Uno de tantos insensatos que han elevado a la categoría de Mesías –en parte debido a una crítica contraproducente de Enrique Krauze–, ha tenido a bien calificarme como “intelectual orgánico del Antiguo Régimen”, mimética expresión de su líder, acuñada una y otra vez cuando de denigrar a sus adversarios se trata. Antiguo y nuevo. Dónde está el uno y dónde el otro. Con apego a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, solo hay uno consagrado en el artículo 40 que así reza: “Es voluntad del pueblo constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”. ¿Dónde está pues el otro? ¿Será posible que los ciudadanos mexicanos no hemos advertido esa nueva realidad institucional, que subrepticiamente, como si se tratase de una mudanza de la monarquía a la república en los tiempos de la Revolución Francesa, se haya derogado el artículo 40, por obra y gracia de una mayoría adicta al mandamás tabasqueño, fatigado ya de ese republicanismo caduco? ¿O bien estamos frente a una realidad ‘fáctica’ cuyo rostro es el de ese nacionalismo rancio –como el de los chocolates que mi abuela sustraía del hermoso ropero para repartir entre sus nietos–, tan nostálgico como el tiempo del ‘Tata’ Lázaro que nacionalizó el petróleo o el de Don Adolfo López Mateos que lo mismo hizo con la Comisión Federal de Electricidad? ¿O bien estaremos, ¡ay de nosotros, ingratos! ciegos ante la grandiosa devastación de los amargos nogales de un neoliberalismo, sentenciado ya cada mañana en Palacio Nacional en que una circense retórica pertinaz lo declara muerto, no obstante la fidelidad a sus principios y por ende más vivo que nunca? ¿O bien será que nos resistimos a ver las maravillas del espectáculo que nos brinda el retablo cervantino protagonizado por el de Macuspana, o a deleitarnos con el nuevo traje del emperador que encabeza la procesión engalanada por su arrogante desnudez? Pues bien, en conclusión, me declaro incompetente para dilucidar los prodigios del ‘Nuevo Régimen’. Y me conformo con el goce ofrecido en cada amanecer cuando abro la ventana de mi habitación y contemplo los rayos benditos del sol. Y aspiro el aroma del café que me regalan los afanes de los hombres-dioses. Pero no dejo de compadecerme de Antonio Gramsci que, justo, en la cárcel forjó aquello del ‘intelectual orgánico’ y a dónde vino a parar la luz de su pensamiento. En los labios de cualquier charlatán.