo dejó en el tintero para no hacer evidente la incompetencia del gobierno.
Pero como sea hoy tenemos pruebas directas: la estrategia no fue oportuna. Dos semanas en informarle a quien debe decidir, es demasiado tiempo.
–¿Y eso es importante?
Pues no, casi nada es importante. Al menos no para el régimen cuya mal disimulada obsesión vindicativa ya encuentra cauce: el propio presidente convocará los detalles del linchamiento contra los ex presidentes.
¿Culpables de qué, acusados de qué?
No importa. Son culpables.
Pero la noche será de todos modos festiva, aunque mañana el desfile sea sólo el recuerdo de otros días, de otras mañanas del 16 septembrino cuando la vida se abría como un compás ante nuestros ojos y los aviones volaban sobre nuestras cabezas.
Los niños no se subirán a los pegasos de Bellas Artes ni cimbrarán los tanques las calles a su paso. Tampoco resbalarán los potros acrobáticos frente al balcón del Palacio.