Al salir se dieron un profundo abrazo, se dijeron mutuos —sin desarmar el abrazo—
Quien presidía la Junta Superior de Real Hacienda de Nueva España, en 1794, era el Virrey Miguel de la Grúa Talamanca de Carini y Branciforte, quien estaba con la boca abierta, de lo escuchaba al joven sacerdote Servando Teresa de Mier, quien dictaba en su conferencia, algunas hipótesis acerca de la Virgen de Guadalupe…
«… nuestra señora del Tepeyac, es una mujer de presencia milenaria en estas tierras, desde antes de la llegada de los españoles a estos lares, quienes por cierto, no tenemos nada que agradecerles… porque solo vinieron a manchar con su presencia estos horizontes, que ya desde hace un milenio, estaban atentas a la presencia no solo de María, como la Tonantzin… sino del propio Jesucristo, como el Quetzalcóatl, que volvería a llegar…»
Es el 12 de diciembre de 1794.
«… además considerar que nuestra señora del Tepeyac, no estaba en la tilma de Juan Dieguito, nuestro testigo, sino en la tilma de Santo Tomás, o Tomé, como le decían los naturales…»
—¡Sacrilegio…! —gritaban enfurecidos algunos de los presentes.
—¡Señores tengo las pruebas suficientes…
—¡fuera Servando! qué disparate estas diciendo ¡su excelentísima diga algo!
La mirada cansada del Virrey Miguel de la Grúa, era solo de desdén, el mismo sabía que Servando tenía algo de cercano a su pensamiento, aunque por la Real Hacienda no le competían aquellos casos de las tradiciones y profesiones de fe.
—¡Ya Servando! te has extralimitado.
Cuando Fray Servando Teresa de Mier fue presentado en el Santo Oficio, se le leyeron las acusaciones del excelentísimo arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, quien le acusaba de herejía.
—¡Se le acusa de herejía Servando! de blasfemar de nuestras tradiciones en su caso del qué hablar, díganos ¿qué le motivó a realizar semejantes barbaridades ¿fue el demonio mismo?
El tribunal del Santo Oficio fue claro en la acusación, cuando le dieron la oportunidad de hablar, Fray Servando dijo:
« …poderosos y pecadores son sinónimos en el lenguaje de las Escrituras, porque el poder los llena de orgullo y envidia, les facilita los medios de oprimir, les asegura la impunidad, a todos y cada uno de los peninsulares ¡han utilizado a estas tierras para enriquecerse! durante nueve siglos la Europa antigua conocía de cabo a cabo, la existencia de la américa y seguramente nuestros apóstoles lograron traspasar los mares y convertirse en predicadores de estas tierras…
…Lactancio, discípulo de Arnobio… ¿acaso no les dijo a los árabes que existían tierras mar adentro llamadas Jesu-Dunico… o Nuevo Mundo? es de la memoria de estos musulmanes ¿qué acaso San Clemente, discípulo de San Pedro… en la carta a los corintios les dice que el inmenso Océano hay otros mundos gobernados por el Creador, con las mismas leyes con que se gobierna al nuestro? así también les digo que Orígenes, San Jerónimo y otros Padres ya hablaban de estas tierras ¿por qué se las adueñan ustedes españoles? solo vinieron a mancillar la presencia de Jesucristo con sus matanzas.
¡Sentenció Fray Servando!
Después de deliberar por unos simples momentos, el dictamen del Santo Oficio fue contundente:
—¡Póngase de pie Servando! — a modo no grato Servando se levantó y de manera directa, vio a los encargados de la sentencia.
La impartición de justicia del santo oficio en contra de este joven sacerdote dominico, estaba basada en la revolución intelectual, que sus palabras habían generado en la Nueva España, porque el sermón fue reproducido de boca en boca por todas las tierras.
—¡Se le sentencia a diez años de exilio en la Cantabria de las Caldas! en España, será condenado a perpetuidad, de no dar cátedra en colegio alguno; no dará confesiones, ni escribirá párrafo alguno. ¡Se le despoja de su grado de doctor! — fue lo que más le dolió al joven sacerdote—.
Mier simplemente bajó la cabeza, se puso sus dos manos en la nuca —entrelazando sus dedos— y dijo:
¡La verdad nos hará libres!
Cuando Lucas Ignacio José Joaquín Pedro de Alcántara Juan Bautista Francisco de Paula Alamán y Escalada, mejor conocido por Lucas Alamán —por obviar razón— leyó este pequeño párrafo de la historia de puño y letra del propio Fray Servando quedó pensativo.
Fray Servando y Lucas Alamán departían en un apestoso comedero de París, tanto el vino bueno como las viandas seguras, les permitían tener una plática, sin tener que rodearse de los ya nombrados de las cortes constituyentes de Cádiz.
—¡Pero bajo ninguna manera te quedaste quieto Servando!
—¡Imposible hacerlo! sostengo lo dicho con evidencia contundente de la presencia de Jesucristo en tierras novohispanias, como el gran Quetzalcóatl no es coincidencia es empatar los tiempos.
—¡Que tú salud vaya en ello y la salvación de tu alma por igual!
—¡Que vaya!
Tanto Fray Servando como Lucas Alamán, en el momento de ser nombrados parte del constituyente de Cádiz hicieron un juego de palabras de tal forma —burlona— de llamarle La Pepa a la constitución, cosa que en nada agradó a quienes participaron en ella, aunque los dos sabían que el texto de acercaba en mucho —casi plagio— de la Constitución de Bayona, de la estirpe de los Bonaparte, en Francia.
—¡La Pepa permitirá la separación de poderes! podremos dejar de una vez y por todas las monarquías en la Nueva España— dijo Alamán.
