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Entre el leon y la leona, la lana

EL CRISTALAZO

por Rafael Cardona
24 agosto, 2020
en Editoriales
El “fusil” tecnológico en la IV-T
7
VISTAS

 

Si las palabras significan todo cuanto de ellas sabemos, las dádivas, aportaciones, óbolos, cooperaciones “voluntarias”; “entres”, “moches”, obsequios y cualquiera otra de las muchas formas de recibir dinero para la actividad política –entre el di­simulo y el compromiso–, son exactamente iguales. Describen lo mismo. Como también cohe­cho, raptación, sobornación, so­borno, “mordida” y coima.

Lo demás es jugar con las palabras y hacer malabares con la responsabilidad.

La entrega de dinero sin reporte ni origen especifi­cado, en montos discrecionales en una campaña elec­toral no sólo es una costumbre; también –si no se re­porta formalmente –, es un delito.

No importa si lo hace Pemex, Oderbrecht o Car­los Ahumada. No cuenta más o menos si se lo entre­gan a Emilio Lozoya a René Bejarano o a Pío López Obrador. Tampoco el monto hace distinción. El he­cho es el hecho.

El fin para el cual se usen esas dádivas aparente­mente inocuas y fervorosas de un credo redentor, pue­de ser diverso, pero la piedad no cura el método, ni las buenas intenciones enderezan jorobados. Lo mismo se corrompe quien usa los fondos ilícitos para com­prarse un Ferrari o para movilizar campesinos en fa­vor de una causa o cerrar el Paseo de la Reforma y el Zócalo en el infatigable propósito de llegar al poder.

Tan delictuoso es asaltar un banco para gastarse los dólares en Las Vegas o Montecarlo, o financiar un movimiento guerrillero, como hacían los de la Li­ga 23 de septiembre. ¿Ya no recordamos cómo los co­munistas se clavaron el rescate de Rubén Figueroa? El fin no justifica los medios, así lo digan Maquiave­lo y sus amigos.

Pasar la charola, como en la iglesia hacen los mo­naguillos, es práctica frecuente en todos los partidos políticos, por eso hay leyes restrictivas para tales prác­ticas, las cuales –por desgracia— no existían, como tampoco los partidos ni los órganos electorales, cuan­do Leona Vicario, la figura histórica de moda, les ayu­daba a los insurgentes en su larga lucha por la liber­tad de México.

Por cierto, tampoco había cámaras de imágenes en movimiento, eso lo inventaron –todo mundo lo sabe–, los hermanos Lumiére en el lejano 1897 (do­ña Leona pasó a la eternidad cívica en 1842 y fue de­clarada Benemérita y (no se ría, es en serio), “Dulcísi­ma Madre de la Patria”,el 25 de agosto de ese año, por don Nicolás Bravo (guerrerense de cuando Guerrero no era estado) , quien antecedió (y sucedió también) a López de Santa Anna, Serenísima Alteza nuestra.

Dulcísimos y serenísimos nuestros héroes (cursi­lísimos). En fin.

Doña Leona soltaba los maravedíes de su mengua­da hacienda (y también los haberes de Andrés Quin­tana Roo) en favor de los combatientes por la patria a quienes proveía de alimentos, información y artícu­los en el periódico pues esos textos magníficos eran el pan del alma libertaria.

Por eso tampoco tenemos grabaciones visuales de cuando los insurgentes asolaban haciendas y ran­cherías para sostener a sus improvisadas tropas. Pe­ro una cosa es la dádiva, la aportación y otra el bo­tín de guerra.

Por cierto, y si se me permite la digresión, ahora nos anuncian en Chapultepec (pobre Chapultepec, ya lo deberían dejar en paz), el Paseo de las Heroínas y mientras leo y releo la lista de esplendores femeninos (hasta Sor Juana, cuya participación en la Indepen­dencia me queda brumosa), no encuentro a una al­caldesa notable, quien ha sido benefactora de la heroína, me refiero, claro a la guerrerense María de los Ángeles Pineda.

O a lo mejor se trata de otra clase de heroína.

Si ella no fue presidente municipal de Iguala como su marido, poco importa; Doña Josefa Ortiz de Domínguez tampoco era “corregidora”; el Corregidor era su esposo, don Miguel Ramón Sebastián Do­mínguez de cuya memoria na­die guarda registro.

Pero si de heroína se trata, ahí esta Iguala, donde Don Vi­cente vio cómo se cambiaba su credo porque ahí, aho­ra, “La amapola es primero”.

Pero si en la Independencia doña Leona movía ca­pitales, ahora lo hace Don León (David) , un caballero rollero (¿o Romero?) y labioso, cuyo nombramiento como futuro director del monopolio (en ciernes) de la distribución estatal de medicamentos y fármacos diversos, se ha quedado colgado en el aire por las dá­divas inoportunamente grabadas y divulgadas con precisión de torpedo contra el buque insignia de la tetramorfosis, para probar cómo todos los gatos son pardos, cosa bien sabida desde aquella primera tem­porada estelar en cuyo elenco figuraron René Bejara­no, Carlos Imaz, Ramón Sosamontes y un payaso de cabellera verde a quien todavía hoy, rencorosamen­te, le siguen cobrando el agravio.

Pero no nos engañemos, si en el pobre el alcohol es vicio de embriaguez, en el rico es alegría.

Por eso ahora la comprobación de lo ya sabido has­ta la saciedad (y la suciedad en la sociedad) , el movi­miento de dinero para “la causa” (cuyo origen y des­tino no se conoce ni se registra ni se audita, ni se su­pervisa como debe ser en asuntos de interés público) , es evidencia mínima para justificar las cosas, invo­cando cómo se han financiado todas las revoluciones del mundo, según se nos ha dicho en el siempre his­toricista catálogo de anécdotas con espacio para el no menos abundante vademécum de comparaciones justificantes y eternamente exculpatorias –con la re­ferencia pasada o presente–, cuyo remate oratorio es circular: no somos iguales, México ya cambió, ya no es lo mismo, etc. etc.

Y así, mientras las posibilidades catastróficas ad­vertidas desde hace meses por el doctor López-Gatell (“Gatinflas”), secretario de Salud en funciones cada vez más amplias y complejas, se hacen realidad y los panteones se saturan, mientras los hospitales reje­gos se mantienen con espacios disponibles, los mexi­canos disfrutamos la nueva serie de la televisión: vi­deo contra video.

El dinero productivo escasea en todo el país, pero nos quedan denarios y dracmas para hacer museos y calzadas flotantes en Chapultepec (otra vez Cha­pultepec).

Planeamos el Museo del Maíz (de seguro tendrá una amplia sala dedicada a la importación del cereal) y el no menos necesario Cubo Escénico o la indis­pensable Bodega Nacional de Arte y el Pabellón Con­temporáneo Mexicano (PCM), mediante una inter­vención de “acupuntura”, según dice una señora lla­mada Dolores Martínez Orralde, quien cobra como subdirectora general del Patrimonio Artístico Mue­ble del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatu­ra (INBAL). ¡In di moder…!

Ahí nomás p’al gasto, mi buen.

Pero así va la vida en los tiempos del Covid. En el otro mundo hay 60 mil personas cuyos ojos ya no pue­den releer estas líneas de “La jornada”del lunes 27 de abril de 2020 (hace 4 meses):

“…Las medidas de mitigación promovidas por las autoridades de Salud y acatadas en gran me­dida por la población para enfrentar al Co­vid-19 han permitido domar la epidemia y evitado que se disparara, como desgraciada­mente ha ocurrido en otros países, consideró el presidente Andrés Manuel López Obrador.

“Aquí el crecimiento (de la curva epidé­mica) ha sido horizontal; esto nos ha permi­tido prepararnos muy bien para tener todo lo que se requiere de equipos médicos y es­pecialistas…”

Los muertos en tan catastrófica cantidad, seguramente eran opositores, adversarios, conservadores, o algo similar, cuya falta de solidaridad social prefiere la muerte, con tal de no reconocer los avances sanitarios em­prendidos y logrados por las benefactoras au­toridades de salud actuantes en esta nueva revolución nacional.

Y así la vamos llevando, paso a paso y pe­so a peso.

Obviamente la oleada de la estigmatiza­ción avanzará cada vez más contra los me­dios de información y en especial hacia los columnistas “chayoteros” (calumnistas); pe­riodistas embusteros (y “embuteros”) y de­más beneficiarios de la putrefacción neolibe­ral caya conducta no los ha hecho ni siquiera merecedores de doctorados “honoris causa” o asientos de primera fila en el discurso de cada mañana.

Pero ni modo. Cada quien sus clásicos.

Etiquetas: coimacooperacionesmordidaóbolosobsequiossoborno

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