—¡En poco tiempo no dudes que nos llamarán de las américas para lograr hacer constituciones por todos lados!, será la manera nueva de hacernos de unas monedas.
¡Rieron juntos!
Vicente Guerrero, el general fornido, abandonado en la defensa, soportando toda una guerra intestinal que ya llevaba varios años, sus ropas roídas, su calzado ya falto, centrado en defender la sierra occidental, deseaba en mucho —en sus sueños más profundos— terminar con Iturbide ¡su némesis!
Su correo personal era toda una aventura establecer contacto con la realidad de la insurgencia, cartas que ya no se contestan, remitentes fallecidos, una odisea era el tratar de lograr contacto alguno, pareciera esto había terminado tal vez, y no se había dado cuenta.
—¡Llegó esta carta General!
—¿De quién?
—¡Del ejército de Iturbide!
—¡Pero qué osadía!
La misiva fechada el 10 de enero de 1821, explicaba detalladamente a Guerrero que su rendición sería considerada un acompañamiento a la independencia del país de la corona, respetándose su grado y acercándole que, al hacerse un solo ejército, tendrían un favor y poderío contra los españoles y terminar de una vez y por todas, con este conflicto que ya tenía derruida a gran parte del territorio.
—¡Pero qué estupidez! le he ganado todas las batallas a Iturbide— arrojó la carta al fuego y retomó sus acciones de salvaguarda del ejército insurgente.
Acatempan, norte de la sierra occidental, zona de Teleolapan, 9 de febrero de 1821.
—¡no tengo ni pinche idea de que madres quiere Iturbide! por un lado, desea la paz, por el otro, estoy acostumbrado a reconocer que sus traiciones han dejado diezmado el ejército insurgente, primero Hidalgo, luego Morelos ¡seguramente así será conmigo!
—¡Vamos general! es solo una plática, seguramente veremos un Iturbide cercano y abierto al diálogo, le mencionaba su capitán.
—¡Él solo quiere la riqueza! la tiene, la tendrá y nunca le abandonará.
Al día siguiente ¡acompañado de un poderoso ejército! Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, llegó a la plaza del general Vicente Ramón Guerrero Saldaña, en Acatempan, para tener una entrevista que, en mucho se deseaba por ambos ejércitos llegar a un acuerdo, de no ser así ¡la sangre sería derramada a borbotones por la consumación!
Montando un brioso tostado alazán, cuaco ferocísimo y adusto, Iturbide se internó en la selva, vestido a la usanza de generalísimo, con una casaca azul de vivos rojos de ojales finos bordados en oro, su escudo de general realista ¡pareciera recién salido de un óleo!
Por su parte hizo lo mismo Guerrero, montando un rosillo cubierto de motas, endiablado animal de fortaleza y brío, uniformado con su chaqueta azul índigo con vivos de oro, así como empuñaduras y cuellos altos de un rojo grana, con bordados en hilo de oro, sus charreteras en fino oro macizo, recibió a Iturbide un poco sensible a un posible ataque.
Cuando bajaron los dos ingresaron a una impecable y limpia habitación, las paredes blancas de cal recién echado, una mesa de madera con retoques clásicos y tres sillas, con forros rojos, al acercase los dos, se vislumbraban algunos malestares, odios infinitos del tejido del tapiz de la discordia, años de luchas que se resumían en una sola mirada ¡los dos poderosos generales de la consumación estaban frente a frente! los ejércitos estaban preparados, armados ¡prestos a la acción! un comentario incendiario, una burla grotesca, un desatino de las palabras y los modales podrían desencadenar al animal de mil cabezas de la mitología bélica ¡era la apoteosis de la realidad!
—¡Te veía más alto General Iturbide!
—¡Yo a ti más héroe!
Charlaron acerca del orgullo, de la nobleza — convertir a Guerrero en ello— de las riquezas, pero Vicente reviró y calmó el ensueño, dejo clara la posición de hacer por los menos ¡lo más! de dejar de verse por la diferencia y caer en la coincidencia.
—¡Los dos luchamos por la verdad! solo que en diferentes direcciones —sentencio Guerrero—.
—¡Juntos podremos llegar a una conclusión! te reconozco como el general igual que ha hecho de la historia su arma, tu estirpe de persigue por la eternidad, coronará tu cien con los olivos ¡juntos somos uno!
—¡Te miro Iturbide como el prócer! — dijo conmovido Guerrero ante tales palabras y elocuencias.
A diferencia de lo que los ejércitos creyeron, los dos descendientes de la misma causa se acompañaron en un nutrido y sentido de la lógica ¡de estar en contra de las mismas razones! aunque desde diferentes pensamientos.
Al salir se dieron un profundo abrazo, se dijeron mutuos —sin desarmar el abrazo—
—No puedo explicar la satisfacción que experimento al encontrarme con un patriota que ha sostenido la noble causa de la independencia y ha sobrevivido él solo a tantos desastres, manteniendo vivo el fuego sagrado de la libertad. Recibid este justo homenaje de vuestro valor y de vuestras virtudes.
Le mencionó Iturbide, aun sosteniendo los brazos de Guerrero.
—Yo señor, le digo, felicito a mi patria porque recobra en este día un hijo cuyo valor y conocimiento le ha sido funesto, eres el hijo pródigo, el ciervo, el manantial de la libertad.
Los ejércitos mantenían la sorpresa del abrazo de la pacificación de estas tierras, los de a caballo aún sentían el recorrer de sus lágrimas de no mirar a sus hijos y familias por casi dos lustros, los fallecidos han sido llenados de gloria, de una que aún no se ve ¿quién recordará al valiente soldado caído en batalla?
El viento llenó de aire el humor de los insurgentes, esta vez no habrá confrontación, no ¡habrá heridos ni fallecidos! esta vez en muchos años, se logra la libertad, la de las personas, la del pensamiento.